A pesar de sus beneficios comprobados, el acceso a la educación de calidad, tanto en los países desarrollados como en los que están en vías de desarrollo, es uno de los desafíos más apremiantes del mundo. La disponibilidad de escuelas, de maestros capacitados y presupuestos de apoyo, son importantes factores. Pero en Afganistán, la situación se agrava aún más por las restricciones religiosas, particularmente respecto a la mujeres. La interpretación de las enseñanzas islámicas por parte de los poderosos líderes religiosos y políticos, ha sido un factor disuasivo común y eficaz. Pero una joven, Jamila Afgani, ha demostrado el positivo impacto de la educación, especialmente para las mujeres, al fomentar la paz y la construcción de una sociedad estable. Hoy, a pesar de todos los obstáculos, la incansable labor de Jamila por las mujeres y niñas está ayudadnos a cambiar el rol y la actitud de las mujeres en su país y alrededor del mundo.
Cuando los talibanes gobernaron Afganistán a finales de los años 90, las mujeres fueron severamente oprimidas. A las niñas se les prohibía asistir a clases después de los ocho años de edad, mientras que a las mujeres se les había prohibido trabajar y debían cumplir con el purdah - reclusión pública y privada. Las consecuencias de no seguir estas reglas eran atroces; comprendían desde la flagelación pública a la ejecución.
Desde la remoción de los talibanes, Afganistán ha prometido igualdad de derechos para los hombres y las mujeres, pero las profundas tradiciones y las prácticas arcaicas aún son aceptadas en la actualidad y las mujeres todavía se encuentran limitadas, restringidas y excluidas.
Para Jamila Afgani, esto es simplemente inaceptable. Ella considera que la educación es la base de una vida mejor. Su misión es eliminar el estigma cultural que rodea a las niñas y las mujeres en Afganistán para que puedan ser contribuyentes productivas y saludables de sus comunidades.
Jamila podría haber sido la candidata menos probable para asumir un tema tan ardiente, si no fuera por su espíritu y compromiso que se generaron por una serie de experiencias que tuvo en su vida.
Nació en Afganistán en los años 70 y peleó contra ciertos problemas de salud para seguir viviendo. Contrajo poliomielitis a temprana edad y, debido a una parálisis en sus piernas, necesitaba dispositivos ortopédicos para caminar. Luego, a los 14 años, recibió un disparo en la cabeza durante la guerra afgano-soviética, confinándola a una cama durante años. A menudo se sentía deprimida al ver a sus hermanos y amigos jugar afuera, con pleno control de sus cuerpos, mientras que ella debía permanecer inmóvil en su habitación.
Pero en su aislamiento, encontró consuelo en los libros. Después de muchas súplicas, convenció a sus padres para que la inscribieran en una escuela, a pesar de su inherente oposición a que las niñas reciban educación. En Pakistán, a donde su familia había huido como refugiada luego de la guerra afgano-soviética, ella se destacó en la universidad. Pero durante su estadía en Peshawar, Pakistán, Jamila quedó estupefacta por la cruel relación entre la pobreza de la región y la guerra en su país natal.
“Me encontré con una mujer afgana mendigando en una esquina con sus hijos”, recuerda Jamila. “Le ofrecí dinero y le pregunté cómo había llegado a esa situación. La mujer comenzó a llorar. Su pueblo había sido destruido. La tribu Pashtun había arrasado con los hogares de su comunidad en Afganistán y habían abusado sexualmente de ella. Aunque estaba agradecida por haber sobrevivido, no podía alimentar a sus hijos ni a ella misma. Mendigar monedas era su única esperanza, pero cuando los hombres le ofrecían dinero, le pedían algo a cambio. Cuando me contó que recibió una rupia pakistaní a cambio de un beso forzado, comencé a llorar. Fue devastador presenciar semejante desesperanza”.
