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Anna Mazmanian

Anna Mazmanian

Anna Mazmanian, bloguera, cocinera y fundadora del proyecto gastronómico Food Adventures, dedica todo su tiempo al estudio y a la revalorización de la cocina de su patria, puesto que su historia familiar está estrechamente ligada a la cultura armenia y a los acontecimientos de un pasado remoto.

Anna Mazmanian es graduada del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú y estudió Ciencias Políticas y Economía Internacional en la Universidad de Harvard. Durante más de cinco años trabajó en gobierno corporativo, haciendo consultoría en las principales empresas rusas que se preparaban para la oferta pública inicial. Pero confiesa que siempre le gustó cocinar y piensa que, como la preparación de la comida insume mucho tiempo de nuestra vida diaria, debería hacerse de una manera más profesional. 

En 2010 Anna comenzó a estudiar la industria hotelera y el arte culinario: trabajó como pasante en el Ritz de Egipto, en el Kanuhura de Maldivas, en el hotel Schweizerhof de Suiza y en los restaurantes Lenotre, Tres sorella e Il Ritrovo de Francia e Italia, entre otros. En sus viajes alrededor del mundo, imaginaba cómo se vería un hotel similar en Armenia, su patria, o qué tipo de materia prima podría conseguir. Habiendo adquirido la experiencia necesaria, Anna decidió dedicarse al desarrollo de esta industria en Armenia.

 

El legado del Genocidio

Hace exactamente 100 años, las persecuciones de los armenios en el Imperio Otomano alcanzaron su punto más álgido. Aprovechando el caos de la Primera Guerra Mundial, en 1915 los Jóvenes Turcos al frente del Imperio organizaron el Genocidio de Armenios en Armenia Occidental. En 1918, luego de haber cruzado la frontera entre Rusia y Turquía, continuaron su persecución en Armenia del Este.

“Lo cierto es que el Genocidio afectó a casi toda mi familia. Los parientes de mi padre eran todos de Armenia del Este. El abuelo de mi padre era de Kazhavan, al sur de Kars. La familia había dejado esas tierras incluso antes del Genocidio. En un intento por escapar a las posibles matanzas, la familia se trasladó más allá de la frontera, a Alexandropol (actual Gyumri), mucho antes de la Primera Guerra Mundial. Mi tatarabuelo se llamaba Yegor Mazmanian. Era propietario de varias cafeterías en Gyumri en las que empleaba alemanes. Vendían pastelería europea y mermeladas caseras. Creo que, por entonces, era algo bastante inusual”, cuenta Ana.

                                 Foto de la boda de Yegor Mazmanian y Aistan Virabian

“La familia materna de mi padre, mi bisabuelo Garegin y mi bisabuela Tazagül Arakelyan, también provenían de Kars. Garegin era una de esas personas que sabía planificar con antelación, por lo tanto se dio cuenta enseguida que la situación empeoraría, que se avecinaban tiempos difíciles para los armenios y que tenía que ir en busca de un sitio seguro. Era comerciante y dicen que, incluso, contaba con una embarcación propia para el transporte de las mercancías, así fue que la familia se trasladó a Tbilisi, Georgia”, dice Anna.

La tragedia del Genocidio golpeó aún con más fuerza al lado materno de la familia Mazmanian. Anna conoce la historia de su abuela y la cuenta como si ella misma hubiera sobrevivido a esos hechos lejanos.

“El nombre de mi bisabuela era Tamara Arzumanyan. Me acuerdo muy bien de ella y de las historias que solía contarme. Se podría decir que crecí con ellos. Mi bisabuela nació en 1907 en Igdir, cerca de la frontera entre Rusia y Turquía. Durante el Genocidio, ella era todavía una niña, por lo que su memoria bloqueó todos los episodios trágicos. Quizás sea por eso que no hablaba en detalle del escape en sí; pero me habló mucho de cómo vivía su familia, cómo era su casa y que sus niñeras hablaban francés. Era la décima hija mujer de una familia de 12 hijos; después de ella nacieron dos varones. Tamara recibió un amor inmenso; su padre la adoraba. Recuerdo que me dijo, “A pesar de que éramos diez niñas en nuestra familia y que nuestro padre Tigran siempre quiso un hijo varón, cada vez que nacía una hija mujer, él felicitaba a nuestra madre y contrataba músicos que tocaban la zurna y el dhol. Tenía tiendas en todo el pueblo’,”  recuerda Ana.

La bisabuela de Anna, Tamara Arzumanian; su abuela, Irina Darbinyan; su madre, Siranush Gabrielyan y Anna

“El Artista del Pueblo de Armenia” Eduard Isabekyan, que le dedicó muchos lienzos hermosos a su ciudad natal, hace alusión en sus memorias a la vida de Tigran Arzumanian (Arzumanents) en Igdir antes del inicio de las persecuciones: “La gente sentía una especie de ansiedad, cierta pesadez, una sensación inexplicable en el aire. Era algo que nadie podía explicar. Este sentimiento no encajaba con su gente, su increíble... compostura, o fue indiferencia...Pero ni la ansiedad, ni la premonición podían impedir que Tigran Arzumanents y sus diez hijas...se sentaran en el balcón por las noches, para disfrutar de la fresca brisa, beber una taza de té con sus dulces favoritos y, a falta de conversación, tener monólogos internos”.

Pero la amenaza finalmente llegó a Igdir. Decenas de miles de refugiados armenios comenzaron a llegar a la ciudad provenientes de Armenia Occidental. Había hambre y cólera. Al poco tiempo los habitantes de la ciudad tuvieron que dejar su patria –los turcos avanzaban matando a todo aquel que apareciera en su camino. Las calles de Igdir se cubrieron de los cadáveres de quienes se quedaron atrás.

 

Héroes entre nosotros

La familia de Anna se salvó de las matanzas gracias al comandante militar General Dro Drastamat Kanayan; junto con sus milicianos, cubrió la retirada de la población civil. El General Dro fue uno de los miembros más conocidos del movimiento de liberación nacional armenio de principios del siglo XX. 

Una noche, poco antes de que los turcos ingresaran en Igdir, Dro fue a la casa de los Arzumanyan  y les dijo, “Cuentan con horas para salvarse”. Esa noche, al más pequeño de los hermanos lo dejaron olvidado durmiendo en su cuna. Los padres de Tamara, Tigran y Aikandukht, se percataron a mitad de camino mientras dejaban la ciudad. En toda la confusión, pensaron que alguna de las niñeras o de los sirvientes tenía al niño. Los milicianos tuvieron que regresar y traer al pequeño.

“La abuela Tamara me contó que cuando juntaron sus cosas, pensaban que se iban por unos pocos días. No se dieron cuenta de que se iban para siempre, para toda la vida. Más tarde les diría a sus nietas, ‘Enterramos todos los objetos de valor que tenía nuestra familia en la casa bajo el nogal’. Ella lo describiría todo, la casa y el árbol. Cosieron las joyas en los dobladillos de las faldas. Tamara sabía que su padre también tenía cuentas en bancos suizos, pero en épocas soviéticas, tenían miedo de mencionar su antigua riqueza”, dice Anna.

Su bisabuela nunca habló mal de los turcos y nunca recordó el dolor que causaron. “Pero al mismo tiempo, a pesar de saber turco, nunca pronunció una sola palabra en esa lengua”, recuerda Anna. “Había veces que quería decir la palabra ‘tenedor’ o ‘pan’ en turco, pero se resistía”.

Después de recibir la advertencia, la familia se trasladó primero a Echmiadzin y luego a Ereván. Tuvieron la oportunidad de mudarse a Estados Unidos, pero la tatarabuela de Anna, Aikandukht, la rechazó de plano, sosteniendo que debían permanecer en su tierra mientras la tuvieran.

Anna cuenta que su bisabuela Tamara conservó su amor por las cosas bellas hasta el día que murió. “En la calle Tumanyan de Ereván, mi bisabuela tenía un departamento muy hermoso, allí fue donde creció mi abuela, Irina Darbinyan”, relata Anna. “Por lo que ahora entiendo, mi bisabuela intentó recrear la casa que tenían en Igdir, razón por la cual trataba a las telas, la vajilla y los muebles con tanta reverencia”.

