¿Cuáles son los lazos que nos unen a nuestros antepasados además de los lazos genéticos? ¿Qué fuerza nos mueve cuando buscamos historizarnos conociendo sus vidas? Esos lazos, esa fuerza me llevaron a encontrarme con una foto. Una foto que, aunque extraña a mí, me era totalmente familiar. Soy Cecilia Keskiskian, soy una armenia de 31 años, nacida como segunda generación en la Argentina. Soy arquitecta. Mi formación fue en la Universidad de Buenos Aires, pero mi amor a la construcción surgía de adentro mío casi como un mensaje genético. Ese mensaje circuló a través de las palabras de mi abuela Vartuhi Arabian y de su hija, mi madre Alicia Tchabrassian. Esas palabras me trajeron una y mil veces los relatos de un hombre que amó su oficio de constructor y que amó inconmensurablemente la vida. ¿Quién era ese hombre joven que en la foto se lo ve en medio de una construcción, con un plano en la mano y con mirada mansa? Era Dikran Arabian. Era mi bisabuelo materno. Dikran Nahabed Arabian, nació en Marash el 28 de julio de 1895 y murió en Buenos Aires el 22 de enero de 1976, a los 80 años. Casado con Anna Vartanian, nacida en Marash en el año 1896. Al desconocer el día de su nacimiento, sus hijas al momento de realizar el documento de identidad en Buenos Aires, eligieron el día 15 de agosto (día de la madre). Murió el 20 de septiembre de 1976, a los 80 años.
Anna Vartanian, ante la muerte temprana de su madre y el nuevo matrimonio del padre, fue criada junto a su hermana por sus abuelos maternos, quienes decidieron darles educación en un College inglés de Marash. De allí obtuvo el título de Maestra. Se la recuerda como una mujer muy instruida, ávida por la lectura y de gusto refinado. Primera década del 1900, eran épocas difíciles, tiempos en que todo muchacho joven y armenio era enviado a la guerra. Destino del cual Dikran se escapó infinidad de veces. Así fue que una de esas tantas veces logro mezclarse con una tribu de beduinos, quedando un tiempo escondido allí. Por esos tiempos, yendo en contra de todo protocolo y buenas costumbres de la época, le pidió a Anna si quería ser su novia y esposa. Hacia 1915 ellos ya se encontraban casados. Tuvieron 9 hijos. En Marash nacieron 3 de ellos: Nahabed, Haigazun y Vartuhi (mi abuela materna). Nahabed murió a los 4 años en Marash.
Comenzar de nuevo, una vez más
Dikran Arabian, era carpintero y constructor. Apasionado por su trabajo logró brindar confort a la familia que estaba creciendo. Sin embargo, mas allá de todo el progreso que pudiera alcanzar, estos eran tiempos difíciles. A los 40 días del nacimiento de Vartuhi, nacida el 15 de octubre de 1922, tuvieron que dejar su tierra y todas sus pertenencias. El genocidio avanzaba implacablemente. Mi bisabuela Anna nunca dejo de oír el fuerte llanto de mi abuela Vartuhi en aquellas frías noches en medio del desierto. Llegaron a Beirut. Allí Dikran empezó, una vez más, con su oficio. Aprendió, creció y se relacionó. Decía mi abuela Vartuhi que lo nombraban "el Lord". Tuvieron años prósperos, vivían en una hermosa casa de dos plantas, con vista hacia el mediterráneo. Allí nació la segunda niña de la familia, Dikranuhi. Luego hubo otros tres nacimientos, Armenuhi, fallecida a los 9 meses y dos niñas mellizas que según contaba Anna, la matrona que la asistió en el parto, manifestó que no vivirían y sin darles vestimenta alguna, las dejó morir.

En Beirut, Dikran creció en su oficio. Aprendió, junto a un arquitecto, la técnica del hormigón armado. Se desarrolló como especialista en el tema y alcanzó la certificación que lo habilitaba para la construcción de hasta 4 niveles. Con el florecimiento de su actividad laboral, aproximadamente en el año 1926, el gobernador le encargó a Dikran la construcción de un importante edificio gubernamental. Dikran elaboró el proyecto y dispuso los materiales para su construcción. Pasado un tiempo, el gobernador decidió no llevar a cabo la obra, por lo que Dikran inició una demanda judicial, que luego perdió. Ante la imposibilidad de reclamo hacia la figura que representara el poder en dichos territorios, comenzó a planificar, una vez más, la búsqueda de nuevos horizontes. Entendemos que se hablaría de América, por lo que Dikran decidió partir hacia Estados Unidos, pero como se encontraba cerrada la posibilidad de su inmigración, resolvió embarcar hacia Argentina. En 1928 Dikran Arabian llegó solo a Buenos Aires. Como se solía hacer en aquellos años, dispuso el sitio para luego recibir a su familia. Mientras tanto, en un comienzo lo albergaron unos paisanos.
Él mismo llegó con una carta de recomendación. En la Argentina, al querer insertarse en el ámbito laboral como constructor y contratista, tomó conocimiento de que la técnica del hormigón armado que él ya había aprendido con anterioridad, aún no era muy frecuente en estas latitudes. Por lo que retomó algunos trabajos en carpintería y aprendió la técnica constructiva utilizada en la época de muros mampuestos y losas materializadas en bovedilla. A su vez, ante la necesidad de tener que trabajar y la incapacidad de poder aplicar una técnica aún no tan habitual como la del hormigón armado, Dikran construyó un telar y comenzó a hacer telas para luego enviar a cortar y coser corbatas. Corbatas que él mismo vendía por las calles de Buenos Aires.
