Sara Hovaguimian

Sara Hovaguimian

Mi papa, Antonio Hovagimian (según figura en su documento), Antranik Der Hovaguimian (como escribe en sus memorias) fue un huérfano del Genocidio Armenio.

Fue un padre amoroso y protector para mí y mis hermanos y no solía hablarnos de lo que escribió en sus memorias. Sólo en los últimos años de su vida, cuando las internaciones por problemas de asma eran cada vez más frecuentes y pasábamos días de sanatorio junto a él, nos contaba partes de su historia, desordenadas, desconocidas, por lo menos, para mí y pedía una y otra vez que le lleváramos “su cuaderno”, quería que su historia se conociera. Lo encontramos ordenando su galpón, después de su muerte. El deseaba que su historia se conozca. Es difícil resumir tanta vida, tantas experiencias, tanto sufrimiento. 

Nació en Yozgad, según su documento en el año 1913, estuvo en algunos orfelinatos, en Beirut aprendió el oficio de sastre y siendo adolescente recibió un pasaje de un tío para ir a la Argentina. Vivió unos años allí y luego viajó a Uruguay, donde se casó con mi mamá y desarrolló su vida.

Dedicó toda su vida al trabajo, a su familia y participó activamente en la  Unión Compatriótica Armenia de Yozgad, que especialmente hizo mucho por su Panteón, donde hoy reposa. 
Espero que su historia sea un aporte para no olvidar y seguir la lucha por la búsqueda de justicia por el reconocimiento del Genocidio, con esperanza, con toda la fuerza pero no con odio, ese odio que a él no le permitió disfrutar su vida y a sus seres queridos en total plenitud. 
 

Buscando mi identidad

Cuando uno llega al ocaso de su vida y mira hacia atrás, los recuerdos fluyen como un racimo de cuentas: Mis recuerdos comienzan muy lejano en el tiempo, no sé si tenía dos años y medio o más o menos, tal vez más, me acuerdo que me llamaban “Bulduk”, cada vez que se dirigían a mí siempre me decían, “Bulduk guel ekmek al” (Bulduk, vení tomá pan) yo hablaba muy poco, pero entendía bastante; no sabía que idioma era, ni donde estaba.

Al hombre, la mujer lo llamaba “Tapuz” y él a ella la llamaba “Fátima” a menudo discutían a gritos.

Siempre las discusiones eran por mí, yo me daba cuenta, ella le gritaba mirándome a mí con ojos de odio, decía (bu gaviri nie guetirdin burdan guetir bushka ere) “llevá a este infiel de aquí tiralo a otra parte”. Por lo menos yo me daba cuenta que no eran mis padres, ninguna madre podría tirar a un hijo por ahí. El hombre era más bueno, nunca me pegó y la hacía callar amenazando con pegarle si me pasaba algo; él se iba de mañana a trabajar y volvía casi de noche, mientras él no estaba la mujer me maltrataba, me daba poco o nada de comer y me amenazaba para que no le contara nada al marido.

No sé si tendría 3 años o más, a la mujer se le ocurrió que llevara a pastar, unos pavos, patos y 2 corderitos a un campo cercano y recomendó que cuidara mucho que comieran bien, si no, “no te doy de comer a vos (gavur itin oglu)”; a esas 3 palabras yo ya estaba acostumbrado porque me lo decía a cada momento  (quiere decir “infiel hijo de perra”).

Así yo llevaba estos animales de mañana y a la caída del sol volvía, ella sabía si habían comido bien; miraba los buches, según le parecía, si estaban bien comidos, me daba de comer, casi siempre poco.

Lo que mas recuerdo de ese tiempo de mi infancia, unas pocas palabras y bastantes golpes que me propinaba una mujer. Yo no sabía quién era.

Había una muchacha en la casa, que vivía asustada y con temor, yo no sabía quien era, pero cuando podía me traía algo de comer, escondida de la mujer, no me hablaba, solo con señas se hacía comprender, que no dijera nada.

