Gregorio Hairabedian

Gregorio Hairabedian

“El Estado turco cometió el delito de genocidio en perjuicio del pueblo armenio en el período comprendido entre los años 1915 y 1923”, dictaminó la Justicia argentina en marzo de 2011. Se trata de un fallo histórico para los armenios en la justicia mundial, ya que es la primera judicialización del Genocidio. Fue el resultado de más de diez años de investigación que incluyó exhortos y pedidos a los archivos de diferentes países, selección de pruebas y testimonios que desembocó en esta demanda por el Derecho a la Verdad.
 

La vía judicial

“Coco”, como lo llaman todos, es un libro abierto con un carisma único. Una de las personas más queridas y más respetadas por la comunidad local, se caracteriza por su profesionalismo y se convirtió en el escribano de la colectividad. En el año 2000 y con el patrocinio letrado de su hija Luisa, comenzó este largo camino. Hairabedian se basó en el principio de jurisdicción universal e imprescriptibilidad de crímenes de lesa humanidad: “El batallar de los organismos de Derechos Humanos por la verdad y justicia, los resultados obtenidos hasta ese entonces y la aplicación de la jurisdicción universal me hicieron pensar en incorporar esa vía de acción al Genocidio de mi familia y del pueblo armenio”. Con estos principios y una gran convicción, se sustanció un juicio en los tribunales argentinos, contra el Estado turco. Después de ser rechazado en primera instancia y luego de una apelación, llegó el primer indicio: “Un día vino mi hija Luisa y me dijo ‘Papá, hicieron lugar a la demanda’, no me lo esperaba y me emocioné muchísimo”, recuerda Coco. 

Gregorio "Coco" Hairabedian.
Foto: Sebastián Leblebidjian

En una reflexión constante y con una mirada transparente, Coco destaca: “Antes de ser armenios, somos seres humanos y la lucha por el genocidio está íntimamente vinculada a la lucha de todos los pueblos por alcanzar un orden diferente. Quien quiera defender su patria, tiene que tener en cuenta lo que pasa en el mundo”.

 

Coco dice haber heredado el espíritu aventurero de su padre y se vio muy influenciado por las historias que le contaba: “La raíz del juicio está en lo que me hablaba mi padre. Yo pensaba, si él fue a la guerra, a dar su vida por Armenia, cómo nosotros no podíamos hacer las cosas con los papeles”, subraya. 

 

Ohannes Hairabedian (medio) como parte de la Legión Armenia. Adana, 1914/18
Foto: Archivo de la familia Hairabedian

Como si a Ohannes le faltase aventura, la vida le trajo un nuevo capítulo cinematográfico: “Cuando trasladaban a estos jóvenes hacia el frente francés en Turquía, el barco naufragó. Paradójicamente, los rescató un barco japonés, los entregó a otro navío francés y terminaron en África”, relata Coco. Al ver que no los llevaban a Turquía, los jóvenes hicieron una huelga de hambre que duró hasta que las autoridades francesas dieron la orden de traslado.

Ohannes combatía en el frente francés de Adana y luchaba en las trincheras. “Mi papá, como sabía leer y escribir, obtuvo el puesto de Cabo; le decían ‘Petit Caporal’, porque era de baja estatura”, se ríe Coco. Después de pasar un año en el frente, Ohannes fue herido y llevado a un hospital de campaña. Al regresar, la guerra había concluido. Tuvo la intención de regresar a su casa y, al no poder, decidió quedarse en Adana. “Él estaba convencido de que podrían establecer ‘la gran Armenia’; entonces con algunos compañeros y amigos compraron unos terrenos en Cilicia”, rememora Coco.

Sin embargo, la situación cambió y Ohannes se dio cuenta de que no podría permanecer ahí por mucho tiempo. En 1920, las autoridades francesas disolvieron la Legión Armenia, Francia reconoció la soberanía turca sobre la región y, pronto, la población armenia de Cilicia se marchó de allí, junto con los soldados franceses. “En esa época se hablaba mucho de Argentina, que ahí había un lugar llamado Córdoba y era muy parecido a su pueblo”, cuenta Coco. Con la añoranza de regresar a su casa y su eterno espíritu aventurero, Ohannes se embarcó en el largo viaje hacia América del Sur. 

