Grégoire Ahongbonon: “Me encotré abandonado por todos”

Grégoire Ahongbonon: “Me encotré abandonado por todos”

El Héroe Aurora 2021, Grégoire Ahongbonon, es el fundador de la Asociación St Camille que ayuda a las personas que padecen enfermedades mentales en África occidental y busca ponerle fin a la inhumana práctica local de mantenerlos encadenados. Hablamos con él sobre la experiencia personal que lo inspiró a asumir esta valiente misión.

Un día, conocí a un misionero que se tomó el tiempo de escucharme. El mismo sacerdote estaba organizando una peregrinación a Jerusalén. Pagó mi boleto y me llevó a esta peregrinación. En uno de sus sermones allí, dijo que cada cristiano debe participar en la construcción de la Iglesia poniendo una piedra. Empecé a hacerme la pregunta: "¿Cuál es mi piedra para colocar?"

De regreso en Costa de Marfil, donde vivía con mi esposa, comenzamos a buscar nuestra piedra. Se nos ocurrió la idea de crear un grupo de oración. Con este grupo nos tomamos un día a la semana para ir al hospital de Bouake a visitar a los enfermos y a rezar con ellos. Durante una visita, descubrimos en una de las habitaciones a pacientes que estaban totalmente abandonados.

En África, no hay seguridad social. Si estás enfermo y llegas al hospital sin dinero, nadie te mira. Si tienes un accidente en la carretera, los bomberos te enviarán al hospital y si no tienes un familiar que venga de inmediato, te dejarán morir.

No sabía nada al respecto. Cuando entramos a este hospital y vimos a esta gente abandonada en su inmundicia, empezamos a lavarlos y a buscar la forma de conseguir medicamentos para tratarlos. Pronto, muchos de estos pacientes comenzaron a recuperarse. Los que morían, al menos morían con dignidad. Desde ese momento comencé a comprender por qué Jesús se identificaba con los pobres y los enfermos.

Desafiar el estigma 

Un día de 1990, estaba caminando por las calles y vi a una persona que padecía problemas mentales que estaba desnudo y buscando en la basura. En África, cabe señalar, se cree que las personas con problemas mentales están poseídas por el diablo. La gente piensa que son brujas. Creen que han sido maldecidos. Todo el mundo les tiene miedo. Yo también les tenía mucho miedo.

Mientras vi a ese hombre, me dije a mí mismo: “él es Jesús”. Descubrí que eran hombres, mujeres y niños que querían ser amados como todos los demás. Le conté a mi esposa sobre eso. Compramos un congelador y ella preparaba comidas. Todas las noches distribuía comida y agua fresca a los enfermos. La única agua que bebían era la lluvia que caía en las cunetas. No hay grifos públicos en nuestro país. Poco a poco, se estableció un lazo de amistad entre nosotros y estos pacientes.

Pero teníamos que hacer más. En el Hospital Universitario de Bouake, donde visitábamos a los enfermos, teníamos una pequeña capilla. Allí reunimos a los primeros pacientes [que padecen enfermedades mentales] y los tratamos con dignidad, por supuesto, con la ayuda de médicos.

 

“Vete, no vale la pena”

En 1993, el Ministro de Salud vino a visitar el hospital. Cuando vio lo que hacíamos, se alegró tanto que dijo: “Espero que su asociación pronto se extienda a todos los hospitales del país porque no sabemos qué hacer con esta gente que ha sido abandonada.” Le pedí si podía darnos un espacio en los terrenos del hospital para construir nuestro centro. En el acto, instruyó a su gente para que hicieran eso. Nos dieron un terreno de 2.400 m² para el primer centro. Empezamos a recoger a todos los enfermos que estaban en la calle.

A medida que obteníamos resultados, las familias de los pueblos comenzaron a llamarnos. En 1994, en la víspera del Domingo de Ramos, vino a vernos una señora. “Ayúdenme, mi hermano tiene una enfermedad mental”, dijo. Manejamos con ella por kilómetros para llegar a su pueblo. Una vez allí, su padre le gritó: “¿Por qué trajiste gente aquí? ¡Tu hermano ya está podrido! ¡Vete, no vale la pena!” Dije que iba a traer a la policía y se asustó. Después de consultar al jefe de la aldea, finalmente abrió la puerta.