Yo tenía otro recurso para alimentarme, de vez en cuando, robaba, de un cajón, donde se almacenaba harina y trigo molido (bulgur). Dormía en un galpón en el suelo, sobre unos trapos. A veces, la mujer descubría que había robado, por los granos de trigo y harina que habían caído al suelo; ese día los insultos y los golpes aumentaban.

Una noche, cuando ya todos habían dormido, me levanté despacito, levanté la tapa del cajón, estaba con candado, pero daba paso a mis manos. Metí la mano con cuidado, lo único que había al alcance de la mano harina y trigo, fui sacando de a poco, un bocado por vez, más no podía, la mano abierta entraba fácil, pero sacar el puño cerrado, difícil. Así de a poco por vez comí bastante harina y trigo, a la mañana cuando “Fátima” vino a llevar comestibles se dio cuenta de todo (el hombre ya se había ido, de estar él no hubiera pasado nada).

La mujer estaba rabiosa, a los gritos, yo disparé como pude en ese momento, pero me alcanzó. Venía con un fierro candente en la mano, me di vuelta. Le pedí que me perdonara… para qué, echaba espuma por la boca, estaba rabiosa, quería matarme. Me tiró con fuerza el fierro, justo en ese momento tropecé con algo, me caí, el fierro venía derecho al pecho mío pero al caer, lo recibí en la pierna, cerca del tobillo, me quemó la poca carne que tenía y pasó de largo, sin otro daño por el momento, bastó eso para apaciguar a esta bestia, por lo menos no me mató.

En la casa había otra mujer, yo no sabía quien era, la veía trabajar como una esclava, pero nunca habíamos podido hablarnos, de vez en cuando alguna sobra de comida, a escondidas, me traía sin que la vieran, me hablaba con muy pocas palabras (en idioma turco) lo único que sabíamos ella y yo.

El día que la “Fátima” me había herido, después de un buen rato, llegó ella con unos trapos para envolver la pierna herida, envolvió como pudo, estaba con miedo, aprovechó ese momento, la “Fátima” se había ido, mientras me hablaba, en idioma turco. Dijo que el hombre, se refería a “Topuz”, “me salvó de la matanza, con la condición de que tenía que trabajar para ellos siempre, yo soy armenia y vos sos armenio, “Topuz” te encontró entre los muertos,  estabas llorando, le dio lástima y te trajo, eras muy chiquito, se extrañaban cómo no habías muerto de hambre, dijo que estabas prendido de los pechos de una mujer y cómo no te habían matado cuando mataron a todos los demás”.

Después que me contó esta pequeña historia me dijo, “ahora debes escaparte de aquí, si no te vas enseguida, cuando venga la mujer me mata, a mí a vos por haberte ayudado. Seguí derecho sin parar, si podes correr mejor, no le hagas caso al dolor de la pierna, antes de la noche vas a ver unas casas, allí hay algunos muchachos armenios que se salvaron de la matanza, a cambio de trabajar para los amos”. Yo no entendía todavía ¿qué era amo? ¿qué era armenia?, lo único que sabía que me llamaban “Bulduk”.

Salí casi corriendo hacia el lugar que me indicaba la mujer, corriendo y rengueando por el camino que me había indicado la buena muchacha, pero a medio camino tuve que descansar, las fuerzas me abandonaban y el dolor de la pierna herida era cada vez más fuerte, apreté bien la venda, comencé a paso ligero, para llegar antes de anochecer al lugar indicado, al fin, antes de la entrada del sol vi unas casas, corrí rengueando, el dolor de la pierna era cada vez más fuerte. Vi algunos muchachos que se arrimaban hacia mí, una de ellas me quedó mirando, me reconoció. “No sabíamos que te habías salvado. Soy Azniv, prima de tu mamá”.

Yo todavía no entendía nada de todo lo que me decía, pero me abrazaba y me besaba; yo todavía no podía asimilar bien todo lo que hablaban, pero escuchaba y por fin recibía besos y caricias que no había conocido hasta ese momento.

