Por Julia Reysner
Jamila Afghani es una educadora y defensora de los derechos humanos que fue nombrada Heroína Aurora 2017 por sus logros excepcionales en el empoderamiento de las niñas y mujeres de Afganistán. Como fundadora de la Organización Noor para el Desarrollo Educativo y de Capacidades (NECDO - Noor Educational and Capacity Development Organization), ha dedicado 25 años de su vida a asegurarse de que las mujeres de Afganistán tengan acceso a la educación y un sentido claro de sus derechos. Justo cuando parecía que la marea de la opresión patriarcal finalmente estaba a punto de cambiar, los talibanes se apoderaron de su país. Jamila Afghani se vio obligada a huir de su tierra natal pero no se ha dado por vencida.
A fines de agosto de 2021, el mundo observaba con horror cómo miles de afganos intentaban desesperadamente llegar al aeropuerto de Kabul para escapar del dominio de los talibanes. Entre ellos estaba Jamila Afghani, quien tenía buenas razones para temer por su vida. “Todos me decían que me fuera del país. Estaba atrapada en Kabul, tratando de llegar al aeropuerto pero debido a las multitudes no pudimos entrar”, recuerda. “Tenía visas de 11 países en mi pasaporte pero no había forma de llegar a la terminal”. María Butler, su amiga y colega de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, trabajó día y noche sin dormir hasta que logró evacuarla a salvo a Noruega.
Lamentablemente, esta no fue la primera vez que Jamila Afghani se vio obligada a abandonar su tierra natal. La primera fue durante la guerra entre la Unión Soviética y Afganistán, cuando Jamila era solo una niña y sus padres la llevaron a Peshawar, Pakistán. Después de regresar a Afganistán, lo dio todo para empoderar a las mujeres, solo para ver cómo la mayoría de sus logros fueron pisoteados sin piedad 25 años después. ¿Cómo sobrevivir a semejante shock? ¿Cómo se describe? La voz de Jamila Afghani se llena de emoción mientras se esfuerza por poner en palabras su devastadora pérdida: “Es una gran tragedia. Como muchas otras mujeres, invertí todo mi tiempo en mi trabajo para traer un cambio positivo al país. Con la llegada de los talibanes, todo está cerrado. Ahora, tendremos que empezar todo desde cero”.
Antes de que llegaran los talibanes, Jamila Afghani y su organización, NECDO, habían inscrito a más de 100.000 mujeres en programas de alfabetización. Lo hicieron estableciendo un pequeño centro en una comunidad y brindando educación a un cierto número de mujeres locales que luego iniciarían sus propios centros. “Se extendía como una burbuja”, explica Jamila. “También impulsamos la participación de las mujeres en el proceso de paz, que también fue un éxito. Donde antes no se permitía que hubiera ni una sola mujer, logramos presionar para estar presentes en diferentes niveles”.
NECDO abordó otro gran problema innato en la mayoría de las sociedades patriarcales: la violencia doméstica. “Hemos brindado asistencia jurídica y apoyo psicosocial a más de 10.000 mujeres que sufren maltrato por parte de un familiar o de su pareja. También nos involucramos en la construcción de un movimiento de base para mujeres que siempre han convivido con la guerra para ayudarlas a conectarse entre sí y alzar su voz por una paz inclusiva y la participación significativa de las mujeres”.
Su arduo trabajo trajo resultados sorprendentes: Jamila Afghani logró aflojar, si no cortar, el nudo gordiano de las costumbres religiosas y las limitaciones tradicionales que restringían todos los movimientos de las mujeres locales. “Afganistán es un país patriarcal, por lo que queríamos tener hombres de nuestro lado para obtener un mejor apoyo en nuestra sociedad”, dice la activista. “Establecimos una red de 6.000 ulemas masculinos, o eruditos religiosos, para que estén a nuestro lado y promover los derechos de las mujeres en Afganistán. Así pudimos apoyar a más de 2.000 jóvenes, especialmente en términos de desarrollar sus habilidades en diferentes campos profesionales y encontrar empleo”.
