Serge Avedikian

Serge Avedikian

Visceralmente un hombre de su época, Serge ha hecho del diálogo armenio-turco un medio para reconectarse con sus raíces y una forma de viajar hacia al otro lado del espejo; un viaje que se hace más liviano porque poco le importan las fronteras y las banderas. Con los pies en la tierra y la mente en las nubes, Serge es un fuerte eslabón en la cadena infinita que une el pasado con el presente. 
 

 

Serge Avedikian interpretando a Sergei Paradjanov(2013) © DR

Serge Avedikian vino a personificar la riqueza del mundo teatral armenio. Erudito en todos los medios artísticos (cine, teatro y televisión), director y cineasta, este hombre apuesto, fuerte e introvertido, de mirada hipnótica, tiene muchas sorpresas bajo la manga.   

Su último gran golpe fue “Le Scandal Parajanov” (“El Escándalo Parajanov”), un largometraje que él mismo dirigió y protagonizó. Conoció de cerca al director de cine armenio Sergei Parajanov, a quien consideró, en buena ley, su padre espiritual. El inquietante parecido entre los dos dejaba al público admirado. Los dos hombres también comparten una misma visión artística, al igual que Parajanov y sus colages, a Serge le gusta coser fragmentos para crear una unidad.  

Se inspira en su experiencia armenia, una fuente de energía que sirve a su creatividad universal. 

Serge Avedikian es un ávido viajero, moldeado por su doble filiación, cuyo cuerpo y alma están constantemente influenciados por tres lugares geográficos. La Armenia actual, su lugar de nacimiento, donde transitó los primeros 15 años de vida; Francia, el país de adopción que sus padres amaron y que dejaron en la adolescencia para partir hacia el “paraíso armenio” y la aldea turca de Soloz, cuna de la familia Avedikian. 

Situada en un paisaje idílico, en las cercanías de Bursa, para Serge (nacido en Sahak) esta tranquila aldea es el lugar donde nació todo y el lugar al cual es imposible regresar. Volvió en tres oportunidades, con su cámara en mano, en 1987, 2003 y 2007, a la tierra de su abuelo paterno Avedis. No para escuchar los huesos romperse bajo la tierra, sino para preguntarles a los habitantes sobre un pasado que vive en el presente. Su documental titulado “Nous avons bu la même eau” (“Bebimos la misma agua”), sobre los rastros de vida armenia en Soloz, es fruto de un largo viaje interno siguiendo los pasos de lo innombrable y su negación.  

"Nous avons bu la même eau" (2008)

 

María, la santa

La abuela materna de Serge, Alice Tateossian (nombre de soltera Chorig), nació en Sebastia (actualmente Sivas, Anatolia Central) en 1914 o 1915, se desconoce la fecha exacta. Fue la única de su familia en sobrevivir al Genocidio. Fue salvada por la misionera Mary Graffam, quien le dio refugio, junto con otros miles de huérfanos y la rebautizó con el nombre de Alice. “Mi abuela consideraba a esta misionera como su propia madre. Vivió bajo la protección de Mary durante cinco años y estuvo a su lado en sus últimos días. Cuando Mary murió en 1921, le acarició el rostro y le dijo: ‘Adiós, mamá’”, recuerda Serge. Mary Graffam logró salvar a cientos de niñas armenias que corrían peligro de ser secuestradas y convertidas por sus vecinos musulmanes.    

En 1922, un año después de la muerte de su segunda madre, Alice partió rumbo a Grecia, donde permaneció hasta su adolescencia. Como tantos otros huérfanos armenios, buscaba un esposo por medio de fotografías. Por lo que a la edad de 16, se casó con un tal Mesrob Papazian de París, quien la eligió a ella de entre una pila de fotografías. 