Ya tenía más de 4 años, pienso que casi 5. El día siguiente ya descansado y bien comido, escuché lo que me decía: que era mi prima Azniv y mi mamá se llamaba Mariam, mi papá Der Hovannes Hovaguimian y yo Antranik Der Hovaguimian: ¡por fin tenía nombre y apellido! Y me dijo que era armenio, aunque no sabía el significado, que quería decir armenio.

En cuanto a ella, me dijo que se había salvado de morir, un turco conocido, de la familia, la había llevado a ella y a 2 muchachas más, como sirvienta, a la casa del turco para salvarlas de morir.

Dio la suerte que vecino viajaba, con una carreta hacia la ciudad Kaiseri, Azniv habló con él si podía de paso acercarme, en el camino, que pasaba cerca de Yozgad, el hombre era bueno, me llevó hasta muy cerca del camino a “Yozgad” y me explicó, como tenía que llegar hasta la ciudad, también me explicó, el lugar donde había un caserón muy grande, adonde iban los desamparados, buscando un techo para pasar la noche, yo todavía rengueaba, de la herida de la pierna, pero igual, sin mayor trabajo preguntando a uno u otro encontré el caserón antes de la noche.

Nadie me preguntó nada, quien era ni de donde venía, en un rincón me tiré sobre unos trapos y pasé la noche, estaba muy cansado. Al día siguiente vi que repartían pan, yo me puse en la fila, recibí un pedazo de pan y 2 centavos, para queso. Salí de ahí con bastantes piojos encima, a buscar el orfanato, tras mucho andar y preguntar lo encontré, pero el portero tras mirar mi aspecto andrajoso, me cerró la puerta.

Tomé el camino hacia el orfanato, pero me costaba caminar ya, caía y me levantaba cada momento, en un momento que estaba en el suelo, posó una mano sobre mí y me levantó, “¿qué te pasa hijo que tenés? Porqué estás tirado? El hablaba yo le miraba, casi no me salía palabra, me miró bien los ojos. “Yo te conozco”, me dijo. Me preguntó mi nombre, como yo ya sabía mi nombre, le dije “Antranik”. Me abrazó, “querido muchacho soy tu tío Vartevar, te conocí por tus ojos, sabía que tu madre te había escondido, pero no sabía que estabas vivo”.

Tío “Vartivar” me llevó a la casa, me cuidó tres meses, cuando estaba bastante bien, me llevó al orfanato, a él lo conocían, enseguida me aceptaron.

 

Buscando subsistir

Por fin tenía un hogar y un colegio para aprender y conocer mi pasado, mi origen y mi país. Pronto aprendí las primeras letras. Por fin me había encontrado a mi mismo, pero por poco tiempo. Sucedió algo terrible que cambió todo, muy especialmente a mí.

Una mañana, nos despertamos, con una novedad. Se sentían como cañones o bombardeos lejanos.

Los maestros, nos explicaron que se trataba de una revolución, dirigido por un tal “Kemal Pasha” contra el gobierno, nos aconsejó que estuviéramos tranquilos, que si llegaban cerca de aquí, todos nos acostáramos boca abajo en el suelo, especialmente recomendando a los más grandes, que cuidaran a los más chicos. Nuestro edificio estaba al costado del camino principal, que era entrada y salida de “Yozgad”.

Al día siguiente ya sentimos los tiros muy cerca, los maestros no estaban, se estaban ocupando de los que venían buscando refugio. En los predios de la escuela, hombres y mujeres, los chicos nos repartimos en los salones apenas comenzaron a llegar las balas que chocaban frente el edificio, nos tiramos boca abajo al suelo, las balas penetraban por las ventanas y se clavaban en la pared del salón, el miedo se apoderó de todos, grandes y chicos, todos lloraban y gritaban, los pisos ya estaban todos mojados, las balas silbaban por sobre las cabezas, de no estar echados al suelo muchos hubieran muerto, no eran sólo nuestros llantos y gritos, también desde afuera llegaban terribles gritos, no sabíamos que pasaba afuera, mucho rato después entra un hombre en el salón donde estaba yo, alcancé a ver las botas y unas gotas que caían sobre las botas, yo no sabía que era, después supe que era sangre, que caía de una espada.

