Por Matthias Bjørnlund
Todas las personas del mundo deberían saber lo que es el Genocidio Armenio; no lo que fue, sino lo que es, puesto que las consecuencias de la campaña de destrucción llevada a cabo por los Jóvenes Turcos aún hoy perduran: comunidades diaspóricas diseminadas por el mundo, donde los descendientes de los sobrevivientes del Genocidio han constituido sus hogares lejos de su hogar. Donde han forjado nuevas vidas lejos de Armenia occidental y han aprovechado nuevas oportunidades, desafiando así las más duras adversidades en el exilio y la lógica genocida de los perpetradores. Las consecuencias del genocidio también persisten como recuerdos encontrados, recuerdos de la vida en el viejo país antes de 1915, del Genocidio en sí, de los bienes robados a Armenia que sentaron las bases de la nueva República de Turquía. Continúan viviendo con la negación y la ofuscación del Genocidio, donde las víctimas se transforman en perpetradores, donde el bien se transforma en mal.
En 1915, muchos sabían del Genocidio Armenio. De Estados Unidos a Escandinavia, de China y Australia a Sudamérica había periódicos que presentaban una amplia cobertura de los hechos casi en tiempo real con telegramas en primera plana, secciones de opinión y artículos de análisis. Los diarios cubrían todos los aspectos de la destrucción, que comenzó con la retórica cada vez más deshumanizante a comienzos de la Primera Guerra Mundial, seguida por el arresto de personalidades destacadas de Armenia, la eliminación de los soldados armenios otomanos y las marchas de la muerte y masacres que completaron el genocidio. La negación rotunda o, más común en aquellos días, la racionalización cínica por parte del Estado otomano y varios simpatizantes de occidente acompañaron cada etapa, sin embargo la cantidad de testimonios e informes diplomáticos de testigos presenciales confiables que documentaron el Genocidio fue y sigue siendo contundente.
Pero, ¿cómo se lo puede nombrar, por no decir cómo se le puede encontrar sentido, al mal supremo que convirtió a hombres, mujeres y niños indefensos en víctimas de una crueldad que va más allá de lo imaginable? Sobrevivientes, testigos y observadores contemporáneos han lidiado con ello. Se lo denominó masacre, aniquilación, "la Gran Catástrofe" o "el Gran Crimen". En Escandinavia y en Alemania hasta lo llamaron "genocidio" utilizando variaciones del término "folkemord," "la matanza de un pueblo", para englobar los hechos. Eso sucedió muchos años antes de que el abogado de origen polaco-alemán Raphael Lemkin acuñara el término histórico-legal “genocidio” para describir, no sólo el Holocausto Nazi de la Segunda Guerra Mundial, sino también el Genocidio de los Armenios, entre tantas otras atrocidades. Karen Jeppe, la trabajadora humanitaria danesa que presenció la destrucción sangrienta de los armenios en Urfa y de las mujeres y niños en las marchas de la muerte desde el norte del Imperio, lo llamó simplemente “la Gran Muerte”.
Sin lugar a dudas, se trató de la Gran Muerte. Y en cierta forma fue el fin, el fin de miles de años de una vida y de una cultura armenia rica y variada en Armenia occidental, la tierra natal ancestral de millones de personas. Poco queda ahora en Turquía de todo aquello comparado con lo que alguna vez existió.
Sin embargo, a todo fin le sucede un nuevo comienzo, aunque frágil al principio y la Armenia actual no es sólo un punto geográfico, una formación de estado o un recuerdo de la gloria pasada. Armenia es actitud, es un estado mental, un deseo de sobrevivir y prosperar que puede encontrarse y llevarse a cualquier sitio. Simboliza tradiciones profundamente arraigadas y reinvenciones constantes, siempre adaptándose a las nuevas circunstancias.
Así es como la vida armenia fue brotando en comunidades alrededor del mundo, en pequeñas iglesias de la India, en la corte real de Etiopía, en fábricas y tiendas de Marsella, Liverpool y Moscú, en la Armenia Soviética y ahora en la independiente República de Armenia. Todo esto exige una conmemoración solemne en 2015 y llama a la celebración de los 100 años de la lucha exitosa contra el olvido. Puesto que, si bien el tiempo y la negación lograron erosionar en cierta medida aquel conocimiento, no sólo del Genocidio, sino también del patrimonio vivo y rico del pueblo armenio, los hechos y la cultura guardan tanta importancia que simplemente no desaparecerán.
Por lo tanto, hay una causa justa para rendir homenaje a todos aquellos que perdieron sus vidas desde 1915, a aquellos que sobrevivieron y que construyeron las bases que le permitió a la vida armenia continuar y a aquellos que ahora y en el futuro se pararán sobre estos logros, en Armenia y en el mundo y seguirán creando concientización y generando aún mayores posibilidades para los descendientes de los sobrevivientes y para toda la humanidad.
Ciertamente hay obstáculos, como la falta de conocimiento de los hechos históricos, especialmente en Turquía, donde los armenios fueron borrados de la historia o se los presenta como traidores. Tal vez, algún día los turcos celebren verdaderamente las profundas raíces armenias que fueron cortadas en 1915, raíces que aún se evidencian aquí y allá en la Turquía moderna: en la arquitectura de las ciudades, en las ruinas desperdigadas por el campo, en los musulmanes turcos y kurdos con un antepasado armenio asimilado a la fuerza, quienes ahora reclaman su legado armenio. Tal vez el estado turco siga algún día la iniciativa de algunos sectores de la sociedad civil y comience a homenajear a los valientes turcos otomanos, kurdos y árabes que resistieron activamente el genocidio.
Pasaron 100 años de 1915, un siglo - un corto plazo desde una perspectiva histórica. Pero para aquellos que tienen la dicha de envejecer, es prácticamente una vida. En parte esa es la razón por la que para muchos armenios las heridas todavía sangran; el tiempo no las ha curado. Existen un sinnúmero de opiniones sobre si esas heridas podrán o deberán sanar y si sanan, cómo lo harán; con reparaciones, disculpas, la apertura de la frontera entre Turquía y Armenia, la cooperación económica y civil, etc. Todo esto forma parte de un debate permanente, legítimo y necesario sobre el futuro de los armenios en el mundo.
Pero lo que los armenios le han demostrado al mundo en el último siglo es que las heridas no deben ser obstáculos para avanzar y desarrollarse, que el recuerdo de todo lo que se perdió puede existir a la par de la creatividad, la resiliencia, el amor por las futuras generaciones y la esperanza del mañana.
Matthias Bjørnlund es un historiador danés quien, en el período de 2003-2005dirigió el taller del Departamento de Estudios de Holocausto y Genocidio en Copenhague. Bjørnlund también se desempeña como investigador y traductor de documentos daneses sobre el Genocidio Armenio.