El siglo XX fue escenario de los crímenes más atroces contra la humanidad: diversos pueblos sufrieron el crimen de genocidio y millones de personas fueron desplazadas de sus hogares. Con la llegada del nuevo siglo, lamentablemente, no mucho ha cambiado. Sin embargo, en las situaciones más difíciles suele haber destellos de luz. Muchas personas deciden tomar un rol activo, convirtiéndose en verdaderos héroes que arriesgan su vida para salvar al prójimo.
Este es el caso de Gabriel Stauring, es un estadounidense que dejó la calidez de California para ir a los campos de refugiados de Darfur, con la intención de fomentar la paz y la justicia. En febrero de 2003 comenzó un conflicto armado en Darfur, cuando los grupos rebeldes del Movimiento de Liberación de Sudán y el Movimiento Justicia e Igualdad se levantaron contra el gobierno sudanés, acusándolo de discriminar a la población no-árabe de Darfur. En respuesta, el gobierno implementó una campaña de limpieza étnica de la población no-árabe de Darfur. La ONU estima que durante el conflicto han sido asesinadas 450.000 personas y ha dejado más de tres millones de personas desplazadas. La Corte Penal Internacional ha indicado que el presidente de Sudán, Omar al-Bashir es responsible de Genocidio y crímenes contra la humanidad. El conflict aún continúa.
Gabriel Stauring fundó iACT, una organización sin fines de lucro con base en Los Ángeles que utiliza el pensamiento innovador y desarrolla relaciones colaborativas para co-crear programas replicables y rentables en campos de refugiados. Desde 2005 brindan educación, actividades deportivas y programas de derechos humanos que contribuyen a la resiliencia y recuperación de los refugiados.
Gabriel Stauring en el campo de refugiados de Darfur |
Somos parte del problema
La amplia cobertura mediática del 10 aniversario del Genocidio de Ruanda en 2004 comenzó a movilizar la sensibilidad de Gabriel. Al mismo tiempo, escuchó hablar sobre la situación en Darfur y se dio cuenta de que se encontraba en un rol “pasivo” y debía hacer algo: “Sabía que no tenía excusas y tenía que actuar. No sabía exactamente cómo, así que empecé a indagar lo más que pude y a conectarme con otros que se sentían lo mismo. Decidí que tenía que encontrar la manera de hacerlo personal así que fuimos a los campos de refugiados en la frontera de Chad y Sudán para que todos puedan ver y escuchar a las personas reales que eran las víctimas y sobrevivientes de Darfur”.
Ese que parecía ser el primer y único viaje, para luego continuar con su vida “normal”, se transformó en el motor de cambio de la vida de Gabriel. De esa primera experiencia, recuerda: “Al entrar en uno de los campos de refugiados, el hogar de más de 20.000 personas, mayoría de mujeres y niños, me di cuenta de que todos ellos habían experimentado horrores que nunca me quiero imaginar. Era un mar carpas en medio del desierto. Seguí caminando y vi que ellos estaban vivos: tenían esperanzas y sueños de un nuevo futuro. Nunca imaginaron que más de una década después de haber sido expulsados de Darfur, todavía estarían en campos de refugiados, más olvidados que nunca”.
Niños en el campo de refugiados de Darfur |
A un paso de la muerte
Los campamentos se encuentran en lugares remotos, por lo que desarrollar acciones se torna muy complejo e implica mucho riesgo. A lo largo de estos años, Gabriel tuvo que enfrentar graves peligros que amenazaron, incluso, su vida: “Toda la región es muy volátil. Cuando empecé a viajar a los campos de refugiados, Chad era extremadamente inestable, con los rebeldes involucrados en ataques regulares en todo el país. Los activistas humanitarios eran, frecuentemente, víctimas de la violencia; nosotros estuvimos muy cerca de los incidentes en varias ocasiones. En 2008 estuvimos más que cerca y quedamos atrapados en el país durante un intento de golpe de estado de los rebeldes chadianos. Toda la ciudad fue tomada, nuestro hotel atacado y una bala pasó a centímetros de donde estábamos mi colega, ahora esposa, Katie-Jay y yo”, recuerda Gabriel.
