Muchos héroes humanitarios prefieren evitar ser el centro de atención. A veces, realmente se ven obligados a ocultar sus actos, como los turcos que en secreto escondieron armenios durante el Genocidio o los alemanes que albergaron judíos durante la era fascista. A lo largo de la historia, miles arriesgaron sus vidas y murieron sin reconocimiento. El objetivo del equipo de investigación del “Silent Heroes” Memorial (Monumento a los “Héroes Silenciosos”) es descubrir sus historias y rendirles homenaje a través de una exposición en la ciudad de Berlín.
Cuando en la década de 1980, Barbara Schieb comenzó a investigar la temática del rescate de los judíos en la Alemania Nazi entre 1933 y 1945, ella y su colega, Martina Voigt, se enfrentaron al escepticismo y la reserva. “Las personas rechazaban y descartaban categóricamente la idea de ser considerados héroes, argumentando que la ayuda al prójimo era el camino de acción más lógico a seguir. No tomaban dimensión de la importancia de lo que tenían para contar. Lo primero que tuvimos que hacer fue ganar su confianza y hacerles entender lo que realmente queríamos de ellos”, dice Barbara, becaria de investigación en el German Resistance Memorial Center.
Un tiempo atrás las investigadoras descubrieron por qué las personas eran tan cautelosas. “Estábamos haciendo exactamente las mismas preguntas que la Gestapo había hecho todos esos años. Estábamos pidiéndoles información que habían tenido que mantener en secreto durante muchos años. Sus mentes estaban condicionadas a la imposibilidad de revelar sus secretos”, comenta Barbara.
Varias instituciones públicas financiaron el proyecto, incluyendo al Berlin Research Center on Anti-Semitism y al German Resistance Memorial Center. En el presente, las increíbles historias de estos salvadores pueden encontrarse en el “Silent Heroes” Memorial en Berlín. La mayoría de las personas nunca había escuchado estos nombres.
El monumento tiene un doble propósito: contar las historias de valentía nunca contadas y ponerlas al alcance del público en general.
“Se han registrado aproximadamente 900 historias, y eso es sólo la punta del iceberg”, agrega Barbara.

Elisabeth Abegg |
Elisabeth Abegg
Nacida en Estrasburgo, Alsacia en 1882, Elisabeth Abegg fue una de las pocas mujeres en obtener un título de post-doctorado en aquellos tiempos. Después de finalizar sus estudios de Historia y Lenguas Antiguas, enseñó en varias escuelas secundarias y fue vocera de los derechos de las mujeres.
“Ella fue fiel defensora de la democracia, detestaba a los Nazis, y estaba cada vez más preocupada por el destino de sus estudiantes. Sin poder hacer nada, tuvo que contemplar cómo los alumnos y colegas judíos eran expulsados de su escuela. Cuando su gran amiga, una mujer judía, fue deportada, ella prometió que ayudaría a los judíos. Esa fue su motivación”, explica Barbara.
A fines de la década de 1930, fue denunciada durante una de sus clases por un grupo de alumnos que eran fanáticos nazis. Cuando afirmó que los soldados ingleses habían sido tan valientes como los soldados alemanes, fue obligada a jubilarse de manera anticipada. “Lo que le dio cierto margen de acción fueron sus buenos contactos con colegas honestos y confiables de su época de profesora. Construyó una fuerte red de colaboradores para ayudar a los judíos que habían sido forzados a la clandestinidad. Incluso adoptó a una niña judía que sobrevivió gracias a esconderse en su hogar. Elisabeth Abegg salvó a alrededor de 80 personas, pero sólo conocemos a 30 de ellos por su nombre”, comenta Barbara.
Los hermanos Ralph y Rita Neumann se encontraban entre los que fueron salvados. Pasaron a la clandestinidad en Berlín en febrero de 1943 y finalmente fueron entregados a la familia Wendland por miembros de la congregación local, pertenecientes a la red de Elisabeth Abegg. “Aquellos que permanecían escondidos tenían que desplazarse de un lugar a otro con cierta frecuencia para evitar ser encontrados. Elisabeth Abegg no solamente les proporcionaba refugio, sino que también, una vez por semana, les daba clases a los jóvenes judíos en la clandestinidad. ‘Le debo a Elisabeth Abegg el no haber terminado siendo un tonto’, escribió más adelante Ralph Neumann en sus memorias”, relata Barbara.
Entre 1943 y 1945 un gran número de judíos se vieron obligados a ocultarse.
Elisabeth Abegg continuó ayudando y nunca fue atrapada por el régimen nazi.
Ayudó a Rita Neumann a adoptar una nueva identidad haciéndola pasar por su sobrina ante la organización de Bienestar Popular Nacional Socialista. Gracias a esta decisión audaz, la oficina le emitió a Rita sus documentos y estampillas de comida, incluso podía trabajar legalmente. “Elisabeth Abegg era una persona muy creyente, una típica mujer prusiana, perfectamente capaz de distinguir entre una mentira piadosa y la obediencia ciega. La mayoría de los profesores de la época eran leales a los lineamientos del partido, pero Elisabeth Abegg era una mujer valiente, que tomó la decisión deliberada de ayudar a los desamparados. Gracias a sus acciones sobresale de entre la mayoría de sus excolegas. Vivió hasta la edad de 92 años”, concluye Barbara.

