Durante el Genocidio Armenio, la ciudad de Alepo se convirtió en el principal centro de convergencia de las rutas de deportación. Las caravanas que sobrevivieron la intrincada travesía, comenzaron a llegar a esta zona en mayo de 1915. En un informe del 5 de junio, el cónsul norteamericano en Alepo, Jesse Jackson, expresó: “Hay oleadas continuas de armenios que desembocan en Alepo, procedentes de los pueblos y las aldeas aledañas…El gobierno no les facilita animales, por lo tanto aquellos que no tienen la suerte de disponer de un medio de transporte, se ven obligados a hacer el trayecto a pie”.
Muchos no tenían lugar donde refugiarse. Un deportado de Sivas, llamado John Minassian reveló en las memorias escribiera décadas más tarde, que encontró refugio, por un corto tiempo, en el patio de la casa del Reverendo Hovhannes Eskijian en Alepo, donde “había unas 20 familias hacinadas… estaban todos en ruinas y de a poco se iban muriendo de hambre o por falta de atención. Casi sin vida, tenían poca protección en este lugar, pero encontraron en el Reverendo a un amigo”. Según un testigo, Hayg Toroyan, “Los armenios de Alepo aceptaban a los deportados con los brazos abiertos. Les abrían las puertas de sus casas… Sin embrago, las calles, los campos y las esquinas olvidadas de la ciudad estaban repletas de miles de personas desahuciadas cuyos hogares habían sido destruidos”.
En la ciudad de Alepo, la comunidad armenia de 10.000 personas se movilizó para brindarles asistencia a los deportados. Al principio, la Iglesia Apostólica Armenia de la ciudad improvisó medidas para ayudar a los refugiados a medida que arribaban. El 24 de mayo, la iglesia comenzó una labor mucho más coordinada. Invitó a un grupo de líderes de la comunidad a que formaran un Consejo para los Deportados (en lo sucesivo, el Consejo) encargado de “ocuparse de las necesidades económicas, morales y médicas inmediatas” de los armenios recién llegados.
Las iglesias católica y evangélica armenias de la ciudad lanzaron sus propias iniciativas de ayuda y esfuerzos coordinados atendiendo las necesidades que surgían. El cónsul norteamericano, Jesse Jackson, fue testigo de esta corriente de apoyo por parte de la comunidad desde el principio y les informó a sus superiores que el 5 de junio los deportados “están recibiendo atención dentro de la ciudad por la población armenia que empatiza con ellos”. En otro informe, detalló que: “Cada comunidad religiosa cuenta con una comisión de ayuda para cuidar a los suyos”.
El Consejo, inmediatamente confeccionó listas de los deportados en Alepo y en los pueblos y aldeas vecinas para determinar las necesidades inherentes a la vivienda, el alimento y la salud. Desde el comienzo, el Consejo se ocupó de que los esfuerzos no se limitaran ni a la ciudad, ni a la provincia de Alepo, por el contrario, se enviaban ayuda y misiones incluso hasta Deir Zor. Como la Iglesia Apostólica Armenia no tenía presencia allí, la Prelatura Católica Armenia de Deir Zor actuó como socio local y la comunicación entre las dos partes se llevó a cabo por medio de telegramas que la Prelatura Católica Armenia en Alepo le enviaba a su par en Deir Zor. El Catolicós de Cilicia, Sahag II Khabayan, que el 28 de mayo había llegado a Alepo, proveniente de Adana, tuvo un papel fundamental en los esfuerzos de ayuda.
La comunidad Armenia de Alepo intentó, incluso, cambiar la política de deportación del gobierno en mayo y junio de 1915. En primer lugar, presentó una apelación ante el Ministro Otomano de la Armada y Comandante del Cuarto Ejército, Kemal Pashá, a fin de evitar que los deportados armenios que encontraron refugio en la ciudad sean deportados nuevamente al desierto. Al no recibir respuesta alguna, las autoridades de la comunidad apelaron esta vez ante el Primer Ministro, el Ministerio de Guerra y el Ministerio del Interior, suplicándoles que les pusieran fin a tales órdenes. Tras no recibir respuestas tampoco de la capital, el Consejo envió una apelación más, dirigida al propio Sultán y firmada por las mujeres deportadas. Sin embargo, las deportaciones continuaron.
El Catolicós enseguida se dio cuenta de que poco se conseguiría con las apelaciones ante las autoridades turcas otomanas. En una carta del 19 de julio dirigida al Patriarca Armenio de Estambul, Zaven Der Yeghiayan, el Catolicós escribió: “El pueblo [armenio] ha enloquecido; no logra comprender la dimensión y la naturaleza del dolor… Me presionan para que apele ante el Sultán y la elite. Me presionan para que envíe telegramas pidiendo pan para los hambrientos, pero se que cada apelación, cada acto de súplica es inútil y lo único que hace es abrir la puerta a medidas más estrictas y a más maldad”.
El gobierno de inmediato tomó medidas contra los esfuerzos de ayuda de la comunidad armenia en Alepo, encarcelando a varios líderes, enviando a otros al exilio, incluso a miembros del clero y hasta al Catolicós, quien fue enviado a Jerusalén. Durante los meses que siguieron, decenas de miles de deportados morirían en campos de concentración de la Siria Otomana, principalmente a lo largo del río Éufrates y en Ras al-Ain. En el verano de 1916, alrededor de 200.000 sobrevivientes serían masacrados en Deir Zor.
Aún así, las redes humanitarias desplegadas en Alepo lograron anclar a miles de deportados armenios a la ciudad. Se utilizaron diversas estrategias, en especial, emplear a deportados sin goce de sueldo en fábricas y hospitales que servían a las fuerzas armadas y obtener permisos de autoridades locales para abrir y ampliar orfanatos que albergaban a miles de niños armenios. Esta red, cuyo núcleo estaba formado por líderes cívicos y religiosos de la comunidad armenia, fue reforzada por misioneros y otros ciudadanos extranjeros que vivían en la región y, en ocasiones, fue respaldada por diplomáticos occidentales.
Hasta el fin de la Primera Guerra Mundial y aún en los años posteriores, la red de ayuda continuó apoyando a los miles de deportados que lograron de una forma u otra, desaparecer en el tejido de la metrópolis o buscar refugio en orfanatos y centros comunitarios, escapando así el trágico destino de volver a ser deportados al desierto. Gracias, en gran parte, a los esfuerzos de la comunidad armenia de Alepo, miles de armenios lograron sobrevivir al genocidio y reconstruir sus vidas en la diáspora.
Foto: Padre Haroutyoun Yessayan (centro), quien presidió el Consejo hasta que las autoridades turco-otomanas lo arrestaron. (Fuente: Biblioteca Nubarian, París).