Jamila se dio cuenta de que una simple donación no era suficiente. Debía hacerse algo para empoderar a estas mujeres. Comenzó a dar talleres de bordado y de sastrería para enseñarles un oficio a las mujeres para que puedan sostenerse económicamente, sin mendigar. “Esa mujer me cambió. Antes, era una persona que sólo daba dinero, pero ella me hizo despertar y convertirme en alguien que puede ayudar a que las personas tomen el control de sus vidas”, recuerda Jamila. Motivada por su experiencia e inspirada por la influencia de la educación que recibió en su vida, Jamila sintió la necesidad de ayudar a otras mujeres a encontrar la independencia, a través del aprendizaje.
A su regreso a Kabul en 2002, Jamila fundó la Organización Noor para el Desarrollo Educativo y de Capacidades (NECDO, por sus siglas en inglés - Noor Educational and Capacity Development Organization), que brinda clases de alfabetización para las mujeres. “Noor”, que significa luz, simboliza la iluminación que esperaba como resultado. Adoptó un enfoque islámico de la educación que resultó exitoso en los campos de refugiados de Peshawar. Cuando intentó establecer los centros de alfabetización para las mujeres en su provincia natal de Gazni, se encontró con problemas en la comunidad, especialmente con los imanes de las mezquitas.
Jamila invitó a uno de los imanes a visitar su centro, pero él se sintió avergonzado por el hecho de reunirse con una mujer y se negó. Ella le explicó que proveía educación a las mujeres sobre el islam y le dijo: “Si puede encontrar un solo versículo del Corán o del Hadiz que declare que la educación es mala para las mujeres, entonces lo detendré ahora mismo y le entregaré las llaves del centro”. El imán quedó impactado por su conocimiento del islam. Así, él mismo alentó a la comunidad para que permitieran que sus esposas e hijas visitaran el centro.
Inspirada por esta interacción, Jamila continuó comprometiendo a otros imanes con los derechos de las mujeres desarrollando, eventualmente, capacitaciones a fin de dar cuenta las disparidades entre los géneros, específicamente, para líderes religiosos. También, en colaboración con la Iniciativa Islámica de Mujeres en Espiritualidad e Igualdad, se desarrolló y se compartió con los imanes de todo el país un manual sobre el tema. Actualmente, más de 6.000 imanes han participado de esta formación, muchos de ellos imparten las enseñanzas en sus comunidades, donde ahora las mujeres pueden acceder a la educación.
Jamila encuentra inspiración en el creciente número de mujeres empoderadas en Afganistán. Sin embargo, sabe que el trabajo de su vida está lleno de obstáculos. A medida que los logros de su organización, NECDO crecen, ella y su familia reciben un creciente número de amenazas de muerte. Aun así, mantiene su compromiso con la construcción de una sociedad mejor para las futuras generaciones. Jamila sabe que ninguna solución es instantánea. “A veces es un largo viaje, pero cuando ves que la dignidad de una persona es denigrada por otros seres humanos, puedes salvarla ofreciendo respeto por la humanidad.
Ver a estas mujeres que logran un cambio exitoso en sus vidas y los efectos en toda una comunidad, le dan fuerzas a Jamila para continuar. “Cuando educas a una mujer, estás educando a una familia entera. Sus aprendizajes son compartidos. Si enciendes una vela, esta puede iluminar a otras a su alrededor. Esa es la clave para una sociedad iluminada”.
Jamila Afgani es finalista del Aurora Prize for Awakening Humanity 2017. En representación de los sobrevivientes del Genocidio Armenio y como gratitud hacia sus salvadores, el Premio Aurora tiene como objetivo generar conciencia pública sobre las atrocidades que suceden en el mundo entero y recompensar a aquellas personas que trabajan para abordar esas grandes problemáticas de una forma real y sustancial. La Gratitud en Acción ocupa un lugar central para la Iniciativa Humanitaria Aurora. Innumerables sobrevivientes de todo el mundo le deben su oportunidad en la vida a la generosidad de otras personas. A través de la Gratitud en Acción, los cofundadores de la Iniciativa Humanitaria Aurora desean inspirar a todos aquellos que han recibido ayuda en momentos de crisis a expresar su gratitud al ofrecer una asistencia similar a otras personas.