Jóvenes golpeados por la policía. Una persona es decapitada. Asesinatos. Y no simplemente muertes; masacres brutales. Lo vio todo. Temió por su propia vida ya que se transformó en sujeto de persecuciones por parte del gobierno y amenazas de muerte, lo que la obligó a huir de su propio país sólo con un par de pantalones.
Pero a pesar de haber pasado todo esto, Marguerite Barankitse todavía cree que el amor trasciende todos los obstáculos. Y ahora, ha extendido su “familia” la que incluye a decenas de miles de niños cuyas vidas ha resguardado de las serias adversidades y aporta esperanzas a los niños que la guerra ha dejado huérfanos y, a los que más recientemente arrebató de sus padres, el mortal virus del SIDA.
Tal como lo dice ella, es un llamado a amar: a amar a las personas de todo el mundo, de todas las raíces étnicas, en todos los rincones del mundo. “Cuando uno tiene estos valores de compasión”, expresa Marguerite, “nada puede detenerte”.
Se trata de un sorprendente optimismo en alguien que creció durante la tumultuosa historia de la nación de Burundi en África del Este, una región dividida por conflictos étnicos devastadores. Una guerra civil enfrentó al pueblo de Marguerite, los tutsis, contra la población hutu. Sin embargo, Margueritehace caso omiso a tales barreras artificiales; de hecho, en 1993 durante el pico de la guerra, dio refugio a un grupo de hutus en la diócesis católica donde trabajaba. Era un riesgo enorme y, finalmente, una turba tutsi emboscó el lugar y Marguerite tuvo que presenciar cómo desmembraban y quemaban a dos hutus por quienes ella había arriesgado tanto para proteger.
Pero el llamado de Marguerite a “dar felicidad” la llevó a pagarle un rescate a la turba tutsi para salvar lo que podía: preservar las vidas de 25 niños hutu a su cuidado, para poder verlos crecer en un mundo que ella esperaba fuera más acogedor. Esa experiencia le dio la determinación de hacer más aún, no sólo para los niños a su cuidado, sino también para otros que habían quedado huérfanos durante la guerra civil en Burundi. Por consiguiente, creó una organización denominada Maison Shalom, que les ofrecía un refugio seguro a los niños Burundi de todas las procedencias étnicas.
Ninguna de las tareas que enfrentó durante esta misión fue demasiado para Marguerite; se metió directamente en zonas de guerra para rescatar a los niños entre las pilas de cadáveres, dándoles así una posibilidad y con la certeza de que ellos, como todo el mundo, se merecían la oportunidad de vivir. En un caso aterrador, recuerda haberse encontrado con una mamá que había sido asesinada en un ataque con granadas, con su bebé de cuatro meses atado a sus espaldas. Al principio creyó que el niño estaba muerto, pero inmediatamente se dio cuenta de que todavía estaba con vida pero muy herido. Se había golpeado la boca al caer y estaba muy desfigurado. Le decían que lo dejara morir, pero Marguerite no lo abandonaría. En la actualidad, ese bebé tiene 18 años y un futuro brillante.
Su historia, junto con las de otros niños que alguna una vez rescató y que ahora están estudiando sus títulos de grado, ha reanimado su optimismo y la ha llevado a continuar trabajando aún después de que la guerra civil en Burundi hubiera terminado. En la actualidad, la misión de su organización se expandió; Marguerite y sus colegas ahora cuidana los niños huérfanos a causa del SIDA y no de la guerra, no sólo en Burundi sino también en Ruanda, donde vive actualmente y en la República Democrática del Congo.
Se le hace difícil creer que, desde que comenzó con esta misión, ha llegado a ayudar a más de 20.000 huérfanos y niños necesitados. Ha reunido a niños que habían sido separados de sus familias por la guerra o por reclusión y ha creado un nuevo “hogar” para niños huérfanos, con biblioteca, piscina y cine (el único en el país), e inclusive un garaje donde los ex niños soldados pueden aprender a reparar vehículos.
Su obra continúa ya que está trabajando para liberar niños recluidos en todo Burundi y ayudar a que se reciba a los refugiados de Burundi en Ruanda. Pero no se trata sólo de su lugar en el mundo. “Soy una ciudadana del mundo”, dice Marguerite. “Soy sólo un miembro de esta gran familia, la familia de la raza humana”.
Y todos, tal como ella cree, pueden florecer a través de la bondad. “El amor trasciende todos los obstáculos. Aunque no tengamos nada, podemos dar risas y cariño”. Ha demostrado con el ejemplo exactamente cómo esto produce efectos.
Marguerite Barankitse es una de las finalistas del inaugural Aurora Prize for Awakening Humanity. El Comité de Selección del Premio Aurora ha escogido a estos excepcionales finalistas de un grupo de nominados, basándose en sus destacadas acciones en la protección de la vida humana, a pesar de haber arriesgado su integridad física, su libertad, su reputación o su medio de subsistencia. En representación de los sobrevivientes del Genocidio Armenio y como muestra de gratitud a sus salvadores, el Premio Aurora, que se entregará anualmente, tiene el objetivo de generar conciencia pública sobre las atrocidades que suceden alrededor del mundo y galardonar a aquellas personas que trabajan para abordar estas cuestiones de una forma tangible y significativa. Estamos orgullosos de honrar a estos extraordinarios finalistas por su compromiso con la vida y su accionar con valores profundamente humanitarios. El Galardonado del Premio Aurora será anunciado el 24 de abril de 2016, en Ereván, Armenia.