El Dr. Denis Mukwege es un ginecólogo y defensor de los derechos de las mujeres de la República Democrática del Congo que ha dedicado su vida a ayudar a las sobrevivientes de la violencia sexualizada en su país devastado por la guerra y en todo el mundo. El Dr. Mukwege brinda apoyo físico, psicológico y legal a sus víctimas y, al mismo tiempo, busca llevar a los perpetradores ante la justicia y prohibir el uso de la violación como arma de guerra a nivel mundial. Para promover estos esfuerzos, estableció el Hospital y la Fundación Panzi y cofundó el Fondo Global de Sobrevivientes (GSF). En 2017, el Dr. Mukwege fue nombrado Héroe Aurora y en 2018 recibió el Premio Nobel de la Paz.
Para Denis Mukwege, la vocación de servir a la humanidad viene de familia. Su padre era pastor protestante y, cuando era niño, muchas veces Denis lo acompañaba cuando visitaba a las personas enfermas en Bukavu, una ciudad en la parte oriental de la República Democrática del Congo, a orillas del lago Kivu. Durante una de esas visitas, su padre oró por un niño enfermo. Su pequeño hijo se sorprendió al ver que eso era todo lo que hacía, ya que también esperaba que le proporcionara medicamentos. Denis le preguntó a su padre al respecto. “La respuesta de mi padre fue muy clara. Me dijo: ‘No soy médico’. Entonces le dije: 'Papá, voy a estudiar medicina, voy a ser doctor. Puedes seguir orando’”, recuerda el Dr. Mukwege.
Al principio, tenía la intención de centrarse en pediatría, pero al comenzar sus estudios, observó a los pacientes del Hospital Lemera en la República Democrática del Congo y se sorprendió al ver cuántas mujeres morían en el parto debido a la pérdida de sangre y otros factores. Denis Mukwege, creyendo que esas muertes se podrían prevenir fácilmente, decidió dedicarse a la obstetricia. Su congregación, la Misión Pentecostal Sueca, lo apoyó en sus estudios de medicina y pudo estudiar en Francia. Después de graduarse, regresó y comenzó a trabajar en el hospital de Bukavu, cerca de la frontera con Ruanda.
En 1999, el Dr. Mukwege inauguró el Hospital Panzi, diseñado como una clínica de atención ginecológica y obstétrica. Estaba entusiasmado con la oportunidad de poner en práctica sus conocimientos y experiencia en un país con una de las peores tasas de mortalidad materna jamás registradas, según el Banco Mundial. La realidad resultó ser mucho más siniestra.
El Dr. Mukwege recuerda que la primera paciente que atendió, no había ido para un parto por cesárea ni para dar a luz en un lugar seguro. “Vino porque la habían violado repetidas veces y luego le habían disparado”, explica. Curó sus heridas, pensando que se trataba de un caso excepcional. Pero en los tres meses siguientes, atendió a 45 pacientes con traumas similares. El Dr. Mukwege comenzó a darse cuenta de que esos horribles abusos estaban muy extendidos en su país y que detrás de ello había una vil intención.
Según la ONU, la violencia sexualizada se utiliza, muchas veces, durante la guerra para aterrorizar a la población y destruir a las comunidades. Esta práctica inhumana es tan común en la República Democrática del Congo, donde el conflicto continúa desde la década de 1990, que el país ha ganado notoriedad como la “capital mundial de la violación”. Después de ese primer encuentro, el Dr. Mukwege ha lidiado con las implicaciones de este título mórbido desde entonces. “La violación no es sólo un acto físico y violento perpetrado contra una víctima. Es un asalto a la humanidad. Destruye la voluntad de vivir, paraliza a las víctimas, a sus familias y a comunidades enteras. En el este del Congo, miles de familias han quedado devastadas”, escribió el Dr. Mukwege en su artículo de opinión para la revista TIME publicado en 2017.
Era obvio que sus pacientes necesitaban un tipo de apoyo que iba mucho más allá del tratamiento médico. Para poder cubrir esa necesidad, el Dr. Mukwege comenzó a desarrollar un modelo de curación holístico innovador que permitiría a las sobrevivientes rehabilitarse y recuperar sus vidas. Se incorporaron trabajadores sociales al equipo para brindar apoyo psicológico a las mujeres, además de atención médica. Aún así, no era suficiente.
El estigma asociado a la violación llevó a que, muchas veces, las sobrevivientes fueran condenadas al ostracismo por sus propias familias. Rechazadas por sus comunidades, muchas mujeres no tenían a dónde ir después de ser dadas de alta del hospital. En tales casos, el Dr. Mukwege vio la autosuficiencia como una herramienta eficaz para ayudarlas en su camino hacia la reintegración a la sociedad. Su equipo comenzó a organizar capacitaciones profesionales donde las ex pacientes podían ampliar su educación, aprender oficios e incluso estudiar el idioma inglés. El impacto de este programa integral fue excepcional. “Algunas de las mujeres que atendí, estudiaron medicina o se convirtieron en enfermeras y ahora las veo atender a otras víctimas”, cuenta el Dr. Mukwege. Hasta la fecha, él y su equipo han ayudado a más de 50.000 mujeres de todas las edades.
