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Padre Michael Lapsley: “Cada historia necesita un oyente”

Padre Michael Lapsley: “Cada historia necesita un oyente”

El Padre Michael Lapsley, miembro de la Comunidad Aurora, es un sacerdote anglicano, activista por la justicia social, participante del movimiento anti-apartheid en Sudáfrica y fundador del Institute for Healing of Memories (IHOM). El Instituto contribuye a la sanación individual y colectiva duradera que hace posible un futuro más pacífico y justo. IHOM se fundó en 1998 y, actualmente, es una red global que cuenta con oficinas en Sudáfrica, Luxemburgo y Nueva York.

Por su activismo debió enfrentarse a numerosos desafíos. En 1976, fue expulsado de Sudáfrica y se trasladó a Lesotho y, más tarde, a Zimbabwe, donde fue víctima de una carta bomba. La explosión se llevó sus dos manos y la vista de uno de sus ojos.

Tras una larga recuperación, regresó a Sudáfrica decidido a dedicar su vida a ayudar a las víctimas a recomponerse de las heridas emocionales, psicológicas y espirituales infligidas por la guerra, los abusos de los derechos humanos y otras circunstancias traumáticas. Hablamos con el padre Michael sobre su transición de víctima a sobreviviente y vencedor, sus puntos de vista sobre las necesidades humanitarias actuales y el Institute for Healing of Memories.

En una de sus entrevistas, dijo que "viajó más allá para pasar a ser de víctima a sobreviviente, a vencedor". ¿Puede contarnos un poco más sobre su historia para ayudarnos a comprender de dónde proviene su inspiración y fuerza?

En 1973, mi congregación me trasladó a Sudáfrica donde, de repente, dejé de ser un ser humano y me convertí en un hombre blanco. La realidad me golpeó. Podía estar en contra del racismo, en contra del apartheid, pero seguía siendo un beneficiario de esto. Me uní a la lucha por la liberación y después de 3 años y medio me expulsaron de Sudáfrica. Me fui a vivir a Lesotho, donde me uní al movimiento de liberación, el Congreso Nacional Africano. Mi trabajo en la lucha de la liberación fue pastoral, educativa, teológica, de atención a los exiliados. Luego me fui a vivir a Zimbabue.

En 1990, recibí una carta bomba, tres meses después de la liberación de Mandela. Así es como perdí mis manos, mi ojo y sufrí otras lesiones. Personas de todo el mundo oraron por mí, me amaron, me apoyaron, me reconocieron, supieron lo que me habían hecho. Y eso es lo que me ayudó a recorrer el trayecto de víctima a sobreviviente, a vencedor.

Me refiero a vencedor en el sentido de recuperar la capacidad de ayudar a moldear y crear el mundo, a no ser más un objeto de la historia, sino un sujeto de ella. La gente me ha inspirado. Era consciente de que en Sudáfrica generaciones antes que yo, siglos atrás, habían sufrido y se habían sacrificado, pero también esperaban y soñaban con un mundo mejor, aunque en sus vidas las cosas habían empeorado. Pero todavía estaban allí para esperar, soñar, luchar, sacrificarse.

Hace más de 20 años fundó el Institute for Healing of Memories. ¿Cuál es el principio fundamental de su trabajo? Y ¿cómo ha cambiado durante estos años?

El Instituto surgió como una respuesta a mi reflejo de lo que me ayudó a sanar, no solo físicamente, sino de una manera emocional y psicológica. Y hablo de cómo la gente escucha y reconoce mi historia. Cuando regresé a Sudáfrica después de 16 años de ausencia, descubrí que éramos una nación que había sido dañada. Todos tenemos una historia que contar pero a diferencia de mí, para muchos sudafricanos nadie había escuchado sus historias, nadie había reconocido su dolor.

En 1995-1996, tuvimos la Comisión para la Verdad y la Reconciliación como una manera para que la nación se ocupara de su pasado. 23.000 personas vinieron a la Comisión, pero teníamos una nación de 55 millones. Mi pregunta siempre fue: "¿Qué pasa con la historia de los demás? ¿Qué les pasó?" Entonces, el Institute for Healing of Memories comenzó como un proceso paralelo a la Comisión para la Verdad y la Reconciliación. Eso fue hace ya 25 años.

No nos centramos sólo en el apartheid, nos enfocamos en cómo el pasado de la nación ha afectado a un individuo. En 1998, fuimos invitados a tres países. Uno fue Ruanda, cuatro años después del genocidio que ocurrió allí. También fuimos invitados a la ciudad de Nueva York. Muchas de las personas que participaron en el movimiento de derechos civiles nunca tuvieron la oportunidad de hablar sobre su dolor. Lo que habíamos hecho comenzó a resonar en las personas de todo el mundo, dondequiera que haya habido guerra, opresión e injusticia. Empezamos a ver que los recuerdos curativos eran relevantes para toda la familia humana.

Después de haber trabajado durante estos años, tenemos dos narrativas dominantes: una es el trauma infantil y la otra es la violencia de género. Como mencioné, en nuestro trabajo nos enfocamos en el aspecto emocional, psicológico, espiritual y nuestro lema es: “Todas las personas tienen una historia que contar y cada historia necesita un oyente". También decimos que todas las personas son seres espirituales. No todo el mundo es religioso, pero todos tienen una espiritualidad. También creemos que todas las personas comparten la responsabilidad del pasado y que todos tienen un rol que desempeñar en la creación de un futuro diferente.

– ¿Cómo ha cambiado el mundo humanitario global y las necesidades durante estas décadas de su actividad? ¿Qué tipo de tendencias ve ahora?

El COVID-19, la pandemia, ha puesto al descubierto una serie de realidades. Una de esas cuestiones clave es la vulnerabilidad de toda la familia humana. El mundo debería haberse dado cuenta de que las armas de destrucción masiva no tienen ningún valor en la lucha contra la pandemia. Los países podrían gastar su dinero, todo su presupuesto en armas pero no ayudaron en absoluto a combatir la pandemia.

La otra es que la madre naturaleza llora por lo que le hacemos. La gente dice que sobrevivirá, pero es probable que no. Otro aspecto que se puso en manifiesto con la pandemia es que la violencia de género ha aumentado drásticamente en todo el mundo. La importancia de abordar esto nunca ha sido tan aguda como lo es hoy.

– Aurora apoya a los héroes de la actualidad como usted y destaca el trabajo vital que realizan en el campo. ¿Qué significa para usted ser parte de esta comunidad y cómo pueden ayudar otros también?

Tenemos obsequios para hacernos unos a otros. Nunca es una calle de un solo sentido. Estamos ansiosos por aprender de las experiencias de otros miembros de la Comunidad Aurora porque no hay otra comunidad que tenga este tipo de rango.

Como todas las demás ONG, luchamos por obtener fondos para sobrevivir y continuar con nuestro trabajo. La posibilidad de que haya socios que estén interesados en brindar apoyo a nuestra labor también es muy importante. Estamos desarrollando un programa en toda África. Comenzamos con nueve países, pero hay 54 en el continente. Y, paso a paso, queremos expandir nuestro trabajo en todo el continente. Entonces, la posibilidad de ser socios de quienes trabajan en África es muy emocionante.