El famoso activista ruso de derechos humanos y miembro de la comunidad Aurora, Oyub Titiev dirigía la oficina local del Memorial Human Rights Center, una organización no gubernamental nacional en Grozny, Chechenia. Esta actividad es considerada muy peligrosa en la región: el asesinato de la colega de Titiev, Natalia Estemirova en 2009, no ha sido resuelto aún hasta el día de hoy.
La oficina de la organización en Grozny fue atacada repetidamente antes del cierre y, en 2019, el propio Oyub Titiev fue condenado a cuatro años de prisión por posesión de drogas. El activista y las principales organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, consideran que el caso fue armado por motivos políticos y relacionado con sus actividades profesionales. A pesar de los riesgos, Oyub Titiev continúa su trabajo después de obtener la libertad condicional. Se ha transladado a Moscú. Hablamos con él sobre la situación en Rusia, sus nuevos proyectos y el componente crucial de la sociedad civil.
– ¿En qué proyectos trabaja actualmente?
Tengo muchos proyectos diferentes. El programa que me mantiene muy ocupado es un proyecto que se implementa en la plataforma del Comité de Asistencia Cívica (organización benéfica pública regional rusa que ayuda a refugiados y personas desplazadas - Aurora). El proyecto brinda asistencia a los convictos de seis repúblicas del Cáucaso del Norte que cumplen sus condenas, principalmente, en otras regiones de Rusia. Estamos hablando de los convictos de la República de Chechenia, Ingushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria, Karachay-Cherkessia y Osetia del Norte, las repúblicas que forman parte de la región del Cáucaso del Norte.
¿Por qué centrarse en estas regiones? Debido a que hay muy pocas apelaciones de prisiones y colonias penales en las repúblicas caucásicas, la mayoría de las quejas y apelaciones provienen de las regiones del norte de Rusia. Estas son las áreas donde la situación es más difícil: Yakutsk, Vladimir, Mordovia y algunas otras regiones. Brindamos asistencia legal a los convictos allí y asignamos abogados a sus casos. Intentamos ayudarlos tanto como podamos.
Un gran problema como originarios de las repúblicas del Cáucaso es el hecho de que, muchas veces, cumplimos la condena muy lejos de nuestra región. La mayoría de los condenados cumplen sus condenas lejos de sus hogares, de sus familias, de sus parientes. Están separados de sus familias y no pueden comunicarse con ellos.
También hay trabajo por hacer en nuestro proyecto dedicado a la defensa de los derechos humanos en las zonas de conflictos armados. Hay otros [proyectos] de los que no quiero hablar. No hay nada particularmente secreto allí, pero es mejor no mencionarlos.
– ¿Cómo describiría la situación actual de los derechos humanos en Rusia?
Todo el tiempo, todos los años, nuestra Duma Estatal elabora estas leyes a diario, las leyes que están dirigidas contra las actividades de los defensores de los derechos humanos y diseñadas para crear tantos obstáculos como sean posibles para su trabajo. Si el Estado pudiera gestionarlo por sí solo, no habría ninguna necesidad de organizaciones públicas de derechos humanos.
Contamos con defensores públicos y defensores del pueblo y en cada región existen diversas organizaciones de derechos humanos subordinadas al Estado. Si funcionaran, no habría necesidad de nuestra actividad. Pero cada año la situación empeora más. Este ha sido el caso durante los 20 años que llevo trabajando en este campo.
– ¿Qué le da fuerzas para no rendirse a pesar de esta sombría tendencia?
Esto, por supuesto, se ha convertido en la norma de mi vida. No porque sea un tipo de persona especial, soy una persona común. Con mucho gusto lo habría dejado todo si no fuera por esta parodia de la justicia, por tal flagrante anarquía que nos rodea. Incluso, me involucré en la defensa de los derechos humanos por casualidad, por esa guerra maldita y por las numerosas violaciones que se habían sucedido frente a nuestros ojos. Por pura casualidad, conocí a activistas de derechos humanos de Moscú, mis colegas actuales, y me adentré en este campo. Ahora se podría decir que estoy apegado a este trabajo por el resto de mi vida.
– Como activista profesional de derechos humanos, ¿qué consejo le daría a las personas que quieran cambiar la situación?
Lo más importante es que las personas estén activas y no se desesperen, que intenten encontrar soluciones a sus problemas y proteger sus derechos. Ese sería el componente crucial. La pasividad, esta actitud de “no, nadie me ayudará, es inútil luchar ”, eso es lo más peligroso.
Si se violan sus derechos, debe buscar [justicia], no aceptar la violación o dejar que se trate más tarde. El cambio no sucederá por sí solo, hay que luchar por ello. Esto, en mi opinión, es lo más importante. Y luego, si necesitas pedir apoyo en algún lugar, los defensores de los derechos humanos te ayudarán.
Depende, por supuesto, de la región. Aquí en el Cáucaso, por ejemplo, uno no cree que una persona pueda cambiar nada, que una persona pueda probar algo. Hay personas que resultan ser indefensas y pasivas, así es como son. Pero también hay gente activa que lucha. Estas personas logran [resultados]. Lo primordial es seguir luchando.
Foto: Yelena Afonina\TASS via Getty Images.