La cantante Brenda Vaneskeheian se siente orgullosa de tener hoy en sus manos aquella Biblia que perteneció a su bisabuela. Esa misma que la ayudó a sobrevivir durante las deportaciones.
Su bisabuelo materno, Avedis Avedikian, nació en la ciudad de Adana en el año 1890. Como sus padres eran analfabetos, quisieron darles a sus tres hijos -Avedis, Hripsimé y Teolinda- estudios universitarios, así fue como Avedis llegó a ser profesor de inglés, francés y armenio.
Su bisabuela materna, Teperik Caroglanian, nació en la localidad de Tokat en 1905. Su padre era un comerciante que importaba de telas de seda de la India. Vivían en una casa de dos plantas, con su abuela, su madre y sus dos hermanos menores: Vartán y Verónica.
Al preguntarle sobre su historia familiar, Brenda afirma que “es una vivencia que parece increíble. Me parece interesante compartirla con la gente, ya sea armenia o no armenia, porque es una mezcla del terror y del amor que se vivía en esos tiempos. Creo que hay tanto dolor, inmensurable, pero a la vez tanta fuerza para recuperarse de tal hecho… Son historias que no deben morir en los protagonistas, son para que giren por el mundo y vivan en nosotros”.
Bren Vaneske, como suele llamarse de manera artística, compuso "1915", en memoria de su bisabuela y todas las víctimas. "Quería expresar mi bronca, mi tristeza y, al mismo tiempo, aportar mi granito, una forma de justicia a la historia. Hubo un genocidio, impunidad y una conexión directa con mi sangre. Todo esto me inspiró a escribir, a recordar. Es un video visceral y muy furete. Acá no hay grises. Si hay un acto impune, puede haber otros, por eso el pedido de justicia por eso exigimos NUNCA MÁS", expresa Brenda.
El santo libro
Alrededor de 1915, los gendarmes turcos, armados todos ellos, pasaron casa por casa de los armenios ordenando a los hombres de cada familia integrarse al ejército turco, engañándolos para luego matarlos. Los que se rehusaban, eran ejecutados en el momento. Así, la ciudad quedó vacía de hombres, dejando desamparadas a las mujeres, a los ancianos y a los niños. Los días siguientes, los gendarmes pasaron nuevamente por las casas, echando a las familias hacia el desierto, con la excusa de salvaguardarlos de la guerra que se avecinaba. Teperik, de diez años en ese momento, junto con su abuela, su madre, sus hermanitos menores y un burro que tenían, enfilaron la caravana hacia el desierto. Al salir arrancados de su casa, la mamá de Teperik le dio un libro, se agachó, le dio un beso en la frente y le dijo que, pase lo que pase, nunca se separe de él, que ese libro la ayudaría siempre a saber quién es.
En ese infernal trayecto, de muchos kilómetros de aridez, ninguno aguantó tanto maltrato físico y semejantes condiciones infrahumanas y murieron en el camino, salvo Teperik. Ella, casi moribunda, logró llegar a la ciudad de Tarsus, donde fue recogida y adoptada por un matrimonio árabe sin hijos. La criaron como árabe y esperaban casarla con un par.
Pero ella era armenia. Se sentía armenia y nada podía cambiar eso. La identidad, la sangre y la cultura eran más fuertes que todo.
Teperik mantenía en secreto ese libro que le había dado su madre: era una Biblia escrita en armenio, la leía todas las noches para no olvidar el idioma y sus orígenes. Su madre tenía razón: ese libro fue su guardián. Ella no quería ser árabe y tampoco quería casarse con un árabe, pero debía callar, sin poder expresarlo ni rehusarse. El dolor iba por dentro.
La Biblia que ayudó a Teperik, hoy la guarda su bisnieta, Brenda Vaneskeheian |
Nuevos rumbos
Un día, Teperik conoció al joven vecino que vivía en la casa contigua; para su sorpresa, él también era armenio. Enseguida comenzaron a hablar y a relacionarse, pero siempre a escondidas, ya que ella tenía prohibido entablar diálogo con desconocidos. El joven se enamoró de ella desde el primer día y se propuso conquistarla. Para lograrlo, acudió a un amigo armenio y le pidió que lo ayudara a escribirle cartas de amor y poemas a la joven Teperik. Luego de varios días y varias cartas, una de ellas profesaba la libertad: él le proponía escapar. Tal como le había prometido, la noche siguiente, cuando todos dormían, se escaparon juntos al College de la Cruz Roja de la ciudad, donde había niños y jóvenes pupilos refugiados.