Fue un gran shock. Frente a mí, un joven estaba clavado en el suelo, como Jesús en la cruz, ambos pies y ambos brazos estaban atados con alambres. Intentamos todo para desatar a este chico, pero fue en vano: el cable se había clavado en la carne. Nos vimos obligados a retroceder y al día siguiente volvimos a este pueblo con una tijera. A duras penas conseguimos desatarlo.

Cuando regresamos al centro, después de que terminamos de limpiarlo, me miró y me dijo: “Señor, no sé cómo agradecerle a usted y agradecerle a Dios. No se qué hice para merecer este trato por parte de mis propios padres”. Todavía tenía el deseo de vivir, pero estaba tan mal que no sobrevivió. Pero al menos murió con dignidad.

Nadie sabía qué hacer 

A partir de ahí, empezamos a recorrer los pueblos y descubrimos imágenes que no podíamos haber imaginado. Hombres, mujeres, niños, abandonados en el bosque, encadenados a los árboles. Nadie sabía qué hacer [con ellos]. Cuando voy a un pueblo y veo a un hombre o a una mujer que están encadenados en el bosque, me digo que no siempre es culpa de los padres que no saben qué hacer.

En los países africanos, las personas que padecen enfermedades mentales son olvidadas por todas nuestras autoridades. En Costa de Marfil, donde iniciamos este experimento, hay más de 25 millones de habitantes, pero hay solo dos hospitales psiquiátricos en todo el país. Si no tienes dinero, no te cuidan. En Benin, de donde vengo, hay sólo un hospital psiquiátrico. Al final, ¿qué pueden hace las familias? No tienen opción. 

Pero lo peor son las numerosas sectas que ven al demonio por todas partes. Dado que los enfermos mentales se consideran poseídos, los padres los encadenan a los árboles. El tratamiento consiste en hacer sufrir al cuerpo para expulsar al demonio. Los pacientes son golpeados, privados de comida y agua. Pueden permanecer así durante tres o, incluso, cuatro días. Es esta repugnante práctica la que me ha llevado a dedicar mi vida a estas personas.

 

La retribución

Al principio, en la pequeña capilla teníamos unos 40 pacientes. Una persona externa les cocinaba la comida. Pero un día, no tenía suficiente dinero para pagarle, no sabía qué hacer, reuní a todos los enfermos y les dije “Oren por mí, porque la situación se está poniendo difícil. Ya no podemos permitirnos pagarle a su cocinera”. Una mujer se puso de pie y dijo: “Cuando no estaba enferma, cocinaba en casa. ¿No podemos cocinar nosotros mismos?”

Entendí que a partir de entonces tenían que involucrarse en esta misión. Algunos de estos pacientes eran jóvenes, estudiantes, alumnos que terminaron la escuela secundaria. Hicimos un convenio con una escuela de enfermería para que los capacitara. Muchos de ellos se convirtieron en enfermeros, enfermeras y ahora ayudan a tratar a los demás.

Son personas que fueron totalmente olvidadas. Ahora, son las manos de Dios cuidando a los demás. Son los que van por las calles a recoger a otros enfermos. Son los que vienen a los pueblos a desatar a los enfermos y a curarlos. Bendigo al Señor porque la mentalidad está empezando a cambiar. Hay trabajo por hacer.

Cuando conocí la historia de Aurora, cómo empezó, fue una gran alegría saber de este movimiento. El sufrimiento que soportó el pueblo armenio es el que experimentan las personas que padece enfermedades mentales y aún hoy no se reconoce. Pero algunas personas continúan apoyándolas, como el pueblo armenio que sufrió tanto.

La Asociación St Camille, fundada por Grégoire Ahongbonon, ya ha ayudado a alrededor de 100.000 personas que padecen enfermedades mentales. Para ayudar a intrépidos héroes de la actualidad como él a continuar con su trabajo que cambia vidas, apoya a Aurora en auroraprize.com/es/donate.