La madre de Afganistán

La madre de Afganistán

“La madre de Afganistán” no es sólo un título honorario que la gente usa para describir a la Dra. Sakena Yacoobi. Así es, en esencia, cómo se siente ella con respecto a las niñas y las mujeres con las que ha trabajado. Fue una de las primeras personas que abrió escuelas para mujeres y niñas en los campos de refugiados en Pakistán y Afganistán en la década de 1990. Era la época de la invasión soviética en Afganistán y el surgimiento de los talibanes, durante la cual se les prohibió a las niñas y mujeres a recibir educación. Los que rompieran las reglas, se arriesgarían a pagar con su vida.

Sakena Yacoobi nació antes de esas reglas, se crio en una familia y en un entorno donde la educación no estaba prohibida para las niñas. Luego de finalizar la escuela secundaria, fue a los Estados Unidos para continuar con sus estudios. Obtuvo una licenciatura en ciencias biológicas y una maestría en salud pública: esto le habría garantizado una vida segura en los Estados Unidos, pero tomó otra decisión. El corazón de Sakena estaba en su tierra natal, en Afganistán. Tenía un sueño que luego se convirtió en una misión. Brindarle a todas la mujeres y niñas la misma oportunidad que tuvo ella: acceso a la educación.

“Me dije a mi misma que tengo que hacer algo. ¿Qué podría ser más que la educación? No importa lo que le des a la gente, ellos necesitan hablar por sí mismo. La gente necesita mantenerse por sí misma y necesita tener un pensamiento crítico. Necesitan ser creativos, necesitan ser innovadores. La gente necesita un ambiente pacífico. ¿Cómo se les pueden proporcionar todas esas cosas? La educación es el único camino. Una vez que tengan educación, harán todo por ellos mismos. Por eso decidí volver a Afganistán. No fue fácil, al contrario, fue muy difícil”, recuerda la Dra. Yacoobi.

Un sueño que se convirtió en una misión

Sakena Yacoobi comenzó su trabajo en un campo de refugiados en Pakistán. Con el tiempo, notó cómo la educación cambiaba la mente, la vida y la actitud de las personas. Sabía que la clave del éxito, en primer lugar, era la confianza. La gente confiaba en la Dra. Yacoobi porque se convirtió en una de ellas al vivir en el campo de refugiados durante siete largos años. 

La escuela en el campo de refugiados de AIL en Pakistán, fines de los años 90

“No tuve la necesidad de convencerlos, vieron mi estilo de vida. Vieron que era una buena persona que cumplía con mis deberes y, al mismo tiempo, era religiosa. Para ser precisa, no soy una religiosa fanática, soy una persona espiritual, pero al mismo tiempo, creo en la calidad de la educación. Se dieron cuenta de que no estaba en contra de su religión o sus valores. No era un lavado de cerebro. Entonces, confiaron en mí y enviaron a sus hijos a la escuela”. Sakena Yacoobi aún recuerda vívidamente el día que la gente de Afganistán vino, literalmente, a rogarle que volviera y abriera, también, una escuela en Afganistán.

Después de que los talibanes cerraran las escuelas para niñas en los años 90, Yacoobi estableció The Afgan Institute of Learning (AIL), en 1995. Comenzó su recorrido con una sola escuela subterránea y llegó a 80 escuelas para 3.000 niñas en Afganistán. Había escuelas que dictaban clases de 1ro a 8vo grado funcionando todo el día, desde las              7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. No había un tiempo exacto para el comienzo de clases, las chicas llegaban una por una en diferentes horarios para no atraer la atención de los talibanes.

Centro de enseñanza para mujeres

En 2002, la caída de los talibanes en Afganistán cambió la situación. El gobierno abrió escuelas para estudiantes mujeres y parecía que la misión de Afghan Learning Institute estaba completa. Pero las mujeres todavía estaban en problemas y Sakena lo sabía. La mayoría de las escuelas estaban en las ciudades y las comunidades rurales continuaban en situación de marginalidad. El instituto dirigido por Sakena Yacoobi decidió abrir centros de aprendizaje para enseñar, capacitar y empoderar a las mujeres afganas para que puedan defenderse por sí mismas.

