Lucín Beredjikian había vivido toda una vida antes de llegar a sus 16 años de edad y todavía tenia enormes desafíos por enfrentar.
Tuvo una infancia de miedo casi absoluto.
Primero, los turcos otomanos llegaron a su pueblo natal en el sur de Turquía. Luego, les hicieron marchar a ella y a su familia, hacia el desierto de Siria. Después, la dejaron huérfana.
Lucín Beredjikian había vivido toda una vida antes de llegar a sus 16 años de edad y todavía tenía enormes desafíos por enfrentar.
Luego, tuvo lugar el viaje para reunirse con sus hermanos sobrevivientes que habían huido a bordo de buques hacia Buenos Aires, Argentina, un trayecto de más de 8000 kilómetros. Menos de diez años después de que finalizara la Primera Guerra Mundial; fue un viaje que asustaría a cualquiera.
Ahora, en el otro extremo de su vida, ella vive en paz, rodeada de sus dos hijos, cinco nietos y seis bisnietos.
Fue un proceso lento, pero finalmente la gratitud se sobrepuso al dolor.
Durante la primera etapas del Genocidio Armenio, en 1915, un médico le salvó la vida. Fue el director del hospital local en la ciudad de Cilicia de Aintab, (Aintep, actualmente Ghaziantep, en el suroeste de Turquía). Lucín contrajo la fiebre maculosa, enfermedad similar al tifus. Era un cuadro difícil de tratar en las condiciones insalubres y caóticas que se daban durante aquellos tiempo de violencia, pero él actuó rápidamente.
Muchos murieron a su alrededor y había momentos en los que ella sentía el deseo de rendirse, pero Lucín sobrevivió y vivió para ver prosperar a las tres generaciones de sus propios descendientes.
Lucín tomó la decisión de viajar a Buenos Aires apenas egresó de la escuela. Su hermana, quien se había convertido en su tutora, tenía niños pequeños a su cargo y Lucín pensó que era mejor unirse a sus hermanos en América del Sur.
Se imaginó que, de alguna manera, podría construir la vida que debería haber tenido. Pero si esperaba evitar dificultades, estaba equivocada. Se encontró con mucha pobreza, crimen y más racismo, pero a pesar de ello, había encontrado una comunidad.
La población armenia ya contaba con miles. Muchos de los refugiados procedían de Cilicia. Seis de cada diez provenían de las grandes ciudades de Marash, Hadjin y Aintab, el resto, de pueblos pequeños como el suyo.
Desde el principio se arrimaron unos a otros. Primero se reunían en una cafetería en la calle 25 de Mayo y, más tarde, en la Catedral de San Juan el Bautista. Sin dinero y con pocas pertenencias, creían en dos cosas: en la comunidad y en la educación.
A pesar de un terrible legado, los armenios florecieron.
Lucín conoció a su esposo Harutiun Khatcherian poco después de llegar a Buenos Aires. Él murió hace poco, pero permanece en el corazón de su familia.
Cada 24 de abril, relata la historia de su supervivencia a sus nietos.