Marina Gambaroff nació de padres ruso-armenios en la ciudad de Berlín en 1943. A lo largo de su carrera profesional como psicoanalista escribió numerosas publicaciones, entre las que se destacan “Fidelity – A Utopia?”, “Creativity and Religiousness”, “Archaic Response Patterns in Group Dynamics” y “Coaching and the Art of Living” (“Fidelidad, ¿una utopía?”, “Creatividad y religiosidad”, “Patrones de respuesta arcaicos en dinámicas de grupo” y “Coaching y el arte de vivir”). Después de trabajar, durante muchos años, como analista de capacitación y supervisión en la Asociación Psicoanalítica Internacional y varias instituciones alemanas, actualmente trabaja en la Sociedad Balint y se desempeña como psicoterapeuta de parejas. Hablamos con Marina acerca de qué se necesita para hacer el tipo de trabajo que merezca una nominación al Premio Aurora.
I.L.: Imaginemos una situación hipotética, que puede ocurrir en una calle cualquiera: hay un hombre tirado en el piso y otros dos hombres lo están golpeando. La mayoría de las personas simplemente pasa de largo; algunas toman sus teléfonos y filman la escena. Sólo una, entre muchas, se detiene a ayudar. ¿Por qué se involucra esa persona?
M.G.: Los que pasan de largo y los que filman se abstraen de todo tipo de empatía, tal vez movilizados por el miedo y el deseo de distanciarse de la víctima con la ayuda de una cámara. La empatía y la compasión, sin embargo, acompañadas por el deseo de proteger a la víctima, es lo que motiva a aquel que viene al rescate. A veces es una decisión deliberada y valiente de intervenir, pero también puede deberse a un fuerte impulso del subconsciente. Por un lado, puede estar alimentado por el deseo de ayudar, sin tener en cuenta los graves riesgos a los que se expone y, por otro lado, puede basarse en una sensación de seguridad, un pensamiento del tipo: “a mí no me va a ocurrir nada”. Otro motivo puede ser la intención de estar a la altura de las expectativas propias, derivadas de la moral y la conciencia, que claramente delinean un proceder digno y correcto. Asimismo, la intención de intervenir puede surgir de la necesidad de superar los sentimientos propios de impotencia.
I.L.: ¿Cuál es el factor decisivo que convierte a una persona en héroe humanitario? ¿Es la crianza o un rasgo innato?
M.G.: Es difícil predecir si alguien va a intervenir o no en caso de emergencia. Depende mucho de las circunstancias, igualmente, los valores que se transmiten a lo largo de la infancia también juegan un rol. ¿Cuánta importancia le daba la familia al apoyo mutuo y a la empatía, a la consideración y a la compasión, al reconocimiento y al respeto? ¿Cuán necesario se consideraba intervenir ante alguien indefenso? ¿En qué medida experimentamos de niños el amor y la protección de nuestros padres? Y luego está, por supuesto, la cuestión de si nuestros padres fueron un buen ejemplo y modelo ético a seguir y emular.
I.L.: ¿Se debe a la falta de empatía que muchas personas ignoran a los más necesitados, a pesar de conocer su apremiante situación? ¿O el hecho de estar rodeados de películas e imágenes de violencia y muerte nos hizo inmunes a este tipo de sufrimiento?
M.G.: No se sabe a ciencia cierta si el bombardeo masivo de fotos e información nos lleva a ser inmunes. Hay estudios que muestran que, por extraño que parezca, los niños que con frecuencia miran películas de violencia, no se vuelven necesariamente más agresivos.
No nos olvidemos que las personas fueron espectadores imperturbables de horrores y atrocidades en el pasado, cuando grupos enteros eran exterminados, como fue el caso de los armenios durante el Genocidio o los judíos durante el Holocausto.
I.L.: ¿Se podría decir que hay un “héroe potencial” en todos nosotros?
M.G.: Si creemos que la gente es inherentemente buena, yo diría que la gente está por lo general inclinada a ayudar. Sin embargo, las condiciones socio-económicas propias deben ser favorables para que, en primer lugar, se desarrolle esa propensión. Uno tiene que sentirse lo suficientemente fuerte para ayudar, no sentirse amenazado.
I.L.: ¿Qué debe ocurrir para que toda la información de las atrocidades que se comenten alrededor del mundo motive a las personas a intervenir?
M.G.: La información nos ayuda a familiarizarnos con los diferentes temas y, por consiguiente, a simpatizar con ellos. Cuanto menos sabemos acerca de otros pueblos y otras culturas, y cuanto más ajenos nos resultan, más indiferentes somos. La “otredad” suele percibirse como una amenaza. Cuanto menos familiar nos sea el pueblo, menos indignados estaremos por las injusticias que tienen que soportar. La empatía es fundamental para la acción. A menos que logremos mirar más allá de la “otredad”, seguiremos percibiéndola como una amenaza. Se podría deducir que somos más propensos a interceder por un grupo de personas que nos son familiares. Pero no olvidemos, que, en repetidas ocasiones a lo largo de la historia, los intereses políticos y económicos hicieron que un pueblo persiguiera a otro después de haber convivido ambos como vecinos durante mucho tiempo.