Cuando llegaron al College, le presentó a su amigo, el profesor de la escuela, Avedis, quien era el verdadero autor de las cartas. Inmediatamente, Teperik se dio cuenta que era él quien escribía las cartas y no su vecino armenio. Fue amor a primera vista. Así con una sola mirada se dijeron todo y no hubo necesidad de más cartas: en 1921 Teperik y Avedis se casaron.
Avedis y Teperik en Buenos Aires, Argentina |
Desatada ya la Primera Guerra Mundial, el joven matrimonio se vio obligado a escaparse, una vez más; el destino que los esperaba era Grecia. Tres años más tarde nació la primera hija del matrimonio, Tsoliné. Allí vivieron cinco años, pero en 1928 consiguieron pasajes en el Barco Alcántara con destino a la ciudad de Buenos Aires en Argentina. El destino elegido fue la ciudad porteña porque algunos amigos de la pareja ya se habían instalado en Sudamérica y mediante cartas que se enviaban, describían un país próspero, tranquilo, lleno de vida y, sobre todo, pacífico. Luego de haber vivido tanto horror y haber perdido a toda su familia, era un destino idóneo donde empezar una nueva vida y construir una nueva familia. Así fue que Avedis, Teperik y la pequeña Tsoliné llegaron a América Latina. Con el tiempo, ellos mismos verificaron que las cartas de sus amigos profesaban la verdad. Habían encontrado paz, trabajo y un futuro prometedor. De a poco las cosas se fueron acomodando, la familia continuó creciendo y nacieron los otros tres hijos del matrimonio: Eduardo, Jorge y Arminé.
Avedis aprendió el español casi de forma autodidacta. Leía y anotaba las palabras y sus respectivas traducciones en armenio.
Saber otros idiomas hizo que este proceso le fuera un poco más fácil. Trabajó muchos años en la fábrica de neumáticos Goodyear y Teperik era costurera; así se insertaron en la sociedad argentina, pero sin olvidar sus orígenes y su Madre Patria. La cultura siempre formó parte de sus vidas. En su casa tenían una biblioteca con numerosos libros: Biblias, cancioneros patrios, textos de Mikael Nalbandian y otros autores. Avedis los leía con atención y hacía sus propias anotaciones, era un gran admirador de la literatura armenia. Llevaba siempre consigo una libreta de tapa negra, donde copiaba las poesías que más le gustaban y escribía, también, alguna que otra estrofa de su autoría.
La familia Avedikian llevaba una vida tranquila; participaban en la iglesia San Gregorio el Iluminador, en la calle Acevedo (actual calle Armenia), de las cotidianas reuniones familiares y de los grupos de amigos armenios.
Teperik y su hija Tsoliné, en Grecia - Colección privada de la familia Vaneskeheian |
Hoy, a casi cien años de aquellos días de horror, en el que el Estado turco se deshacía de los armenios; después de tanto miedo, la muerte cercana y el desarraigo, la vida fue más fuerte.
La valentía y las ganas de vivir de Teperik llegaron hasta la cuarta generación en Argentina con el nacimiento de la pequeña Catalina, hija de su nieto Cristian Vaneskeheian.
Su bisnieta Brenda aunque no conoció a Avedis, heredó de él su amor por los libros, sus ideas y su faceta artística, su habilidad musical y la inspiración para componer sus canciones. Actualmente, ella guarda algunos de los libros que formaron parte de la biblioteca de los Avedikian, una verdadera reliquia, un tesoro familiar y, sobre todo, uno de ellos en particular: “Parece increíble tener hoy en mis manos esa Biblia que data de 1902. Ella representa la salvación, nuestra descendencia. Es la fuerza y la resistencia de Teperik, aferrada a ese símbolo tan grande de su país, su cultura. Todo esto hace que esa Biblia represente no menos que nuestra continuidad como armenios en la Diáspora. Es la vida, es la historia por la cual luchamos”, dice Brenda y continúa su reflexión: “Cien años después de aquellos trágicos acontecimientos agradezco mi existencia y a la de toda mi familia, a aquellas personas que salvaron a mis ancestros. Primero, agradezco a aquella pareja árabe que, a su modo, salvó a Teperik cuando era una niña. Luego, el joven vecino armenio le ayudó a escapar y a conocer el amor, presentándole a Avedis, su futuro esposo. Allí intervino una gran institución, la Cruz Roja, que salvó a otros miles de armenios, además de mi bisabuela. Más tarde tuvo la suerte de poder llegar a la Argentina. Es decir, Teperik tenía tantas ganas de vivir y fue tan agraciada que tuvo tres oportunidades de salvación. Gracias a eso, hoy puedo tener una vida en un país tan hermoso como Argentina y decir que mi herencia armenia es emocionante, pasional, me dio una energía súper vivaz y una cultura e identidad única”.
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES