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Sean soldados o rebeldes: el cirujano de guerra egipcio sólo ve dolor

Sean soldados o rebeldes: el cirujano de guerra egipcio sólo ve dolor

Como cirujano de guerra, Mohammed Elgazzar se ha dedicado a salvar vidas desde los 30 años. Mohammed nació en 1965 en Garbia, Egipto y hoy miles de pacientes le deben su salud y su bienestar. “Al salvar una vida humana, se está salvando a la humanidad a los ojos de Dios. Eso es lo que nos enseña el Corán”, dice Mohammed. “Todos tienen derecho a vivir y a recibir ayuda, sin importar la religión, la nacionalidad o el color de piel”.
 

En constante movimiento entre varias zonas de conflicto, Mohammed no puede imaginarse un estilo de vida diferente. En 1994 la Agencia de Asistencia Médica Árabe lo envió a Yemen, cuando estalló la guerra civil.

 

                                                Mohammed Elgazzar en Yemen en 1994

En 1996 trabajó como cirujano de guerra en un hospital árabe de Makeni, una ciudad de Sierra Leona, en África occidental. Ésta fue la primera de muchas experiencias que más tarde recordaría como las peores de su vida. En 2013, Mohammed y sus colegas fueron capturados en un bombardeo de área en Siria mientras intentaban evacuar heridos desde Alepo hacia un hospital de campaña cerca de la frontera con Turquía. "Llovían bombas por todas partes, detrás nuestro, adelante nuestro, las manos del conductor de la ambulancia temblaban de miedo. No sabía qué camino tomar". Milagrosamente, todo el personal médico sobrevivió al ataque, pero Mohammed perdió a dos colegas, a un conductor y a una enfermera, en los recurrentes bombardeos de área. 

 

         Mohammed Elgazzar durante una operación en un hospital cerca de Alepo, Siria

Más tarde ese mismo año, Mohammed fue testigo de asesinatos en masa en Egipto. El Presidente Mohamed Morsi fue derrocado en julio de 2013 y al poco tiempo estallaron enfrentamientos continuos entre las fuerzas de seguridad egipcias y los partidarios de los Hermanos Musulmanes, que mantenían estrechos lazos con Morsi. El conflicto culminó en una masacre el 14 de agosto en la Plaza de Al-Adawiya Rabaa del Cairo, causando la muerte violenta de cientos de personas, incluyendo mujeres y niños. La Agencia de Ayuda Humanitaria del Sindicato Médico de Egipto y la Agencia de Ayuda Humanitaria de la Unión Médica Árabe enviaron a Mohammed y a su amigo, el jefe del hospital de campaña en Siria, Dr. Ahmad Hamad, a una clínica de Rabaa, Egipto. "Estábamos en Egipto para recuperarnos de los combates en Alepo. Mientras estábamos ayudando a los heridos en las calles, Ahmad recibió un impacto de bala en la cabeza. Perdí a un buen amigo ese verano", dice Mohammed. "Fue uno de los episodios más traumáticos de mi vida".

 

                             Mohammed se unió a la Cruz Roja en una misión en Sudán del Sur

En 2015, Mohammed se unió al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y fue enviado a Juba, Sudán del Sur y, luego, a la frontera de Siria con Jordania. Su cargo más reciente es el de responsable médico en el manejo del trauma y del paciente quirúrgico en la oficina europea de la ONU / OMS en Gaziantep, Turquía.

 

Mohammed ofrece un curso de gestión de desastres por armas químicas para los médicos sirios en Turquía, justo antes de un ataque químico en Ghouta, Siria

 

 

Un niño y su primer intento en cirugía

"Desde que era niño supe que tenía lo que se necesita para ser un cirujano de guerra. En gran parte, mi niñez me hizo la persona que soy hoy", explica Mohammed. Mi madre criaba pollos y los más pequeños siempre se alejaban. Cuando llegué a casa un día, vi un polluelo en el suelo que estaba ensangrentado y chillaba. Alguien lo había pateado en la panza con tanta fuerza que se le había desgarrado la piel y las entrañas le colgaban. Me dio tanta tristeza que tenía ganas de llorar", recuerda. Tomó una aguja y un hilo y sosteniendo firmemente al polluelo, empujó las tripas hacia adentro y le cosió la herida. Después de la operación, el pollito caminó un poco alrededor de la habitación antes de caer muerto. "Como cirujano, hoy sé que no se hace así, debido al riesgo de infección, pero en ese entonces..." recuerda Mohammed.

Después de su primer intento fallido de salvar una vida, Monhammed sufrió una pena aún más grande: su madre moriría de cáncer intestinal sólo dos años más tarde. La vio sufrir durante el curso de su enfermedad y recuerda, como si fuera ayer, el tiempo que pasó en el hospital.  "Ella siempre quiso ser médica," dice.

 

 

       Mohammed ofrece cursos para personal médico con recursos escasos 

Después de graduarse de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alejandría en 1989, Mohammed trabajó algunos años como cirujano residente en su ciudad natal. Cuando terminó el postgrado en cirugía y después de casarse a la edad de 30 años, decidió dedicarse a la cirugía en Sierra Leona, a donde se trasladó con su esposa embarazada.    