I.L.: ¿Qué clase de daños puede causar el trauma si quienes lo sufren no logran superarlo?
M.G.: Las experiencias traumáticas tienen un efecto destructivo, tanto en el cuerpo como en el alma. Quienes padecieron algún trauma severo, a menudo son víctimas de los recuerdos que reaparecen, haciéndoles revivir el dolor una y otra vez. Algo aparentemente insignificante, como un sonido o un olor, puede disparar recuerdos del pasado. La lista de síntomas asociados con el trastorno de estrés postraumático es extensa: insomnio severo, ataques de ansiedad, dolor de cabeza severo, dolor inespecífico, falta de concentración, lagunas en la memoria, ira exagerada, irritabilidad agónica, un constante estado de alerta, el deseo de esconderse por sentirse avergonzados o culpables de haber sobrevivido a pesar de que ellos mismos fueron víctimas. Las víctimas desarrollan una profunda desconfianza y se ausentan de la realidad por miedo a enloquecer. La capacidad de aprender a manejar los episodios traumáticos depende, en gran medida, de la contención que reciben las víctimas de las personas que las rodean, así como también de las implicancias culturales del trauma sufrido. Si una mujer, deshonrada por una violación, es percibida como una desgracia por su familia, tendrá pocas probabilidades de recibir el apoyo que necesita para curarse.
I.L.: ¿Se pueden pasar de generación en generación los efectos a largo plazo de estos traumas?
M.G.: Imaginemos a una madre que está intranquila, que se siente culpable o avergonzada, atormentada por el insomnio y que al mismo tiempo tiene miedo de conectarse más estrechamente con sus hijos, por temor a atosigarlos con su ansiedad. O imaginemos a un padre, que no pudo proteger debidamente a su familia, al que lo atormenta una falta de autoestima severa y un fuerte sentimiento de culpa, acompañado de ataques de ansiedad recurrentes y terribles dolores de cabeza, que está convencido de que le falló a su familia. Debido a su propio estrés, estos padres son prácticamente incapaces de brindarles a sus hijos el apoyo, el aliento y la seguridad que necesitan. Claramente, estos niños perciben parte de ese miedo e incertidumbre emocional. Dicha situación puede hacerlos sentir en deuda con sus padres, que atravesaron tanto dolor, y, por consiguiente, considerar tienen que cuidar constantemente de ellos, mientras sienten que se les niega el derecho a disfrutar la vida. Hay familias en las que el trastorno de estrés postraumático permanece por generaciones, infligiendo, en todos, un daño perdurable.
I.L: Muchos trabajadores humanitarios, en regiones devastadas por la guerra, están obligados a presenciar atrocidades. ¿Ellos se ven también afectados por el trauma?
M.G.: Quienes brindan su ayuda en estos casos también necesitan asistencia para mantenerse estables psicológicamente. Lo que experimentan conlleva una carga difícil de acarrear. Es importante que tengan un espacio en el que puedan hablar las cosas: un refugio seguro y permanente donde puedan elevar sus ánimos. El ver tanta miseria, indefectiblemente los afecta. Un hablante nativo de árabe, que trabaja con los refugiados, una vez me dijo: “A veces llego a mi casa y me paso una hora llorando por las terribles historias que escucho”. Los que asisten a los refugiados, también necesitan ayuda para continuar haciendo su maravillosa y difícil tarea.
I.L.: En su opinión, ¿las distintas formas de reconocimiento, incluyendo premios como el Premio Aurora, les da a los héroes humanitarios apoyo psicológico y refuerza su propósito de ayudar?
M.G: Naturalmente, es de gran ayuda que el héroe humanitario se sienta apreciado y reconocido por su devoción y compromiso. Este tipo de estímulo puede actuar como un pilar, en el sentido que les brinda el aliento y la fuerza que necesitan para seguir con su abnegada y difícil tarea. Creo que, para la mayor parte de la gente, es fundamental sentirse apreciados y reconocidos por lo que hacen. Por supuesto, hay personas que evitan ser el centro de atención, que prefieren ayudar en silencio. Pero estos premios cumplen dos funciones a la vez: brindarle a cada persona el reconocimiento y la apreciación individual que se merece, y generar conciencia en la población acerca de los males del mundo. De este modo, el público está mejor informado acerca de los lugares en los cuales se necesita con urgencia ayuda, al menos en forma de donación.