Solo dijo cuatro palabras que quedaron grabadas para siempre en mi mente, junto con el espectáculo de horror que vi luego (chodjuclar kormain sizi kesmiedjeik) (“no se asusten chicos, a ustedes no los vamos a degollar”), después de esas cuatro palabras, se fue.

Un buen rato después, fuimos saliendo, de a poco hacia fuera, ya no había ruido de balas, ni gritos, lo que vimos en los patios de afuera y en el campo de la escuela, era algo que no se puede narrar con palabras, un horror increíble, lleno de cuerpos, de hombres y mujeres, degollados, cabezas y cuerpos por doquier, algo infernal.

El horror y el odio se apoderó de mí

Yo no podía moverme, me había quedado como clavado en el suelo, con una cara de horror, la boca abierta, no podía ni hablar ni gritar, parecía que los ojos me salían de las órbitas, tampoco podía llorar, era algo horrible lo que me estaba pasando.

Recién ahora, a los 8 años, veía todo lo que había sufrido mi familia. Mi pobre santa madre vio morir a sus queridas niñas, mis hermanitas, a mi padre con su cruz en la mano toda manchada de sangre.

Mi vida fue como un calvario, porque esa escena infernal, y las 4 palabras, siempre los tuve presentes. Mis noches eran tortuosas, no podía conciliar el sueño; se presentaba esa escena a menudo, con la borrosa figura de mi madre y mi familia.

Después de la matanza, en el orfanato, en la que nos salvamos los muchachos, no porque los turcos nos perdonaban las vidas, sino porque un país poderoso, había tomado bajo su protección al orfanato, para que no mataran a los chicos.

Luego, al día siguiente, nos trasladaron a otro orfanato, en la ciudad de Talas. Allí había también bastantes chicos de toda edad. A los pocos días de estar en este hogar nuevo, un domingo, me avisaron que me estaban buscando dos personas que habían venido de la ciudad de Kayseri. No los conocía, uno de ellos me abrazó y me besó hasta cansancio, me dijo que era mi tío, hermano de mi padre, y que se llamaba Apisoghom Hovaguimian.

Luego, una vez tranquilo, me contó de toda nuestra familia, de mi santa madre, como había ideado para salvarme, mis hermanitas Anna y Sara, de 4 y 3 años, eran grandes, no las podía esconder. Yo era chico de pecho, pudo esconderme, pero igual nadie sabía que me había salvado hasta que aparecieron los nombres de chicos que estaban en los orfanatos.

En este orfanato quedamos algo más de un año, el nuevo gobierno de “Mustafa Kemal Pasha”, había dado libertad a todos los armenios, para que se fueran del país, todos los que querían. Es así que a todos los orfanatos los trasladaron al Líbano, que estaba bajo protectorado del gobierno francés, a nuestro grupo nos tocó la ciudad de Nair Ibrahim.

De mi tío Apisoghom no supe nada, hasta que recibí una carta, que vino desde Grecia. Yo ya sabía leer y escribir muy bien, era un estudiante destacado, y ya conocía muchos cosas de todo lo que había pasado.

Yo ya tenía casi 14 años y fui a la ciudad de Beirut, a vivir con el único pariente que tenía, con el tío Gulbeng, que me recibió con los brazos abiertos, era casado y tenía una nena de 2 años, se llamaba “Nver”. Yo en Beirut me dediqué a aprender el oficio de sastre.

 

Hacia otros horizontes

Al año de estar en Beirut llegó una carta de tío “Apisoghom” para que me preparara para ir a América con él, y que el pasaje ya estaba en viaje. Al poco tiempo recibí el pasaje, pero como era menor de edad, no podía viajar solo.

En Beirut había una oficina que se ocupaba de los muchachos de los orfanatos, fui a verlos con el pasaje y por fin supe quiénes mantenían los orfanatos; era “Unión General Armenia de Beneficencia”. Ahí me dieron la solución para poder viajar a América; me acoplaron a una muchacha mayor de edad que viajaba sola, como sobrino de ella y fuimos hasta Marsella. Ahí tuvimos que esperar otro barco para América. Al mes legó un barco de carga, se llamaba “Ipanema”.