Si bien esto sucedió hace ya algún tiempo, la realidad que deben afrontar los lugareños, aún sigue siendo muy compleja. “Lamentablemente, después de trece años de violencia, la situación en Darfur no ha mejorado y la violencia ha aumentado en algunas regiones. Hay casi 3 millones de personas desplazadas y 380.000 refugiados en la frontera con Chad. Más aún, han disminuido los recursos para hacer frente a las necesidades de las millones de personas que están desesperados por elementos básicos de supervivencia, por no hablar de la educación y otros programas que podrían ofrecer esperanza para su futuro. En los campamentos que visitamos, las raciones de alimentos se han reducido en más del 60%”, se lamenta Gabriel.
Deporte es salud. Y resiliencia
iACT cuenta con dos programas; “Little Ripples”, orientado al desarrollo de la primera infancia que forma y emplea a mujeres refugiadas para proporcionar educación preescolar en el hogar para mejorar el desarrollo temprano de los niños refugiados y “Darfur United”: Se trata de un club de fútbol compuesto por los refugiados y una academia de fútbol para niños y jóvenes. El club ofrece un lugar seguro para jugar, moverse, sanar bajo la dirección de hombres y mujeres que enseñan las habilidades de fútbol, en fomento de la paz y la salud.
Dibujo hecho por un niño refugiado de Darfur |
Todo comenzó cuando en su primer viaje a Darfur, Gabriel llevó consigo una pelota de fútbol y se puso a jugar con los chicos. En ese instante sintió que se transformaban; no eran más víctimas y refugiados, eran jugadores de fútbol: allí vio el poder que tiene el deporte para con la resiliencia. “El deporte es la mejor herramienta para la educación y se ha demostrado que es esencial para la recuperación del trauma, tanto para niños como para adultos. Utilizamos el deporte para enseñar sobre la atención plena, liderazgo, trabajo en equipo, la salud física y mental. ¡A los chicos les encanta! Vienen, juegan, aprenden y luego toman esas habilidades y beneficios para su vida cotidiana”, cuenta Gabriel.
La población civil hace la diferencia
Antes de partir a su 23° viaje a Darfur, Gabriel reflexiona sobre la importancia de la participación civil en un rol más activo frente al actual contexto mundial: “La participación de la población civil es fundamental para paliar situaciones de emergencia humanitaria y ayudar a prevenir crisis futuras. Como hemos visto a lo largo de la historia, nuestros líderes no siempre hacen lo que es correcto. Necesitamos presionar para que se actúe de una manera que refleje los valores y los principios humanitarios.
Las personas "normales" también tienen mucho que ofrecer, sólo se tienen que dar la oportunidad de actuar.
iACT cree profundamente que es necesaria una nueva cultura de participación si queremos detener los ciclos de violencia, la pobreza y el abandono”, afirma Gabriel
La participación en cuestiones humanitarias no fue azarosa para Gabriel, él siempre tuvo una sensibilidad particular. Se graduó de la Universidad Estatal de California en Domínguez Hills, con una especialización en ciencias de la conducta y antes de dedicar su vida a brindar ayuda a los refugiados de Darfur, trabajaba como consultor de familia y brindaba sus servicios profesionales de terapia en un hogar para niños maltratados y sus familias.
Gabriel Stauring en el campo de refugiados de Darfur |
Gabriel no puede evitar pensar que esos niños que están en los campamentos, podrían ser sus hijos; eso lo motiva aún más en continuar su noble trabajo: “Actualmente, hay más de sesenta millones de refugiados en todo el mundo, que nos desafían a trabajar más y ser más creativos en la búsqueda de soluciones a los problemas que ahora afectan a todos, en todo el mundo. La empatía y la compasión son componentes clave de cualquier solución y a todos los programas llevados a cabo en apoyo de los desplazados por la violencia. Si hemos de tomar medidas positivas hacia un mundo más esperanzador y pacífico, debemos darnos cuenta de que cada niño contiene toda la empatía necesaria para alimentar una vida de paz, si es nutrido y se le da la chance de prosperar”, concluye.