Sakena Yacoobi junto con los participantes de la conferencia en Herat, Afganistán

“Las mujeres en Afganistán son muy inteligentes. Lo percibo mientras trabajo con ellas. Las mujeres de Afganistán quieren expresarse, quieren trabajar y ser educadas. Quieren tener una vida mejor. He dedicado mi vida a esta organización y a estas personas. Las jóvenes son tan entusiastas. Piensan de manera positiva, nunca se detienen y quieren ver lo que viene. Cuando estás rodeada por esas personas, es difícil no hacer lo que haces. Son hermosas y trabajan duro, se merecen lo mejor”, dice Sakena Yacoobi, quien quiere que cada niña y cada mujer en Afganistán tenga acceso a la educación.

La organización de Sakena construyó un centro de enseñanza único en su tipo que atrae a personas de diferentes edades y niveles de educación. Aprendieron a leer y escribir, les enseñaron cómo emprender y ganar su propio dinero. Alrededor de 350.000 mujeres y niñas completan las clases en las escuelas y centros de capacitación de Afghan Institute of Learning cada año. AIL creó, además, clínicas de salud especializadas para mujeres, lo que permitió que muchas de ellas pudieran ver a un médico por primera vez. Desde 1996, los programas de educación, capacitación y salud de AIL han generado impacto en 16 millones de afganos, de manera directa o indirecta.

 

La Dra. Yacoobi junto con una estudiante del orfanato de AIL. La organización también tiene un programa para los niños de la calle.

No es una tarea fácil para Sakena Yacoobi destacar la historia de éxito de sus esfuerzos a largo plazo. Cada día de su lucha la acercó un paso más a los grandes cambios. Sobrevivir al régimen talibán y mantenerse a flote ya es un éxito por sí solo.

“Establecimos un programa de liderazgo. Las mujeres jóvenes quieren ser líderes, quieren cambiar su país. Nosotras las alcanzamos, ellas alcanzan a otras. La siguiente es una historia de éxito. Hace algunos años, hubo un incidente. Una mujer vino a nosotros pidiendo ayuda. Su esposo quería casar a su pequeña hija vendiéndola por 14.000 afganis (cerca de U$S 180). Nuestros abogados la ayudaron y salvaron a la niña de contraer matrimonio contra su voluntad. Luego, comenzó a estudiar en uno de nuestros centros de aprendizaje. Aprendió a coser. Le dimos una máquina de coser y una mesa. Ahora gana su propio dinero cosiendo y logra obtener 15.000 afganis por mes. Esto supera la suma por la que su padre estaba dispuesto a venderla. Ella es un buen ejemplo para mostrarle a la gente que al obtener educación y alzar la voz puede lograr el éxito. Ahora ella tiene 16 años”. Esta es tan solo una de las miles de historias que la Dra. Yacoobi puede contar. 

 

El programa prescolar de AIL sirve como modelo de educación infantil de calidad en Afganistán.

Llamado a la ayuda

La precaria situación económica y política y la guerra en curso en Afganistán siempre han preocupado a las personas como la Dra. Yacoobi. Ella sabe que solo la paz puede traer prosperidad a su país. Por eso nunca deja de contarle al mundo su historia, sobre el pueblo afgano, las mujeres y los niños y se ha convertido en una de las oradoras más esperadas durante las conferencias y eventos internacionales. Desearía ser más joven para tener más tiempo para dedicarle a su misión.

Los ojos de Sakena se llenan de lágrimas cuando imagina el futuro de Afganistán sin la paz. “Tenemos que detener esta guerra. Necesitamos que el mundo nos respalde, especialmente a las mujeres de Afganistán. Ellas cuentan con el apoyo de la comunidad internacional porque se lo prometieron, pero ahora todos se han olvidado de Afganistán. El país ha salido del radar. Tengo tanto miedo de que Afganistán vuelva a caer en las manos de las personas que están en contra de las mujeres. Perderíamos mucho”.

La Dra. Yacoobi habla durante la Cumbre de Soluciones de la ONU 2017

En 2005, Sakena Yacoobi estaba entre las 1.000 mujeres que fueron conjuntamente nominadas para el Premio Nobel de la Paz. Durante las últimas décadas, su lucha por las mujeres afganas le ha traído numerosos premios y reconocimientos internacionales, lo que le ha dado esperanza y fuerzas para no darse por vencida.

“Espero que haya un día en el que cada niño, cada niña pueda ir a la escuela y que todos tengan las mismas oportunidades. Esa es la idea de Afganistán con la que he soñado siempre. Espero que lo logremos. No es fácil, ser hará paso a paso, con pasos lentos”.