Después de más de 20 días llegamos a un puerto, era Montevideo, Uruguay. Aquí estuvimos 3 días que aproveché para buscar la casa de la sobrina de mi mamá, “tía Ester”, quien me atendió muy bien, conversamos mucho sobre todas nuestras familias.

Luego de 3 días de estar en Montevideo, en un día llegamos al puerto de Buenos Aires, Argentina. Ahí me esperaba mi querido tío Apisoghom, impaciente gritando mi nombre, para ver si estaba a bordo del barco.

Me llevó a la casa, vivía en el barrio “Flores”, me presentó a una mujer como compañera.

Mi ambición era estudiar, pero la situación de mi tío no podía costearme ningún estudio. Comencé por trabajar medio día en el oficio de sastre y medio día estudiar, pero en los estudios fracasé, por mi carácter rebelde, no podía tolerar a nadie que me dijera “turco”. A menudo tenía peleas por ese motivo, y expulsado de los colegios. Al final decidí dedicarme de lleno al oficio de sastre.

Mi tío era un hombre sin ambiciones, siempre sonriente, aunque en su interior era muy triste, nunca lo manifestó salvo conmigo, era muy querido por todos los que lo conocían. Adoptó hasta seis chicos abandonados por sus padres, los crió como hijos, era padrino de 15 ahijados, no se enojaba por nada. En fin, era como un ángel, me quería mucho.

 

Rumbo al futuro

Yo ya había llegado a la mayoría de edad, había aprendido todo el oficio de sastre a la edad de 21 años, ganaba bien, pero me veía perdido, sin un norte, y sin saber que hacer con mi vida, desconforme conmigo mismo.

Un día, en nuestros frecuentes encuentros con tío Apisoghom, venía muy contento, con una carta en la mano, traigo la solución para tu vida en esta carta, dijo.

La carta venía de Montevideo, de tío Gulbenk. Me pedía que viniera a Montevideo en forma urgente, porque la hija de Azniv ya era grandecita y muy requerida, por muchos jóvenes.

La prima de mi mamá, Azniv, me presentó a su hermosa hijita, Odjenik; la niña que yo la conocía de Beirut, pero todavía era muy jovencita, apenas de 14 años, muy bonita. al año nos casamos. La “Odjenik” pronto se convirtió en una mujer muy trabajadora, sencilla y muy buena ama de casa. A los pocos años tuvimos nuestra primera hijita, Anna, no pasó mucho ya llegó el hijo, lo nombramos Juan Antonio y, la última, luego de algunos años, llegó la Sara. Ya teníamos 3 hijos que nos llenaron de alegría, a partir de allí tuvimos que trabajar más que nunca para que nada les faltara, especialmente estudios para que tuvieran el futuro asegurado cada uno de nuestros hijos. Quise que tuvieran todo lo que yo no pude tener, por falta de apoyo moral y material, con todo lo que me gustaba estudiar, apenas pude aprender un oficio.

La “Odjenik” no solo fue muy buena madre para cuidarlos a nuestros hijos, sino que trabajó duro a mi lado, para que nada les faltara, a los 3 hijos. Hoy están todos muy bien, cada uno con estudios avanzados. Anna tiene 2 hijos, Juancito dos niñas y un varoncito. Sarita todavía no se casó.

 

FIN DEL CUADERNO

 

(Una hoja suelta)

En el ocaso de la vida es bueno echar una mirada hacia los años transcurridos, recordar lo bueno y lo malo, lo que quise ser y no fue.

A pesar de la edad los recuerdos están en nuestra mente, es muy difícil olvidarlos, especialmente los errores que se cometen por falta de experiencia o de un consejo a tiempo. La orfandad es muy triste, uno camina a ciegas sin un apoyo familiar. La familia es muy importante, solo los que no tuvimos, sabemos qué importancia tiene en la vida de un niño que se cría sin afectos maternales.