Matías Patanian

Matías Patanian

Matías Patanian es CEO de Aeropuertos Argentina 2000, empresa que opera 33 aeropuertos en el país y Vicepresidente del Club Atlético River Plate, último campeón de la Copa Sudamericana, la Recopa Sudamericana y último en alzar la Copa Libertadores de América. Toma como una victoria haber nacido un 24 de abril y afirma, “me siento orgulloso de ser armenio”. Matías divide su tiempo entre su trabajo, la dirigencia del club de sus amores, el golf, su familia, sus amigos y confiesa, “necesito días de 30 horas”.
 

Desde hace 24 años se desempeña en el holding que lidera el empresario Eduardo Eurnekian y hace dos que es Vicepresidente del equipo de fútbol argentino que obtuvo cuatro copas internacionales en los últimos nueve meses. Admite que es complejo combinar ambas dirigencias, pero logró encontrar el equilibrio: “Ha sido tan bueno todo lo que nos ha pasado en estos dos años que me lleva a querer estar y dedicar aún más tiempo. Se armó un lindo equipo de trabajo y las cosas se van organizando”, cuenta Matías.

 

Título monumental

River Plate cuenta, actualmente, con 59 títulos en Primera División, ha ganado 36 campeonatos locales y 15 títulos internacionales oficiales. Una noche fría y de lluvia torrencial en la Ciudad de Buenos Aires, la historia del club reclamaba un tesoro del fútbol internacional: la Copa Libertadores. “Haberla ganado siendo Vicepresidente y tener una mínima cuota que ver fue una emoción indescriptible. Cuando me entrevistaron al término de la final, dije que era la alegría más grande de mi vida; era un sueño absoluto y ojalá que se siga repitiendo”, dice Matías con una nota de emoción que denota su voz.

 

En Argentina, “fútbol” no sigue la estricta definición de diccionario, se traduce como pasión y es sinónimo de amor. “Cuando tuve la copa enfrente, le di un beso, estaba desbordado por la emoción. En el vestuario la abracé y me saqué fotos. Me hice una réplica que ahora la tengo en mi casa y la veo todos los días”, confiesa Matías.


Fútbol y política

Fue un caso bien conocido en el fútbol argentino cuando en noviembre de 2014, el presidente de San Lorenzo de Almagro, Matías Lammens, rechazó la millonaria propuesta de Azerbaiján de ser su sponsor. “Azerbaiján intentó hacer un sondeo con River para convertirse en sponsor, pero no de forma tan concreta como con San Lorenzo, ya que el apellido de uno de los Vicepresidentes les sonaba complicado: el “ian” les sirvió de barrera”, cuenta Matías. “Tuve la suerte y me sentí orgulloso de acompañar a Matías Lammens en esa distinción que le dio la colectividad armenia de Argentina”. 

 

Cien años atrás

En 1915, el plan sistemático de exterminio de los armenios en el Imperio Otomano ya estaba en marcha y se había iniciado la deportación de los armenios a los desiertos de Siria. La mayoría de ellos fue asesinada o perecieron durante las “marchas de la muerte”, sólo algunos pocos lograron sobrevivir y encontrar cobijo en Alepo, Beirut, Damasco y otras ciudades.

Elisa Hadidian, abuela de Matías, vivía en Aintab (actualmente, Gazintep, Turquía). Ella tenía 16 años cuando unos vecinos tocaron su puerta: “les avisaron que se fueran porque si no, los próximos en morir serían ellos”, recuerda Matías. De esta forma, la familia completa fue deportada hacia el desierto, obligada a caminar en la arena caliente y bajo el sol ardiente para salvar su vida. “Ellos vivían normalmente hasta que tuvieron que dejar todo y fueron al desierto.

Tengo muy presentes los relatos de mi abuela, eran historias que escuchábamos con un silencio muy pronunciado. Ella contaba que tuvieron que comer suela de zapatos, comían lo que encontrasen en el suelo”,

rememora Matías.

Luego de un largo y tortuoso camino, los Hadidian llegaron a Damasco, Siria. Tras permanecer allí un corto tiempo, en 1919, lograron ir a Grecia para tomar un barco rumbo al puerto de Buenos Aires, ya que algunos de sus familiares habían escapado de las masacres y fueron a la Argentina, tierra de paz y prosperidad. 