La pandemia del COVID-19 significó un duro golpe a las actividades de NECDO, pero no las detuvo por completo. “En un país donde la economía ya estaba colapsada por la pobreza y la falta de recursos, la situación empeoró extremadamente con el COVID. Pero hasta cierto punto, tuvimos éxito lidiando con eso”. A través de voluntarios, NECDO distribuyó desinfectantes y ayudó a las mujeres con discapacidades, muchas de las cuales perdieron el acceso a sus cuidadores a causa de la enfermedad. Jamila también había contraído el virus y le pasó factura a su salud, especialmente a su memoria, dice.
Ahora, desarraigada y lejos de su sufrida patria, se siente cansada pero nunca ociosa. Gracias a la experiencia empoderarse durante la cuarentena, el equipo de NECDO ha adquirido algunas habilidades de trabajo remoto que resultaron útiles. “Estoy conectada con mis colegas a través de correos electrónicos, Zoom y tecnología, pero físicamente no estoy”, lamenta Jamila. “A pesar de todas las circunstancias, nuestra oficina está trabajando en Afganistán en este momento, aunque no estamos haciendo muchas actividades al aire libre por miedo a los talibanes. Pero al menos estamos en condiciones de salvarle la vida de las defensoras de los derechos humanos”.
La situación en el campo es “muy mala”, según la activista. Las puertas de las escuelas permanecen cerradas herméticamente para las mujeres y las adolescentes, en contradicción directa con las promesas hechas anteriormente por los talibanes. Las víctimas de abuso doméstico no tienen acceso al sistema legal y cerca de 1.000 casos de divorcio que ya habían sido procesados fueron revertidos, obligando a las mujeres a volver con sus maridos abusivos y a vivir con ellos. El Ministerio de Asuntos de la Mujer fue reemplazado por el Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio. El desempleo es un gran desafío. La mayoría de las mujeres altamente calificadas (ex ingenieras, juezas, profesoras, empleadas gubernamentales) están sentadas en sus casas, pero incluso allí, no están seguras.
“Hace poco ayudamos a un grupo de 200 mujeres que trabajaban como maestras y empleadas del gobierno o de ONG internacionales. La historia de todas y cada una de las mujeres es desgarradora”, dice Jamila. “Una de ellas tiene un doctorado. Dio clases en una universidad durante 12 años, pero ahora está atrapada en su casa. Su esposo la golpea. Después de que ella me envió fotos, lloré todo el día. Teníamos unas 500 empresas pequeñas y medianas dirigidas por mujeres. Estamos apoyando financieramente a algunas de ellas, muy pocas, pero es realmente difícil. Todo el mundo está en modo de supervivencia y luchando”.
Es claro que estar lejos de Afganistán le causa un dolor casi físico a Jamila Afghani, particularmente, cuando comienza a hablar de las mujeres que la necesitan. “Por lo general, cuando las mujeres venían a mí y lloraban, las abrazaba y les generaba la sensación de que estaba a su lado. Yo les sostenía la mano, trataba de resolver sus problemas. Extraño eso. Yo era una fuente de esperanza para muchas mujeres, pero me llevaron lejos de ellas”, dice en voz baja. “Si tengo la certeza de que los talibanes nos permitirán trabajar, contribuir a nuestra sociedad, regresaré. Tengo mi vida, mi conexión con mi país. Quiero aplicar mi experiencia y los conocimientos que tengo para construir nuestro país”.
Pero la posibilidad de regresar pronto a casa parece poco probable por lo que, por ahora, debe continuar ayudando a otros a la distancia. Mientras nombra todas las formas en las que ella y su organización todavía pueden apoyar a las mujeres de Afganistán, el rostro de Jamila se ilumina con orgullo. “Todavía estamos trabajando. Nuestra organización realizó varias conferencias de prensa en los siete meses desde que los talibanes tomaron el poder. Invitamos a todos los medios de comunicación nacionales e internacionales y levantamos la voz sobre educación, violencia doméstica y muchos otros temas. Brindamos ayuda financiera a las defensoras de los derechos humanos, periodistas, abogadas. También estamos trabajando con algunas de las mujeres empresarias y también con mujeres profesionales que han perdido sus trabajos. Ofrecemos apoyo alimentario a las familias en situación de vulnerabilidad”, cuenta.
Por más lejos que Jamila Afghani esté de su hogar, su corazón sigue allí con su gente. Y saber que ella lucha por su futuro es un consuelo por derecho propio para ambas partes.