Descendientes de santos

Descendientes de santos

Por Anna Arutunyan

 

¿Cómo hace una nación para conmemorar adecuadamente un hecho aberrante cuando aún hoy no hay un acuerdo unánime acerca de su existencia? Para los eventos del Centenario del Genocidio Armenio, se escogió un eslogan muy acertado: “Yo recuerdo y exijo.”

 

“Exigir” es un verbo transitivo que requiere un objeto. En este caso, ese objeto implícito es, entre otras cosas, el reconocimiento del Genocidio por el resto del mundo y ese objeto está en suspenso. Pero si bien el reconocimiento representa un elemento crucial que les permitiría a los descendientes de los sobrevivientes sobrellevar la tragedia, los eventos del Centenario no giraron en torno al reconocimiento como eje central. De este modo, las conmemoraciones les dieron a los armenios una gran autoridad para asimilar la catástrofe sin depender de las decisiones de terceros acerca de si reconocen o no el Genocidio. Sí, exigimos el reconocimiento, pero hay mucho más por honrar, recordar y capitalizar para el futuro.

 

Esto es importante por varias razones, principalmente, psicológicas. Un tema que apareció una y otra vez en los comentarios, tanto de los visitantes como de los residentes de Ereván, fue el dolor del recuerdo. 

 

La profesora universitaria Irina Pogosian lo describió con las siguientes palabras:

“En lo personal, estos dos días fueron sumamente difíciles para mí. Porque como es el Centenario, hubo más eventos que de costumbre. El hecho de ser armenia, aunque mi familia no haya sido afectada por el Genocidio, es muy doloroso. Al ver las películas que pasaban por televisión no podía evitar llorar. No podía salir de casa. Las familias que sobrevivieron continuaron criando a sus hijos con este legado. No se perdió. Las historias se fueron pasando, se transmitieron entre familias y amigos. Por esto es que, 100 años después, todavía sigue siendo un tema traumático para el pueblo armenio y estas atrocidades no pueden olvidarse. Todo el mundo conoce al menos a un armenio que fue afectado por esto, cuyas familias perdieron sus hogares y sus vidas”.  

 

Pero también había algo inesperado en las respuestas que daba la gente sobre la conmemoración y lo que significaba para ellos: no tenían palabras para describirlo. 

 

“Los 1,5 millones son como Jesús para mí, es algo que no puedo explicar”, dijo Silva Arslanyan, quien vino con su esposo a la ceremonia de Canonización de Echmiadzin, desde su hogar en Beirut, Líbano. 

 

“No hay palabras” se escuchaba una y otra vez en las respuestas del público en la ceremonia. Lo que resulta obvio, dado el impacto emocional que generó que 1,5 millones de víctimas fueran reconocidas como santas. Pero la falta de palabras también deja entrever algo más: que la gente siente que después de derramar tantas palabras, está claro que sólo con palabras no se puede revertir el mal hecho. ¿La canonización logrará generar un impacto mundial? ¿Es el impacto mundial realmente el propósito?

 

Margarita Mateosian, que viajó a Echmiadzin desde su Argentina natal y que es descendiente de sobrevivientes, vivió la conmemoración como algo profundamente personal. “Mis cuatro abuelos fueron víctimas del Genocidio. Se fueron a la Argentina y comenzaron una nueva vida. Eran tan sólo niños cuando escaparon, no tenían más de ocho o diez años. Uno [de sus abuelos] estaba en un orfanato, otro había escapado solo a través del desierto, sus hermanos fueron asesinados frente a él. Mis dos abuelas recibieron ayuda de diferentes familias, porque las separaron de sus madres y sus padres habían sido asesinados. No se si [la canonización] va a ser importante para el resto del mundo. Pero para nosotros es muy importante. Pasaron cien años. Esto es algo espiritual. Nada más que eso”. 

 

La historia y la política también tuvieron su lugar en conjunción con los actos de conmemoración de las víctimas en Armenia. Pero fue este énfasis en lo espiritual, donde a veces sobraban las palabras, lo que tuvo un efecto fortalecedor.

 

El obispo Bagrat Galstanyan, quien participó en la ceremonia de canonización, lo expresó bien: “No puedo decir nada con respecto a lo político. Pero en términos de espiritualidad, moralmente hablando, estamos elevándolos de la condición de víctimas al rango de victoria. Es un cambio psicológico. Desde el Genocidio de 1915 los percibimos como víctimas. Ahora los vamos a empezar a aceptar como aquellos que vencieron a la muerte”.