Haciendo ese trabajo de vendedor ambulante, una vez en el barrio de Mataderos fue asaltado y golpeado. Estuvo tan grave que pensaron en comunicarse con su esposa para que no viniera a estas tierras, ya que el estado de salud de Dikran era más que desfavorable. Sin embargo, Dikran se recuperó, pasó el tiempo y en el año 1929 llegó a la Argentina su mujer, Anna, con sus tres hijos. Mi abuela Vartuhi con 7 años, luego de mucho tiempo reconoció a su papá. No así su hermana menor Dikranuhi quien tenía 4 años.

Foto principal: La Familia Arabian en Beirut, 1928
Recuerdo perfectamente a mi abuela Vartuhi expresando su enorme agradecimiento a estas tierras. Ella amaba este sitio que les dio cobijo, tanto así como su añorada Marash. Hasta sus 92 años de vida recordaba con emoción sus primeros pasos en la escuela primaria en Buenos Aires y que a pesar de no entender el castellano, estaba ávida por aprender. No olvidó jamás la emoción y la sensación de protección y pertenencia que experimentó cuando la bandera argentina en un acto escolar le rozó el hombro. En un comienzo vivieron en la casa de unos paisanos, mientras que Dikran comenzó la construcción de una habitación y baño en el lote que contuvo la casa que por mucho tiempo albergo a toda la familia Arabian, en el barrio de Liniers. No sin conflictos con los paisanos con los que vivían, Anna y Dikran decidieron irse a vivir con sus tres niños a la casa en proceso de construcción. De esta forma, con el inicio de una habitación, fueron agregando las subsiguientes y, poco a poco, con el esfuerzo de toda la familia, cargando arena y ladrillos, fueron materializando el hogar. Allí nacieron, la nochebuena de 1930, la tercera hija, Elisa y en enero de 1933, la cuarta hija, Elena.
Dikran trabajó muchísimo en lo que fuera su oficio. Su actividad fue próspera, con los altibajos de un país que pasó por numerosas crisis. Junto al crecimiento familiar, la crianza y educación de los hijos, estaba creciendo la comunidad armenia de Liniers, que un poco alejada de la central (Palermo), decidió fortalecer el aspecto comunitario con la construcción de una iglesia. Entre tantos otros voluntarios, se le encargó a Dikran el proyecto y construcción de la Iglesia que hoy es la Iglesia Apostólica Armenia San Pablo. Nombre que sugiriera, oportunamente, Anna, su esposa. Fue un proyecto que se concretó con la colaboración de todos los miembros de esa comunidad. Dikran trabajó incansablemente a lo largo de todo su proceso, brindando su fuerza de trabajo, su conocimiento en la disciplina de la construcción, llegando a construir mucho más que una iglesia, si no también un sitio donde la comunidad pudo fortalecer sus lazos.
La Iglesia Apostólica Armenia San Pablo se inauguró en el año 1938. En un comienzo también albergó lo que fuera el colegio Nubarian. Relataba Samuel Margossian, miembro de esa comunidad, que Dikran sorprendentemente realizó la losa de hormigón armado sin columnas intermedias, cubriendo de esta forma la totalidad del ancho disponible, conformando así una sola nave. Tanto Samuel como mi abuela Vartuhi, describían el terror y la desconfianza que experimentaron los compañeros de trabajo de Dikran el día que él desencofró la estructura. Sencillamente, él estaba seguro de la técnica empleada, aprendida años atrás en otras tierras. Sin embargo, en Buenos Aires no era frecuente su utilización, pero él junto con otros colaboradores, se alzaron como pioneros en su utilización. Hace poco tiempo, celebrando una misa en la Iglesia, con la mirada hacia lo alto, Samuel le mencionó a mi madre Alicia, (hija de Vartuhi y nieta de Dikran): "Mirá los años que pasaron, nunca se rajó, nunca paso ni una gota de agua". De la misma iglesia, su hija Elisa recuerda con alegría las manos de su padre moldeando la paloma blanca, realizada en yeso, así como también su hija Elena relata el esfuerzo de su padre puliendo y proporcionando la terminación correcta a la pila bautismal.
Así como participó en la construcción de la Iglesia Armenia en el barrio de Liniers, se lo convocó en un comienzo para la ejecución de la iglesia Armenia en Palermo y para la construcción de un par de columnas situadas hoy en la Iglesia Armenia del barrio de Flores. Sus descendientes recordamos su espíritu de lucha, su inagotable pasión por construir, su alegría cuando torcía el alambre para la estructura, cuando hacia el pozo, cuando se subía a un andamio. Asimismo, guardo la admiración que tenía mi abuela y la curiosidad que le generaba a mi madre verlo empezar un trabajo. Mi abuela Vartuhi contaba que su padre le describía la felicidad que sentía cuando, subido a los andamios, el frio le pegaba en la cara o el sol le curtía la piel. Era un hombre feliz y apasionado, luchador. Era alegre, le gustaba la música, las fiestas, recibir amigos. Era generoso con el dinero, la comida, el cobijo. Era conversador con todos los vecinos del barrio, muchos de ellos inmigrantes. Llegó a tener once nietos, jugaba con ellos y se convertía en un niño al hacerlo. Mi tío Sergio y mi mamá Alicia, recuerdan cómo, cada vez que ellos le pedían algún objeto para jugar, él sin dudas se los construiría. Y así, surgían mágicamente de sus ásperas manos de constructor, guitarras de madera, mandolinas, tmpuk, pizarrones, sillitas y mesitas para jugar y jugar. Así como era apasionado para el trabajo, también lo era para defender sus ideas, como sin dudas lo fue su hija mayor Vartuhi, Mamig para nosotros. Probablemente, la que más se le pareciera en su espíritu de lucha y, fundamentalmente, su infinito amor a la vida.