El Dr. Mukwege entiende que esta cuestión no es específica de su tierra natal. “Vemos esto en todos los conflictos que se dan en todo el mundo. En Bosnia vimos que la violación fue utilizada como arma de guerra para deshumanizar a los ciudadanos de la ex Yugoslavia. En Siria hay testigos que hablan del horror de aquellas acciones que se emprenden para privarlos de su humanidad. Podría seguir y seguir”, señala. "El sufrimiento es el mismo en todas partes".
El Dr. Mukwege ha declarado en repetidas ocasiones que los perpetradores deben responder por sus acciones despreciables. “En el Congo, la violencia sexualizada es realmente un arma de guerra y quienes la cometen no enfrentan ninguna consecuencia. Queremos justicia. No podemos construir la paz sin justicia. Si la gente mata y viola libremente, la paz nunca llegará. La impunidad es una de las peores cosas que pueden pasar en cualquier lugar y en el Congo la impunidad es la regla”, señala el activista.
Sus llamados a la responsabilidad judicial no siempre cayeron bien entre quienes tienen razones para temer por futuros juicios. El Dr. Mukwege fue amenazado muchas veces a lo largo de los años. En octubre de 2012, sobrevivió a un intento de asesinato. Durante el ataque, sus hijos fueron tomados como rehenes en su propia casa y su guardia y amigo cercano, Joseph Bizimana, fue asesinado tratando de protegerlo a él y a su familia. “Acababa de dar un discurso en las Naciones Unidas en el que dije que la comunidad internacional no hace lo suficiente, mi propio gobierno no hace lo suficiente. Cuando regresé, vinieron los asesinos. Cuando dispararon hacia mí, el balazo lo recibió él. Perdió la vida”, dice el Dr. Mukwege. “Después de experimentar esto, sentí por primera vez que, simplemente, no podía continuar con este trabajo. Entonces me fui del país”.
Llevó a su familia a Bruselas, donde podían estar a salvo. Sin embargo, no pudo evitar sentirse agitado al pensar en sus pacientes en el Congo. “Mi decisión inicial de irme fue una buena decisión. Tuve que pensar en mi esposa, mis hijos y el drama al que los estaba exponiendo, toda esta violencia que nos rodea”, explica el Dr. Mukwege. “Pero luego, las mujeres a las que he atendido, escribieron una carta, una especie de petición para mi regreso”.
No sólo hicieron eso, sino que también decidieron recaudar dinero para su pasaje de avión con la venta de frutas y verduras en el mercado de los viernes. “Esto me conmovió profundamente. Son mujeres muy pobres, pero estaban dispuestas a dejarlo todo para ayudarme. Entonces, tuve que reconsiderar mi vida y luego pensar en las de ellas y en la de todas las demás personas a las que podía servir y, luego, me quedó claro lo qué es lo que tenía que hacer”, dice el activista. En enero de 2013, regresó a la República Democrática del Congo.
Para evitar otra tragedia, fue necesario tomar algunas medidas de seguridad serias con el apoyo de la Unión Europea y la Fundación Panzi en Estados Unidos. “Ahora vivo en el hospital y no soy libre. Vivo en un área cerrada con alambre de púas alrededor. Hay una protección, pero esta no es una vida normal”, dijo el Dr. Mukwege en 2017. Aún así, continúa su trabajo, ayuda a las pacientes todos los días y hace campaña a nivel mundial para prohibir el uso de todas las formas de violencia sexualizada en tiempos de guerra.
En 2018, recibió el Premio Nobel de la Paz. El Dr. Mukwege lo vio como una señal de que el mundo finalmente está listo para defender su causa. “Para mí, este fue el reconocimiento a todas las mujeres que merecen más atención y necesitan ser escuchadas. Y lo que el Premio Nobel cambió en mi vida es que sé que hoy nadie puede decir: ‘No sabía lo que estaba pasando en el Congo, no estaba al tanto, no me informaron al respecto'”.
Un año después, en 2019, él y su co-ganadora del Premio Nobel, la activista de derechos humanos yazidí Nadia Murad, lanzaron el Fondo Global de Sobrevivientes (GSF) para empoderar a las víctimas de la violencia sexualizada relacionada con los conflictos en todo el mundo y ayudarlas a recibir reparaciones que, según las Naciones Unidas, es su derecho. “Este es uno de nuestros mayores logros. Vi que las mujeres que habían sido víctimas de un delito podían esperar muchos años antes de obtener reparación y justicia. Cuando el sufrimiento es universal, debemos abordarlo de manera universal”, dice el Dr. Mukwege.
El reconocimiento internacional le ha ayudado a dar a conocer su causa, pero el activista está lejos de conseguir sus objetivos. “La gente debería saber que en el Congo, incluso si firman varios acuerdos de paz, nada cambia sobre el terreno. En el hospital todavía tratamos a entre 5 y 7 mujeres cada día”, explica el Dr. Mukwege. “Después de tres décadas, sigo luchando para detener el uso de la violación como arma de guerra. No deberíamos aceptar algo así cuando sabemos que sucede. Es, simplemente, inaceptable”.