Desde hace 20 años, el prominente orientalista ruso Mikhail Piotrovsky es el director del Museo Estatal Hermitage, uno de los museos más grandes del mundo. El interés de Piotrovsky en el mundo oriental no es casual: es hijo de los reconocidos arqueólogos Boris Piotrovsky y Hripsime Djanpoladjian y él mismo nació en Ereván.
La familia Piotrovsky siempre estuvo relacionada con el Hermitage. En su juventud, Boris, el padre de Mikhail, conocía a una empleada del museo, que lo invitó a una de sus disertaciones sobre Egiptología. Después de graduarse de la universidad, Boris dedicó su vida al estudio de la civilización Urartiana, realizando viajes de excavación arqueológica en el Cáucaso. En 1941, durante una de estas expediciones, el científico conoció a su futura esposa Hripsime Djanpoladjian. Se casaron y tuvieron un hijo en Ereván en 1944.
Una vez de regreso a lo que era Leningrado, la familia se alojó en la casa de Joseph Orbeli, quien era el director del Hermitage en aquel entonces. En 1964, Boris Piotrovsky se convirtió en el director del museo, que fue una parte integral de su vida. Se desempeñó en ese puesto por más de 25 años, hasta 1990. Su hijo se convirtió en el director sólo dos años más tarde y dirige el Museo Hermitage hasta el presente.
Boris Piotorovsky |
Además de sus raíces rusa y armenia, Mikhail Piotrovsky tiene sangre polaca, como su apellido lo indica. Pero el sólo hecho de haber nacido en una familia de naturaleza mestiza no nos hace automáticamente personas multiculturales. Uno debe nutrir de manera constante el respeto a los demás, sin importar cuán distinto sea su origen, preservando al mismo tiempo la propia identidad. Mikhail Piotrovsky realiza una tarea excepcional, gracias a su sensibilidad innata y su posterior educación: “Cuando estoy en Armenia, me siento armenio hasta el momento en que empiezan a hablar de Rusia. Allí es cuando me siento de repente ruso. Cuando los rusos vituperan a los armenios, soy armenio, cuando los armenios vituperan a los rusos, soy ruso. Lo mismo sucede con los polacos”, explica.
De hecho, vivir la vida en la encrucijada de diferentes naciones y culturas puede resultar estresante. Piotrovsky cree que la mejor forma de salir de esta contradicción es enfatizando las similitudes por sobre las diferencias:
“Pertenecer a diferentes culturas es motivo de satisfacción, pero lograrlo requiere educación. Es por eso que no ha habido conflictos nacionalistas entre verdaderos intelectuales”.
Dicha tolerancia y tacto se destacan más aún en el contexto de la retórica ultrapatriótica contemporánea. Piotrovsky le atribuye a la herencia armenia su increíble capacidad de mantener una mentalidad abierta y ajena a toda valoración moral, adoptando un espíritu humilde y evitando toda arrogancia, con el fin de encontrar puntos en común con los interlocutores más diversos. “Armenia siempre estuvo en el medio de un maremágnum de culturas, con su correspondientes conflictos. Los armenios se dispersaron por todo el mundo, pero aún así supieron cómo insertarse en las diferentes civilizaciones sin dejar de ser armenios. Al mismo tiempo, se convirtieron en la piedra angular de culturas que otrora les eran desconocidas”, dice Piotrovsky.
Mikhail Piotorovsky en su oficina, en el Museo Hermitage |
DOS PISTOLAS
Si bien algunos armenios se habían trasladado a tierras foráneas mucho tiempo antes de los acontecimientos trágicos de comienzos del siglo XX, fue el Genocidio lo que provocó un éxodo masivo forzoso. La familia Djianpoladijan (Djianpoladov) también debió partir de su Nakhijevan natal. En ese momento, Iranyak Djianpoladjian, la abuela de Piotrovsky, estaba embarazada de la madre de éste.
Su esposo, el abuelo y tocayo del director del Hermitage, Mikael Djianpoladjian, era supervisor de minas de sal cerca de Nakhijevan. Se trataba de una familia adinerada e influyente que era muy conocida en el pueblo y era amiga de la elite cultural y gobernante. “'Djianpolad' significa ‘corazón de acero’. Cuenta la historia, que no podían asesinar a uno de sus antepasados, entonces los kurdos o los turcos le pusieron ese nombre”, explica Piotrovsky. “Tiene el ‘djian’ y el ‘polad’, las raíces turca y persa del nombre.”
El estado tenía el monopolio de la producción de sal, pero cualquiera que descubriera un campo de sal podía arrendar las nuevas minas. Así fue como el más joven de la familia se convirtió en supervisor de las nuevas minas.