 

Amor abordo

En el barco conoció a Lusaper Barsumian, una muchacha oriunda de Zeitun (actualmente Suleymanli, provincia de Kahramanamarash, al sur de Turquía), quien iba a Buenos Aires para trabajar en la fábrica de galletitas Bagley. Sobrevivió al Genocidio gracias al orfanato escuela ‘Bethel’, en Marash (en la provincia de Kahramanamarash, al sur de Turquía). Permaneció allí casi veinte años, primero como protegida, luego como alumna y después como docente. Fue la única sobreviviente de su familia.

Ohannes intentó conquistarla y le propuso ir a Córdoba con él, pero sin éxito. “Un compatriota, Juan Krallian, le enviaba cartas a mi madre para convencerla, diciéndole que mi padre era muy trabajador y buena persona”, recuerda Coco. Y, así, el Sr. Krallián se convirtió en el celestino de Ohannes y Lusaper, fue su padrino de bodas y padrino de dos de sus tres hijos. 

Lusaper Barsumian (derecha), a los 16 años, en el Instituto Bethel
Foto: Archivo de la familia Hairabedian

En Córdoba, Ohannes formaba parte de la flamante colectividad local, era allegado a la UGAB y llevaba adelante diferentes actividades. “Mi padre tenía gran amor por su patria. En ese momento Armenia tenía la posibilidad de tener un país y él defendía eso. Los días domingo salía, junto con un amigo, a repartir, casa por casa, los libros que recibía desde Armenia”, dice Coco y continúa: “Siempre contaba algo vinculado a la guerra. A veces de forma muy jovial, de cómo tocaban el zurná, cómo cantaban y bailaban y, otras, de la situación en la trinchera y que tomaban vino para tener más fortaleza. Lo que él quería era hacer justicia”.

 

Un orden diferente

Con una historia familiar que lo determinó, Coco, de 83 años, dedicó su vida a la lucha por los derechos humanos y a la militancia para lograr una sociedad más justa y equitativa. El genocidio es un crimen y, como tal, debe ser juzgado en los tribunales. Eso mismo logró Coco Hairabedian, junto con las instituciones de la Comunidad Armenia, que sumaron como co-querellantes a la ampliación de la demanda por el Derecho a la Verdad. Así, pareciera que Coco logró, desde otro lugar y otra época, concretar lo que su padre Ohannes tanto deseaba: “Lo vi así en un principio, pero con el transcurso del tiempo, me di cuenta de que no hay posibilidad de que se haga justicia mientras tengamos el modo actual de organización del mundo, ya que está dominado, precisamente, por quienes cometieron genocidio, hace cien años”, reflexiona Coco. “Cuando explico esto, me dicen que estoy loco y preguntan, entonces, para qué hice el juicio. Esta acción es parte del cambio, hay que ir marcando hitos, porque no sirve quedarse sentados”, dice convencido.

Actualmente, la lucha de Coco continúa a través de su fundación, llamada Luisa Hairabedian. Esta institución inmortaliza a Luisa, hija de Coco, incansable luchadora por una sociedad más justa, quien dejó esta vida muy temprano, en un accidente. La Fundación se involucra en la lucha por los derechos humanos y la prevención de genocidios y crímenes de lesa humanidad, a través de acciones judiciales, programas educativos, culturales y académicos.

Coco, fiel a sus ideales, no pierde las esperanzas y asegura que las próximas generaciones serán capaces de revertir la situación: “Los que van a seguir esta pelea son los jóvenes. Pero no por el hecho de ser jóvenes, sino aquellos que conciban el mundo de otra manera. Lo harán, únicamente, los que piensan en una sociedad diferente, porque como está organizado ahora, vamos hacia la barbarie”. También insiste en que, al tratarse de un crimen de lesa humanidad, debe ser juzgado, pero con una mirada más amplia: “A nivel judicial, es muy difícil que individualmente se logre hacer algo. Hoy en día existe un Estado armenio. Ese Estado tiene la posibilidad de iniciar una acción en la Corte Internacional de Justicia y ese debería ser el próximo paso”.

Foto principal: Analía Perona

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.