 

Mary Graffam

Avedis de Soloz

 

“Durante un tiempo, la ciudad de Konya fue una sólida muralla contra las deportaciones gracias a su Gobernador Celal Bey”, dice Serge. Pero cuando Celal Bey fue destituido de su cargo el 3 de octubre de 1915, las deportaciones se reanudaron. Por toda el área se extendió el rumor de que era peligroso permanecer en la ciudad y que los armenios deberían dispersarse hacia los pueblos aledaños. La orden era “No continuar en dirección a Der el-Zor, con las caravanas y los trenes, sino dispersarse”, dice Serge.    

Los armenios no sabían exactamente de dónde provenían los rumores, pero confiaron en el boca en boca. Por lo tanto, Avedis y la mayor parte de su familia sobrevivieron al Genocidio gracias a permanecer en Konya hasta el final de las Primera Guerra Mundial. Cuando regresaron a Soloz en 1919, recuperaron su hogar, que había sido ocupado por sus antiguos empleados turcos. Para repeler toda amenaza de peligro, organizaron un grupo de autodefensa con la ayuda de las tropas griegas, en guerra con los turcos, que tomaron control de la región en el verano de 1920.  

Pero en 1922 los griegos emprendieron la retirada, enfrentados a la avanzada de las tropas nacionalistas de Mustafá Kemal, lo cual empujó a la familia a un tercer exilio, esta vez para siempre. Tomaron el primer bote que partía del pequeño puerto de Gemlik, cerca de Soloz, el cual los llevó a Bulgaria. Una vez allí se instalaron en Ruschuk, un pequeño pueblo con una importante concentración armenia en las cercanías de Plovdiv. Allí fue donde Avedis se casó con Aghavni, una joven muchacha de Soloz que le había sido prometida cuando eran niños. De esa unión nacieron seis hijos, cinco mujeres y un varón, Khenganouch, Zarouhi, Baydzar, Vartouhi, Yvette y Grégoire, el padre de Serge.

En 1930, el año de nacimiento de Grégoire, los Avedikian partieron de Bulgaria con destino a Marsella, Francia, lugar donde se había instalado Hovannès, el hermano mayor de Avedis. “Lo llamábamos Hanné, que en el dialecto de Soloz significa ‘el grande’. 

Recuerdo que tenía un agujero en la frente, una marca de un golpe de bayoneta que le habían dado los turcos.  

Mi padre era un marsellés más, nunca perdió su acento, como si se hubiera cuidado toda la vida por mantenerlo. Tenía tan sólo 18 años y mi madre tenía diez cuando partieron de Francia hacia Armenia. El azar quiso que se encontraran en el mismo bote”, el rostro de Serge se ilumina cuando habla de su padre. 

 

La  familia Avedikian en Armenia, 1960.  De izquierda a derecha; su hermana Margarita, su abuelo Avedis, su abuela Aghavni, su madre Suzanne, su padre Grégoire y Serge. Colección personal de Serge Avedikian

 

Hijo de “akhpars”

Serge nació el 1 de diciembre de 1955 en Ereván. “Los que volvieron en 1947 pronto se dieron cuenta de que debían partir de nuevo o integrarse, pero mi padre nunca se acostumbró a la idea. En la noche, cuando nos reuníamos, nos leía ‘El Conde de Monte Cristo’, de Alexandre Dumas. Lo sabía de memoria. Inconscientemente, se ponía en la piel de Edmond Dantès y la Armenia Soviética era su Castillo de If”, recuerda Serge. ¿Serge se sentía fuera de lugar al ser el hijo de “akhpars” (un término utilizado para los armenios de la diáspora repatriados a la Armenia Soviética)? “La gente no nos veía de la misma forma, me llamaban “francés”, porque usaba una boina y venía de Francia, aunque apenas podía hablar francés”, expresa.

