La noción de ayuda humanitaria se basa en el derecho universal de los seres humanos a la integridad y a la protección ante el dolor y la violencia. Pero cuando se trata de ayudar a las víctimas de catástrofes en diferentes regiones, muchos trabajadores humanitarios se enfrentan a grandes desafíos y a dilemas psicológicos. Hablamos con Claus Sorensen, el director general de la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil (ECHO, por sus siglas en inglés – ‘European Commission's Humanitarian Aid and Civil Protection Department’), sobre las cuestiones más urgentes que las organizaciones humanitarias tienen que abordar y sobre las formas que encuentran para superar las dificultades.
Desde hace 26 años, Claus Sorensen, trabaja para la Unión Europea. Luego de estudiar economía en la Universidad de Copenhague, se unió al servicio diplomático danés. De 1981 a 1985, fue parte de la Misión de Dinamarca ante la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OECD, por sus siglas en inglés) y, de 1988 a 1989, ante la Unión Europea.
I.L.: Usted ha estado en el campo de la labor humanitaria desde hace varios años ¿qué lo llevo a unirse a esta causa?
C.S.: Todo servicio público se supone que debe beneficiar a las personas. Sin embargo, en el campo de la ayuda humanitaria el vínculo entre tus acciones y la seguridad y supervivencia de los demás es tan directo y dramático, que nunca dudarías el significado y el propósito de tu labor. Sólo tenés que hacer más, mejor y más rápido. ¿Qué mejor motivación que eso?
I.L.: ¿Cuáles son los principios básicos de ayuda humanitaria y cómo es planeada y evaluada?
C.S.: La ayuda humanitaria es una profunda reflexión del principio de que cada vida humana tiene un valor intrínseco, independientemente de la edad, el origen étnico, nacionalidad o género y que esa vida tiene derecho a la protección y al apoyo.
Este no es un lugar común, sino que es un punto de vista político que no es generalmente aceptado en todos los lugares del mundo. Esta visión debe ser defendida una y otra vez, particularmente de cara a la opresión, la violencia y el conflicto.
Así, mientras que la ayuda humanitaria es, ciertamente, un hecho apolítico y debe permanecer neutral e independiente para garantizar el acceso en las circunstancias más difíciles, es, de hecho, una poderosa y concreta manifestación de los derechos fundamentales de todo ser humano, particularmente, el derecho de aquellos que no tienen ningún acceso a los pasillos del poder y son privados de los medios más esenciales de supervivencia.
I.L.: Durante los últimos años, ¿han cambiado las condiciones en las que se brinda asistencia humanitaria? ¿La entrega de ayuda humanitaria hoy es más sencilla que antes?
C.S.: Hoy nos enfrentamos cada vez a más restricciones y limitaciones respecto a la labor humanitaria. La palabra “humanitario”, la bandera de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja e, incluso, la bandera azul de las Naciones Unidas ya no ofrecen la misma protección que solían dar hace diez años. Los gobiernos usan el hambre como arma de guerra. Los hospitales son bombardeados. El acceso a las prisiones es negado. Los medicamentos e instrumentos quirúrgicos son robados de los envíos humanitarios. No es que los problemas eran escasos antes: piensen en Pol Pot, los Tamils, la discriminación de los Royhingas o el hambre en Biafra, por no hablar sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Pero, desafortunadamente, la historia tiene una manera de repetirse, por lo que debemos permanecer en alerta y activos.
De hecho, es una tarea importante para los trabajadores humanitarios que brindan asistencia, también dar su testimonio sobre el sufrimiento humano, a actuar con conciencia humanitaria y convencer a los gobiernos y líderes para que brinden soluciones políticas a los conflictos o catástrofes provocadas por el hombre.
Sin embargo, este tipo de promoción, no debe poner en riesgo la prestación de ayuda. Este es un equilibrio difícil que requiere conocimientos específicos, experiencia y buen juicio.
I.L.: ¿Qué desafíos tuvo que enfrentar personalmente en su trabajo?
C.S.: El desafío principal fueron las relaciones con los “hoolingans” de este mundo: los gobiernos o los grupos rebeldes que atacaban civiles inocentes en nombre de cualquier doctrina o creencia religiosa, faltándole el respeto a sus derechos de vivir en protección. Algunos están motivados por la avaricia, otros no permiten el paso de los convoyes, negando que las vacunas sean administradas. Sin mencionar el callejón sin salida del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que es una vergüenza cuando se trata de ponerle fin a un conflicto.
Otro desafío son los limitados presupuestos que no están a la altura de las tareas que debemos afrontar. Debemos mejorar en cuanto la adopción de medidas preventivas mientras se salvan vidas. También hay un sinnúmero de otros dilemas: ¿cómo nos pronunciamos sobre las atrocidades mientras hay trabajadores humanitarios en la línea de fuego? ¿Cómo podemos detener la ayuda humanitaria que se brinda, debido a que el mismo conflicto se prolonga?
I.L.: Muchas atrocidades contra la humanidad fueron condenadas internacionalmente. Desafortunadamente, la violación sistemática de los derechos humanos continúa hoy en día. ¿Cuáles pueden ser algunos mecanismos eficaces para evitar que esto suceda? ¿La presión internacional es suficiente?
C.S.: Con hablar no es suficiente, pero sigue siendo esencial hacerlo. Incluso, el gobierno más terrible tiene una reputación que defender. Al mismo tiempo, es igualmente importante mantener el diálogo y construir confianza.
Tenemos que estar preparados para negociar con el diablo para salvar vidas.
La Corte Penal Internacional (CPI) es esencial en términos simbólicos y en cuanto a los veredictos que emite. Pero la remisión automática a la CPI no es la respuesta. El objetivo final es salvar vidas pero tener casos pendientes que aún no pueden ser procesados, que terminan siendo obstáculos para los trabajadores humanitarios, tampoco es la respuesta. A menudo, una división del trabajo está en orden: aquellos comprometidos con este campo se mantienen alejados de la vergüenza y le dejan ese trabajo a otros, cuyas actividades están en menor peligro de ser tomados como rehenes o de cerrarse. Pero seamos claros: ¡el balance es muy difícil de encontrar!
I.L.: ¿Cuál considera como la misión especial humanitaria de la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil (ECHO)?
C.S.: ECHO cumple con la aspiración de todos los europeos de ser representados, de mostrar solidaridad y unidad cuando los derechos humanos de otras personas son abusados o cuando la vida y el bienestar son amenazados por los calamidades causadas por el hombre, o por desastres naturales. Esto refleja los valores fundamentales de los tratados de a Unión Europea y su poderosa declaración política para todos los individuos que no deben ser olvidados y los gobiernos que deben cuidar a todas las personas dentro de su jurisdicción. Por otra parte, ECHO es el guardián de las buenas acciones y de las acciones colectivas de la Unión y sus Estados miembro. Trae escala, coordinación y efectividad a las acciones humanitarias.
I.L.: El año pasado se presentó el Aurora Prize for Awakening Humanity para honrar las valientes acciones de las personas y ayudar financieramente a las organizaciones humanitarias. ¿Qué opinión tiene sobre ello?
C.S.: Creo que los trabajadores humanitarios, en particular quienes brindan ayuda en las circunstancias más difíciles y, muchas veces arriesgando su propia vida, merecen respeto y reconocimiento. El Premio Aurora expresa gratitud a aquellos que están en la línea de fuego.