Cuando la conmoción llegó a la región, la familia se dio cuenta inmediatamente de que su vida tranquila y establecida se había terminado.
Decidieron partir hacia Tiflis (Tbilisi), donde vivía por ese entonces, Gurgen, el hijo mayor de Mikael e Iranyak.
Antes de que partieran, los Djianpoladjian recibieron la visita de un joven khan de Nakhijevan, que era amigo de la familia. Les advirtió a sus amigos armenios que sería desacertado llevarse los objetos de valor consigo y les propuso enviarles él mismo los objetos directamente a sus familiares en Tiflis. “Mi abuela decía que en ese momento pensó: ‘¿Qué sería exactamente lo que les entregaría?’ Pero de todas formas, pensó que era mejor donar los objetos de valor que perderlos del todo, entonces le dio todas sus joyas. Luego, cuando ya estaban en Tiflis o en Ereván, alguien les golpeó la puerta y les entregó una bolsa de parte del khan. Allí estaban todos sus objetos de valor, no faltaba nada”, dice el director del Hermitage.
Pero la familia todavía debía llegar a Tiflis. “Es una historia de coraje. Caminaron hasta el lago Sevan, desde allí fueron a Tiflis y de allí a Ereván. Mi abuela estaba embarazada y caminaba llevando dos pistolas consigo”, recuerda Piotrovsky. A las mujeres les dieron pistolas para que se protegieran en caso de ataque. Cada mujer también tenía veneno para tomar si la situación se volvía irremediable. “Pero las mujeres comenzaron a tomar veneno cada vez que los atacaban. Eso no era lo que querían, entonces les quitaron el veneno. Les dejaron sólo las pistolas”.
Una vez que llegaron al lago Sevan, la familia hizo los preparativos para cruzarlo, pero una bolsa de comida podría haber terminado con sus vidas: circuló el rumor de que era una bolsa de joyas. Los barqueros que habían sido contratados planeaban matar y robarles a los Djianpaladjian, quienes se salvaron de pura suerte. En la costa del lago Sevan, Iranyak entró en trabajo de parto y debieron posponer el cruce. “Mi madre nació, como Jesús, en un moisés; ella se salvó y salvó a su familia”, cuenta Piotrovsky.
Los barqueros contratados eran armenios. “El mal no tiene nacionalidad”, observa el científico con tristeza.
EL IDIOMA DE LOS HÉROES
Piotrovsky cree que cuando los armenios recuerdan el pasado trágico de sus ancestros no le prestan suficiente atención a las hazañas heroicas que ocurrieron en esos tiempos: “Cuando en Ereván se publicó la primera traducción armenia de ‘Los cuarenta días de Musa Dagh’ de Werfel, fue un gran acontecimiento. Había una resistencia, de la cual nadie habló. Siempre hubo este lamento, nos estaban matando, nos estaban matando… Pero también hubo historias de verdadero heroísmo. Ese es el tema de la actitud armenia; tienen esta leve ‘inclinación’ hacia el lamento”.
El director del Hermitage cree que el pueblo armenio resurgió victorioso de este período de adversidades. “En el aniversario del Genocidio, escribí acerca de este tema en nuestro sitio de Internet, el artículo se titulaba ‘Dolor y Orgullo’. Ya que siento dolor por las personas, pero al mismo tiempo orgullo de que hayan podido superar esta masacre. Perdimos la tierra, perdimos un gran número de vidas, pero no perdimos eso que hace a nuestra nación armenia especial”.
Piotrovsky tiene una actitud propia hacia la terminología comúnmente aceptada: “Hablo de ‘masacre’ porque crecí con esa palabra. ‘Genocidio’ es una palabra nueva”.
Asimismo, es posible que esta tragedia haya servido de catalizador del desarrollo de los muchos talentos por los que son famosos los armenios. No hay garantía de que durante la Turquía Otomana hubieran podido explotar todo su potencial. Pero al estar esparcidos por el mundo, desde Australia a Uruguay, los armenios se hicieron un nombre. “No se trata de un enfoque ortodoxo, pero creo que es hora de que hablemos de esto. No solamente de la calamidad y el sufrimiento, sino de la gran superación”, indica Piotrovsky.
Por ejemplo, es hora de hablar de la importante contribución que los armenios hicieron a la cultura rusa. Entre la ‘intelligentsia’ y las elites no hay prácticamente diferencias nacionales ni conflictos étnicos. “Si consideramos a Joseph Orbeli, este ejemplar científico ruso-armenio, él tenía una excelente teoría que era fiel y concordaba con las enseñanzas del Marxismo: él creía que en la Edad Media, el arte de las elites musulmana y cristiana era más o menos igual. Una gran parte de la colección islámica del Hermitage demuestra esta similitud entre las culturas”, dice Piotrovsky. Asimismo, cree que en un cierto nivel, una buena educación y un destacado gusto artístico inevitablemente llevan a la reconciliación, mientras que el nacionalismo a ultranza sólo surge en situaciones en las cuales las elites gobernantes no logran alcanzar ese nivel.