Serge vivió los años 60 en un entorno tranquilo. Al igual que otros jóvenes que vivían detrás de la Cortina de Hierro, estaba apasionado por los Beatles y los Rolling Stones, los escuchaba en cintas magnéticas. La Armenia Soviética tenía un importante nivel cultural y el aprendizaje era una prioridad en todos sus medios y formas. Su madre lo hacía ir al cine una vez por semana, era una especie de ritual. 

 

Documento que data de 1947, da fe de la entrada de la familia Avedikian a Armenia soviética. Cortesía del Archivo Nacional de Armenia.

“Cuando llegué a Francia en 1970, había perdido mi pasaporte soviético y no tenía todavía la nacionalidad francesa. Me sentía bien con la idea de ser un apátrida en la situación en la que estaba en ese momento. Armenia nunca había sido mi país, porque mis padres no habían nacido allí, pero la realidad era que Armenia era mi tierra natal. ‘Apátrida’ significaba que puedo tener las dos cosas, sentirme ‘de aquí’ y comprometerme ‘allí’. Quiero mantener la libertad de no tener que elegir”, afirma. 

 

Suzanne y Grégoire en Ereván en 1955. Colección privada de Serge Avedikian

Su identidad plural lo persiguió por mucho tiempo. Ahora, gracias en parte a los caminos que ha transitado, está en paz con esa dualidad.

Su trabajo documental sobre la historia de su familia y sus raíces lo ayudaron a encontrar un equilibrio entre lo que él tiene de armenio y de francés.

Serge, quien aprendió a hablar francés prácticamente sin acento a los 15 años, no tenía problema en decir que era armenio y que venía de una República Soviética perdida en el Cáucaso. Aparte, ninguno de sus primeros papeles tenía que ver con sus orígenes, si bien se centraban en el hecho de ser una minoría. Con “We Were One Man” (“Éramos un hombre”) (1979), Serge actuó en uno de los primeros largometrajes que trató el tema de la homosexualidad. Ese mismo año, actuó en “The Red Sweater” (“El sweater rojo”), su otro gran éxito cinematográfico de la época.    

 

Afiche de "Pull Over Rouge" (1979)

Un explorador de la memoria armenia

Cuando en marzo de 1981, nació su hijo mayor Hovnatan y, un mes más tarde murió su abuelo Avedis, Serge tomó conciencia de la necesidad de transmitir su pasado a la nueva generación. Por lo tanto en 1982, con su compañero cineasta Jacques Kébadian y Georges Kiledjian creó la Asociación Audiovisual Armenia (A.A.A.). Entre 1981 y 1988, se transmitieron en la televisión francesa varios documentales sobre la memoria armenia y, entre 1984 y 1988, hizo que el público francés y los críticos de cine conocieran a varios cineastas armenios como Henrik Malian, Sergei Parajanov, Artavazd Pelechian, Frunze Dovlatyan, Vardan Hovhannisyan entre otros, así como a cineastas de la diáspora como Atom Egoyan, Arby Ovanessian y Nigol Bezjian. 

Al tener raíces en tres lugares diferentes, Serge espera que algún día, un director turco “traspase la realpolitik para transformar el pasado en algo positivo. No como una brecha abierta”.

En su opinión, el problema es que los armenios están sobreinformados acerca de su historia.

“Nosotros tenemos un enfoque casi monomaníaco, porque nos falta algo, hay injusticia. A su vez, del lado turco, creo que hay falta de información, de claridad, de ver la cuestión en profundidad. Está muy desbalanceado desde el punto de vista humano. Nuestra patología es inversamente opuesta a la de los turcos y, si no alcanzamos un equilibrio, será imposible dialogar”, dice Serge.  

Visceralmente un hombre de su época, Serge ha hecho del diálogo armenio-turco un medio para reconectarse con sus raíces, y una forma de viajar hacia al otro lado del espejo; un viaje que se hace más liviano porque poco le importan las fronteras y las banderas. Con los pies en la tierra y la mente en las nubes, Serge es un fuerte eslabón en la cadena infinita que une el pasado con el presente.

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.