El destino de la familia de Anna del lado de su bisabuelo materno, David Darbinyan, fue aún más trágico. También nació en Igdir, pero sus familiares no tuvieron tiempo de salir de la ciudad antes de las masacres. “Las únicas personas que sobrevivieron fueron él y su madre. Escaparon hacia el pueblo de Mrgashat, donde fueron recibidos por una familia de aldeanos. Todos sus tíos y demás parientes vivían en el mismo vecindario. Fueron reclutados y enviados a la guerra, donde murieron. Mi tatarabuela murió joven y David fue criado por Osan, una hija de la familia que les dio refugio. Era tan solo ocho años mayor que David, pero toda la familia la consideraba como su madre”, explica Anna.

                                          Bisabuelo de Anna, David Darbinyan

Anna recuerda las cenas y los banquetes que su abuela preparaba para toda la familia. “La abuela Tamara era una persona maravillosa; a pesar de todo lo que vivió, era muy alegre, era el alma de la fiesta. Su casa solía estar siempre llena de invitados y ella tenía un espíritu optimista”. Según Anna, su abuela creía que cada nueva generación de su familia debía ser más próspera que la anterior. “Estoy intentando llevar una vida que sea digna de mis antepasados para no decepcionarlos”, agrega Anna.

 

La religión, el idioma y la cocina

Anna Mazmanian está convencida de que los armenios no corren peligro de ser asimilados por otra cultura en tanto conserven su religión y su lengua: “Mis hijos, que tienen seis y siete años de edad, comenzaron recientemente a estudiar armenio y ahora me dicen, ‘Tal vez no deberíamos estar viviendo en Moscú. Nosotros somos armenios, deberíamos vivir en Armenia’”.

“Creo que hoy el mundo ha cambiado y se puede vivir en cualquier lugar –para estudiar, para trabajar–, en cualquier lugar que uno se sienta cómodo. Pero al mismo tiempo, uno debe recordar siempre quién es, de dónde es y quiénes fueron sus antepasados; saber sus nombres, dominar su lengua, oral y escrita, y conocer su historia”, dice Anna.

                                                                 Anna Mazmanian

Como cocinera y fundadora de un proyecto gastronómico, Anna está convencida de que el tercer pilar de la identidad armenia es su cocina. “Tengo la teoría de que fue la comida lo que ayudó a los armenios a sobrevivir. Cuando estudié artes culinarias, empecé a pensar cada vez más en Armenia, que tiene un enorme potencial (pero pocas oportunidades), para desarrollar su tradición culinaria. Incluso quienes residen allí saben poco acerca de la cocina autóctona. Desde hace un tiempo a esta parte ha habido este tipo de cocina armenio-soviética de todos los días, pero muchos platos autóctonos han sido olvidados y ya no se cocinan”.

Anna se esfuerza por seguir la tradición culinaria, al igual que las tradiciones religiosas y culturales y cree que las tres forman un todo: “Intento cocinar platos tradicionales para las festividades, porque los banquetes de los días de fiesta, la sensación de degustar la comida, el simbolismo, todo esto queda marcado en la memoria de los niños. Ellos recordarán, por ejemplo, que la Pascua siempre significa pescado, pilaf de arroz con frutos secos, huevos de colores y envoltorios. Su lengua, su historia y la degustación de los sabores siempre les recordarán quiénes son”.

“¿Por qué tenemos estos postres y no otros? Porque venimos de las montañas y nuestros antepasados hacían esos pasteles, para que los pastores pudieran llevarlos, seguros de que no se echarían a  perder”, explica Anna.

La guardiana de las antiguas tradiciones hogareñas, Anna Mazmanian está convencida de que los armenios tienen un gran futuro por delante gracias a su “gen de supervivencia”: “Cuando mis hijos son incapaces de hacer algo y se quejan, les digo: ‘Sus antepasados vivieron épocas terribles; sobrevivieron y mantuvieron la fe en sí mismos y no hicieron todo eso para que ustedes se quejen ahora por nimiedades’. Los armenios somos muy conscientes de nosotros mismos, pero nos gusta mirar demasiado al pasado. Al mismo tiempo, creo que no sabemos mirar hacia adelante, no vemos más allá del horizonte. Estoy segura de que en pos del desarrollo futuro, debemos decirnos a nosotros mismos, ‘Disfrutemos de la vida hoy, ¡pero hagamos planes para los próximos 30 años!’” 

 

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.