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La gran vida de una persona humilde

La gran vida de una persona humilde

La hermana Angélique Namaika es miembro de la congregación de las Hermanas Agustinas y es cofundadora del Centro para la Reintegración y el Desarrollo y de la Clínica Pediátrica Saint Daniel Comboni, en la República Democrática del Congo. Este centro ha ayudado a miles de mujeres y niños desplazados que fueron víctimas de la guerra civil del país.

Angélique Namaika vive en un país grande y hermoso, la República Democrática del Congo. Lamentablemente, durante las últimas décadas este lugar ha sido muy cruel con su propio pueblo. En medio de la violencia y la desesperación causadas por los conflictos armados, Angélique acudió al rescate de miles de mujeres congoleñas, la mayoría de ellas víctimas de las milicias sedientas de sangre de la vecina Uganda, llamadas Ejército de Resistencia del Señor (Lord’s Resistance Army – LRA), que causa estragos y miedo en todas partes a las que van sus combatientes. A pesar de la terrible realidad que tuvo que enfrentar, Angélique Namaika nunca se permitió rendirse. Humilde y serena, tiene un espíritu heroico y es impulsada por una fuerza poderosa.

La hermana Angélique Namaika nació en Kembisa, República Democrática del Congo, el 11 de septiembre de 1967. Sus padres eran cafeteros y guardaban una tradición religiosa. Angélique recuerda haber preparado por primera vez la comida para su padre hecha de hojas de yuca cuando tenía siete años. Después de comer, él le dio su bendición. Incluso hoy, a la hermana Angélique le gusta cocinar para los demás. Su silenciosa gratitud la consuela en su servicio diario. 

La hermana Angélique nació en Kembisa, República Democrática del Congo © UNHCR / John Wessels.

Se encontró con Dios en su temprana infancia. En 1977, la pequeña Angélique quedó profundamente conmovida por el trabajo de una monja alemana, la hermana Tone. “Era una ayudante de la parroquia de Amadi que vino a cuidar a muchas de las personas enfermas en nuestra capilla. Siempre estaba sola y no tenía tiempo para descansar o comer. Decidí hacer todo lo posible para ser como ella, para que pudiera comer y descansar”, recuerda Angélique. En 1983, después de terminar algunos de sus estudios, también fue a Amadi a una misión agustina, donde se quedó en un internado. Allí se encontró con la hermana Tone de nuevo y decidió convertirse en monja.

Se unió al grupo Anuarite (llamado así en homenaje a la reconocida mártir congoleña, Marie-Clémentine Anuarite Nengapeta), bajo las ordenes de otra monja, la hermana Marie Bextermole, directora de la pensión y líder de la comunidad Amadi. Más tarde, junto con otras aspirantes de la congregación de las Hermanas Agustinas de Dungu-Doruma, Angélique fue a la reunión juvenil en Namboli, donde completó un curso preliminar para futuras monjas. En 1992, finalmente tomó sus votos en la congregación de las Hermanas Agustinas de la diócesis de Dungu-Doruma.

Una educadora de corazón, la hermana Angélique ha dedicado muchos años de su vida a guiar a los jóvenes, incluidas las futuras monjas, dando clases de historia, geografía y religión. En 1997, su congregación la envió al Instituto de la Espiritualidad Africano en Kinshasa para tener una mejor preparación en este rol. Completó allí sus estudios en el año 2000.

Su motivación por estar al servicio de las personas menos favorecidas proviene en parte de su infancia y de sus padres, quienes fueron los primeros en presentarle el concepto de servicio comunitario cuando llevaban agua, comida y leña a quienes más lo necesitaban, en las cercanías de su casa familiar. Esta motivación fue reforzada por su vida como monja, durante la cual la hermana Angélique nunca dejó de seguir tanto su amable corazón como el evangelio que la conmueve. “Dios, que siempre toma en consideración nuestras solicitudes, me ha ayudado a ser monja y fundar la Clínica Pediátrica Saint Daniel Comboni para los niños huérfanos”, explica Angélique.

La hermana Angélique ha dedicado su vida a ayudar a quienes están en situación de vulnerabilidad.

En la región de la República Democrática del Congo donde vive, el LRA masacra a los hombres, recluta a los niños y secuestra a mujeres y adolescentes para convertirlas en esclavas sexuales, a menudo mutilándolas. Ante este terror, la hermana Angélique fue testigo de la lucha diaria de los aldeanos, algunos de los cuales se habían refugiado en la selva. Así como ellos, ella también estaba atormentada por el miedo y el hambre cuando no había alimento suficiente.

El punto de inflexión en la vida de Angélique sucedió en 2003, cuando estaba en Dungu, en el noreste de la República Democrática del Congo, donde trabajaba con las novicias. Un día, mientras estaba en la parroquia, conoció a un grupo de mujeres en extrema necesidad. Entristecida por su sufrimiento, Angélique no pudo permanecer indiferente y decidió ayudarlas enseñándoles algunas habilidades útiles como costura, cocina, lectura y escritura. En 2008, la prioridad de la hermana Angélique era proteger a las víctimas del LRA: aquellas que lograron huir cuando los torturadores finalmente las liberaron, las que volvieron del monte con los ojos destruidos, las que habían tenido niños luego de ser violadas en serie. Angélique les ayudó a todas.

La hermana Angélique trabajó incansablemente para revivir a estas almas y restaurar su salud, tanto física como mental. Pero sus responsabilidades no terminaban con la atención médica. Estas mujeres necesitaban reintegrarse a sus comunidades, tenían que aprender a leer y a escribir. Algunas habían nacido en otras partes del país y no hablaban el idioma local. Y, sobre todo, cada una de ellas necesitaba un trabajo. Así nació el Centro de Reintegración y Desarrollo que abrió sus puertas en Dungu en 2012. En 2014, también fundó un orfanato para niños de 6 meses a 15 años. Durante la última década, no menos de 22.500 mujeres recibieron apoyo en el centro creado por la hermana Angélique.

La hermana Angélique utilizó el dinero del premio para plantar 20 hectáreas.

Por todo el trabajo que ha realizado, la hermana Angélique recibió el Premio Stop Hunger en 2012 y también el Premio Nansen otorgado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, a las notables personas que ayudan a quienes se han visto obligados a huir de sus hogares. El premio de $100.000 le permitió llevar a cabo nuevos proyectos y expandir sus actividades. Angélique Namaika ha plantado 20 hectáreas de arroz, maní y mandioca, abrió una panadería y una escuela (en 2015). Gracias a otro galardón, el Premio Mundo Negro de los Misioneros Cambonianos por el servicio a los niños y a las personas en situación de vulnerabilidad, la hermana Angélique pudo construir un centro de atención médica pediátrica. Siempre al servicio de la protección de las mujeres, dirigió de 2005 a 2010, la rama femenina de la Diocesana de Justicia y Paz. Hoy, la hermana Angélique vive en el orfanato con los niños, mientras continúa supervisando el trabajo diario de la clínica.

Sin dejar de lado su trabajo, la hermana Angélique viaja muy seguido de un continente a otro, de una conferencia a otra para ser la voz de los huérfanos, las mujeres y las niñas desplazadas que están bajo su protección. Cuando le preguntan sobre la fuente de su inspiración, le gusta citar un pasaje de la Biblia que ha definido su vida y continúa alentándola todos los días: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25:40). Realmente, son palabras para vivir.

 

 

La hermana Angélique recorre los caminos en mal estado, transitando grandes distancias cada día para revisar sus proyectos y visitar a las mujeres que ayuda.

© UNHCR / B. Sokol