Matías en brazos de su abuela Elisa. A su lado, Antonio Patanian, abuelo de Matías y María Marta Zambaglione, madre de Matías.

 

La familia Patanian también era de Aintab y había hecho exactamente la misma ruta para llegar a la Argentina, hacía dos años. Arribaron a la ciudad porteña en 1917, donde se formaba la flamante colectividad local. Casualidades de la vida, que siendo del mismo pueblo, Elisa y Antonio, abuelos de Matías, no se habían conocido antes, sino que se enamoraron en su nuevo hogar: Buenos Aires.

En la Argentina, Antonio Patanian, abuelo de Matías, comenzó a trabajar en comercio exterior y se convirtió en uno de los primeros despachantes de aduana del país. Antonio falleció cuando Matías tenia apenas tres años.

 

De valores y tradiciones

La abuela Elisa fue una persona central en la vida de Matías. A través de sus narraciones y sus manos que le acercaban los platos de comida armenia, forjó ese apego a sus raíces que hoy lleva con orgullo. “Disfruté mucho con mi abuela y escuchaba sus historias que luego vi plasmadas en documentales y películas que, por momentos, tenía que dejar de ver porque me hacían acordar su relato. Era terrible pensar que ellos pasaron por eso”, expresa Matías.

Elisa era una gran cocinera y continuaba con sus tradiciones en la Argentina. “Mi plato preferido era y sigue siendo lo que llamo ‘sopa de pelotitas’; es una sopa de yogurt con menta y albondiguitas de carne (Madznapur); me vuelve loco ese plato”, declara.  

Hoy, cien años más tarde, el gen se transmitió desde el paladar: “A mi hijo Tomás, de 4 años le gusta este plato y me emocioné mucho cuando me lo dijo, porque es raro que a los chicos les guste la sopa y esa mezcla de sabores. Evidentemente, hay una transmisión generacional ahí”, sonríe Matías.

Además de la comida, la identidad también se ha trasmitido, más allá de la terminación final de 3 letras de su apellido: “El otro día le dije a Tomás que es armenio y él ya empezó a decir ‘soy armenio’. Santiago tiene dos años, todavía es chiquito, pero ya lo va a decir”, afirma Matías.

                Matías en brazos de su mamá, María Marta Zambaglione y a su lado, Roberto Patanian, papá de Matías.

 

Un día, diversos sentidos

El 24 de abril de 1915, el ejército otomano irrumpió en Constantinopla y los líderes intelectuales, políticos y religiosos armenios fueron arrestados, trasladados a campos de concentración cercanos y, luego, asesinados. Por ello, el mundo entero toma esta fecha simbólica para conmemorar el Genocidio Armenio.

54 años más tarde y a más de 15.000 kilómetros de aquellas tierras ancestrales, nació Matías Patanian.

“Mi abuela hacía fuerza para que yo nazca el 24 de abril, para ella era una suerte de reivindicación, de continuación de la vida”,

recuerda Matías. “Es muy fuerte haber nacido ese día. Yo lo tomo con la alegría con la que mi abuela lo celebraba y lo expresaba”.

Además de nacer un día tan particular, Matías Patanian es oriundo de Argentina, el primer país en judicializar el Genocidio y uno de los primeros en reconocerlo mediante una ley (Ley Nacional N 26.199). “Me enorgullece haber nacido acá, Argentina es uno de los países que ha hecho punta en el tema. Además en Aeropuertos Argentina 2000 trabajamos con Rafael Bielsa, presidente de la empresa, quien fue uno de los impulsores de la ley. También me genera orgullo de que en Argentina se haya sustanciado el primer juicio en el mundo con sentencia de un juez”, dice Matías.

 

La madre tierra

La primera vez que Matías visitó Armenia, al ver las montañas, árboles y el mítico Monte Ararat, se acordó, inmediatamente, de su abuela, quien siempre le habló de su tierra natal y le decía que, morfológicamente, se asemejaba a algunas provincias del norte argentino. “La primera vez que fui a Armenia me traje tierra en bolsitas y se las regalé a mis tíos y a primas de mi papá para que tengan un recuerdo y un pedacito de Armenia”, sonríe Matías. “También dejé un poco de esa tierra en el Cementerio de la Chacarita, donde descansan mis abuelos, para que estén cerca de Armenia”, dice Patanian.

 

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.