Marie Burde |
Marie Burde
Los socorristas provenían de todas las clases sociales: algunos eran pudientes, otros no. Sin embargo, había muchos más héroes pobres que ricos.
Marie Burde era una mujer chatarrera, pobre como un ratón de iglesia. No tenía hijos y vivía en un pequeño apartamento en el sótano de un conventillo en el barrio berlinés de Wedding, donde se ganaba la vida vendiendo periódicos. A pesar de su propia miseria, ayudó a tres jóvenes, los hermanos Joseph y un amigo de ellos, a sobrevivir a la época nazi.
Un día, tocaron a su puerta y le pidieron ayuda. “Marie Burde era una mujer muy extraña. No había nada en su apartamento que proviniera de animales, ni frazadas de plumas, ni carne de ningún tipo. Vivió una vida estrictamente vegana y dormía en pilas de papel. Era una mujer de un buen corazón y lo poco que tenía, lo compartía generosamente con los demás”, cuenta Barbara.
Marie Burde tenía un pequeño jardín en las afueras de Berlín, donde los tres hombres construyeron un improvisado refugio antibomba que usaron de escondite. Para poder proveerlos, Marie vendía las estampillas de racionamiento que le correspondían y con el dinero compraba cigarrillos y carne. Incluso después de la guerra, no perdieron contacto. Cuando Alemania se dividió, Marie se quedó en el sector soviético. “Muchos de los que sobrevivieron emigraron después de la guerra. Los hermanos Joseph, sin embargo, permanecieron en Berlín Occidental. Siempre que podían visitaban a su salvadora, y le brindaban ayuda económica en la medida de sus posibilidades”, continúa Barbara.

Agnes Wendland |
El alto precio de los intentos de rescate
Según Barbara, la mayoría de los intentos para salvar a judíos lamentablemente no prosperaba. Estima que hubo entre 7.000 y 8.000: “Cuando un judío era detenido, su destino estaba sellado. Caían en manos de la Policía Secreta del Estado Alemán y, desde 1942 en adelante, perdieron el derecho a un juicio en un tribunal ordinario, lo que significaba que estaban a merced de sus captores. Las sentencias iban del encarcelamiento a la muerte”. El destino de aquellos que los habían ayudado también era incierto. Podían ser enjuiciados, pero tenían que ser acusados de algún delito.
“Ocultar judíos no era un delito tipificado en los estatutos, por lo que la fiscalía inventaba otros delitos para que estas personas pudieran ser encontradas culpables y castigadas de todas formas. Estos delitos abarcaban desde sintonizar estaciones de radio enemigas o falsificar documentos, hasta violar regulaciones económicas en tiempos de guerra como por ejemplo comercializar productos alimenticios racionados en el mercado negro. Pero si se alojaba a gente que estaba en la clandestinidad, no había manera de evitar violar las regulaciones sobre raciones y alimentos”, señala Barbara.
La mayoría de los acusados fueron condenados a penas de cárcel, a veces en condiciones muy duras que implicaban arduos trabajos físicos. Algunos fueron encontrados culpables de alta traición por la elaboración o distribución de folletos.
Aquellos que negaban todos sus cargos y generalmente no podrían ser encontrados culpables ante un tribunal ordinario, eran enviados a campos de concentración sin el debido proceso. Algunos sobrevivieron, otros no.
En Berlín, fueron enviados a la famosa prisión de Große Hamburger Straße, que anteriormente había servido como un campo de tránsito donde se trasladaba a todos los judíos que iban a ser deportados. A principios de 1945, un salvador llamado Agnes Wendland estuvo recluido allí durante cuatro semanas. Helene Jacobs, una cristiana protestante que cumplió un rol activo en la clandestinidad, también fue capturada. Había estado ayudando al falsificador de pasaportes judío, Cioma Schönhaus, y era miembro comprometida de la Iglesia Confesionista, que contaba con sólidas redes y se oponía al régimen nazi. Estaba angustiada por el destino de los judíos, más aún después de haber trabajado como secretaria de un abogado judío en la década de 1930. El 11 de enero de 1944 fue condenada a dos años de prisión con trabajo forzado por un tribunal especial en Berlín y finalmente liberada en 1945.
Otros rescatistas sufrieron la misma suerte, sobreviviendo a pesar de las pésimas condiciones en los centros penitenciarios.

Una de las personas salvadas por Elisabeth Abegg, Ralph Neumann, 1946 |
Una especie diferente
¿Por qué estas personas se pusieron en riesgo para ayudar a otros? Barbara Schieb dice que la mayoría de ellos no tenía respuesta alguna a esta pregunta. “Para muchos de ellos, ayudar era el curso natural de acción a tomar, explicando que simplemente hicieron lo que pensaban que se debía hacer”, cuenta. Como científica, sin embargo, Barbara sabe lo que diferencia a estas personas: “Fue su actitud hacia el régimen nazi, rechazaban la ideología racial y no cerraron los ojos mientras muchos otros sí lo hicieron.
Los salvadores tenían consciencia política y humanitaria. Eran lo suficientemente valientes como para cuestionar la ideología y actuar según sus creencias, aunque con ello se enfrentaran a un grandes riesgos.
Otro rasgo característico de estos héroes es su humildad. No esperaban reconocimiento público por sus actos heroicos”. Sin embargo, estos premios son importantes: “Es una buena idea dar a conocer lo que estas personas lograron, y depende de cada uno sacar sus propias conclusiones al respecto. El mensaje que todo premio transmite es siempre el mismo: todos y cada uno de nosotros podemos ayudar”, concluye Barbara.