No hace mucho tiempo, se inauguró un monumento a Komitás en San Petersburgo. “Komitás tiene que ver en un todo con Armenia, ni siquiera ha estado en San Petersburgo. Pero la cultura armenia también vivió en Europa. Para el resto del mundo, Turquía estaba representada en parte por los armenios turcos. Esto es lo que [los turcos] intentaron destruir. No se destruye a las personas que no tienen valor alguno, las únicas personas que se exterminan son las que hacen peligrar al mal”, dice.
Los armenios lograron una buena integración en Rusia. Manteniendo su herencia armenia, se insertaron completamente a la cultura rusa. “Recuerdo lo bien que hablaba el idioma ruso la elite intelectual caucásica; los georgianos, los armenios, los azerbaiyanos. Era un placer escucharlos hablar. En Rusia nadie hablaba una lengua tan rica, ni en ese entonces ni ahora. Aprendieron la lengua de la mano de Pushkin y Tolstoy”, recuerda Piotrovsky.
Claro está, que no hay asimilación sin sus consecuencias.
En este caso, fue la lengua literaria armenia la que se sacrificó. Por costumbre o por la necesidad de simplificación, los armenios soviéticos llenaron por propia voluntad su habla de palabras rusas.
“Recuerdo que estaba en un tren hacia Ereván con un reconocido poeta armenio. Él y mi madre hablaban armenio y yo los escuchaba, paralizado. Era una conversación puramente en armenio sin palabras rusas. Era una lengua maravillosa, me alegra verla resurgir. Recuerdo cómo todos corrieron a aprender armenio cuando Armenia se independizó. Y lo aprendieron bien, me consta y he escuchado decir que los armenios de Armenia hablan una versión muy rica y literaria del armenio”.
Piotrovsky conoce muy bien la lengua nativa de su madre, aunque hoy prefiere escucharla, no hablarla. Aprendió la versión vernácula y a menudo utilizaba palabras que asombraban a los adultos: “Aprendí armenio para entender las conversaciones entre mi madre y mi abuela, así no tenían secretos conmigo. Es por eso que mi armenio es muy simple”, explica.
ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO
En la familia de Piotrovsky, siempre se habló abiertamente del Genocidio, el científico piensa que es ingenuo suponer que muchos no sabían nada acerca de los acontecimientos. Por supuesto, se eludía el tema a nivel oficial, pero eso no hacía más que animar las conversaciones privadas.
Desde luego, estas conversaciones eran a menudo dolorosas, pero así era como la información esencial se transmitía a las futuras generaciones y su valor ensombrecía cualquier incomodidad. Los miembros mayores de la familia intentaban limitarse a la dura realidad, dejando de lado sus propios sentimientos y emociones. “Los hechos se narraban como si se tratara de una historia común del pasado. Hay datos que deben transmitirse. Como cuando los miembros de la elite de intelectuales hablaron acerca de los campos de trabajo o del Sitio de Leningrado, hubo ciertas cosas que no se mencionaron, porque hoy es un momento distinto y es hora de pensar en cosas distintas”, cree Piotrovsky.
Esto no significa que no se debería seguir hablando del Genocidio. “No puede quedar en el pasado. Debemos hablar constantemente del Genocidio, narrar constantemente sus historias, pero debemos hacerlo desde una perspectiva heroica”, explica el científico.
El hijo de Mikhail, Boris, está muy orgulloso de su sangre armenia. Le gusta pasar tiempo con armenios en Rusia, le gusta ir a Armenia. “A veces, cuando salgo de viaje, lo invito a venir conmigo, pero por lo general no quiere ir a ninguna parte. Pero siempre viene conmigo a Armenia y si no lo llevo, se enoja. De hecho, en este momento está molesto conmigo porque no lo invité a la inauguración del monumento de Komitás. Ni se me cruzó por la mente”, dice Mikhail riendo.
La familia del director del Hermitage aún mantiene un sentido de pertenencia a Armenia y su cultura. “Ya no visitamos Armenia todos los veranos, como lo hacíamos cuando era niño. Pero los lazos permanecen y hay muchas razones para que se vuelvan más fuertes, para que los armenios que viven en Rusia sientan su filiación con la cultura armenia y con Armenia como estado. Todo sigue allí. El espíritu armenio está vivo y presente”.
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES
Texto: Julia Reysner
Fotos: Anna Artemyeva