Soportando pérdida tras pérdida

En el momento en que llegaron a la ciudad de Makeni, ubicada 130 km al noreste de Freetown, la capital del país, Mohammed comenzó a experimentar síntomas de malaria. La medicina que le dieron no le hizo efecto y la fiebre le seguía subiendo. "Le expliqué a mi esposa lo que debía hacer si yo moría y le prometí que regresaríamos en dos meses si por milagro lograba recuperarme", recuerda. Contra todo pronóstico, Mohammed logró sobrevivir, pero los dos meses se convirtieron en dos años. Fue durante este tiempo, que perdió a su primogénita, una niña que murió durante el parto. “Yo era el único cirujano en el hospital y dentro de un radio de varios kilómetros. Nuestras condiciones de vida y el equipamiento del hospital eran sumamente precarios. Con solamente dos horas de electricidad al día, tuve que asistir en el parto sólo, a la luz las de velas, lo que no me permitió ver que el bebé se había enredado con el cordón umbilical”. 

 

 

 La casa de Mohammed y hospital cerca de la selva en Makeni, con  precarias condiciones de vida

Mohammed lamenta profundamente esta pérdida y se queda un largo rato en silencio. Con voz temblorosa, continúa: “Los primeros meses fueron difíciles, pero mi esposa pronto quedó embarazada otra vez. Tratamos de no pensar demasiado en ello”. El segundo hijo, un varón al que llamaron Omar, nació saludable. Hoy, con 18 años de edad, Omar está estudiando odontología en la universidad. 

Sin embargo, cuando tenía tan sólo seis meses, sus padres temieron por su vida y por la propia. “Vivíamos muy alejados del centro de Makeni, al lado de la selva, por lo que tardábamos en recibir las noticias. Cuando la directora de la CICR abandonó el país, me advirtió que los rebeldes estaban avanzando sobre Makeni y nos recomendó que empacáramos todo y nos fuéramos”. Mohammed intentó convencer a otros miembros del personal de que se fueran, pero como se negaron, decidió irse solo.

A la mañana siguiente cargó las valijas, a su hijo y a su esposa en la Land Rover. “Cuando encendí el motor, vi un vehículo con hombres armados a 150 km de distancia, que se dirigía hacia nosotros. Gritaban: '¡Deténgase! ¡Deténgase!' y nos apuntaban con armas”. Perder el automóvil habría sido un golpe fatal para la familia, así es que  Mohammed decidió encarar al líder. 

"Reconocí su rostro, porque dos días antes lo había atendido a él y a su esposa. Enojado, le pregunté cómo era capaz de hacerme esto, después de que yo mismo lo atendí. Dijo algo que no entendí, pero los gestos amenazantes de sus camaradas fueron bastante claros. Los rebeldes tomaron mi automóvil, incluyendo los papeles que había dejado dentro", recuerda Mohammed.  

Fuego no tan amistoso

"Después de unos 90 minutos, escuchamos más disparos. No tenía nada más para ofrecerles, así que los rebeldes debían haber salido a violar y matar. Escondí a mi esposa y a mi hijo debajo de la cama, trabé la puerta de la habitación, tomé un cuchillo de lanzar africano que usaba para cortar ramas y me paré delante de la puerta. Solamente sobre mi cadáver entrarían en la habitación. A medida que los rebeldes se acercaban a la casa, el tiroteo se volvía cada vez más fuerte. “Fueron los momentos más aterradores de mi vida”, recuerda Mohammed. 

“La puerta se abrió de golpe y oí a un hombre árabe que gritaba: ‘Somos nosotros, Dr. Mohammed, no se asuste’”. Los hombres armados eran soldados del ejército nacional, enviados por el jefe de la comunidad árabe, Ali Hassan, para buscar a Mohammed. Tenían órdenes de llevarnos a la casa de Ali, en la capital. “Ali había visto mi automóvil en la ciudad y se dio cuenta de que estaba en peligro”, explica Mohammed.  

Una vez en lo de Ali, Mohammed notó que los rebeldes tenían rodeada la casa y les exigían $13.000 y el automóvil de Ali. “Ali Hassan, un hombre apreciado en la ciudad, se negó a acceder a los pedidos. Los rebeldes comenzaron a disparar y una bala me rozó la oreja. Un hombre se derrumbó detrás mío. Le supliqué a Ali que se rindiera y eventualmente lo hizo. A cambio, convenció a los rebeldes de que nos escoltaran a la frontera con Guinea, cerca de Conakry, en unos camiones viejos. Más de 100 personas habían buscado refugio en la casa de Ali. Mientras subíamos a los camiones, nos atacaron con gases lacrimógenos, haciendo que todos lloraran. “Todo lo que podía hacer era lavarles los ojos”, se lamenta Mohammed. 

El viaje por la selva hasta Conakry llevó dos días. El agua y los alimentos eran escasos y de a ratos los rebeldes los retenían. “Teníamos poco dinero, pero con lo que nos quedaba compramos nuestra libertad. Para saciar la sed y satisfacer el hambre, tomábamos naranjas de los árboles. Allí fue cuando encontramos a dos mujeres en un matorral, que habían sido víctimas de robo y violación. Las llevamos con nosotros.  Formaban parte de la organización francesa Acción contra el Hambre”, recuerda Mohammed.

 

 

                       Miembros de la comunidad árabe escapan a Conakry en viejos camiones

Después de estos episodios traumáticos vividos en 1998, la familia se mudó a Rusia para poder recuperarse. La esposa de Mohammed sufrió de síndrome de estrés postraumático. Después de unos meses, Mohammed regresó a Sierra Leona, donde lo necesitaban. Esta vez, fue sin su esposa.

 

 

 

                                Mohammed junto con su esposa y su hijo en Moscú 

En los años que siguieron, operó a cientos de heridos y enfermos en Sudán del Sur, Siria y Egipto. “En muchas ocasiones me enfrenté a la muerte, pero sobreviví. Todos tenemos una hora en la cual vamos a morir, yo voy a morir cuando llegue mi hora”, dice.