Dra. Amani Ballour: “Debemos preocuparnos uno por el otro”

Dra. Amani Ballour: “Debemos preocuparnos uno por el otro”

Durante dos años, la pediatra Amani Ballour fue la administradora de Cave, un hospital subterráneo en Guta, Siria donde ayudó a cientos de pacientes bajo los constantes bombardeos. En el afán de salvar a los demás, no sólo arriesgó su propia vida, sino que también desafió las normas conservadoras de la sociedad patriarcal en la que creció. En enero de 2020, la Dra. Ballour recibió el Premio Raoul Wallenberg por su actividad humanitaria. 

Amani Ballour proviene del este de Guta, una región cercana a la capital siria, Damasco. Cuando era más joven, quería ser ingeniera, pero su familia se opuso firmemente a la elección de una carrera tan poco ortodoxa y Amani tuvo que conformarse y estudiar medicina. “En mi comunidad hay diferencias entre niñas y niños, entre mujeres y varones. Es común que digan ‘eres una niña, no puedes hacer eso’. Lo escuchaba todo el tiempo. Mi padre quería que fuese médica porque la gente respeta esa profesión. Entonces comencé a estudiar medicina, pero al comienzo no quería”, cuenta la Dra. Ballour. Sin embargo, con el tiempo llegó a disfrutar de ayudar a las personas y decidió convertirse en pediatra porque siempre le gustaron los chicos.

Todavía estudiaba en la Universidad de Damasco cuando comenzó la revolución siria. Sorprendida por la forma en la que el gobierno trató a las personas que protestaban pacíficamente por la violación de sus derechos humanos, Amani Ballour decidió abandonar sus estudios y volver a su pueblo para ayudar a su comunidad. “Bombardeaban y asesinaban a la gente solo porque tenían esas simples demandas. Por supuesto, decidí que los ayudaría porque son humanos, inocentes y necesitaban ayuda. Desafortunadamente, muchos médicos decidieron irse”, dice la Dra. Ballour.

A medida que más y más hospitales en el área eran bombardeados y destruidos, la comunidad local de atención médica luchó para poder atender a la población. Necesitaban un lugar seguro para ayudar a los pacientes en un entorno más protegido y así se creó Cave (cueva en inglés). Amani, quien comenzó a trabajar allí en 2012, recuerda cómo lo instalaron. “Encontramos un lugar subterráneo que era muy pequeño y lo llamamos ‘la cueva’. Al principio eran sólo dos o tres habitaciones en el sótano de un edificio. Estábamos en un área asediada y eso significa que no había alimentos ni medicamentos y que nos bombardeaban todo el tiempo”.

Asumieron grandes riesgos, buscaron suministros y equipos de donde pudieron, buscaron en los hospitales bombardeados y registraron las ruinas, pero los lugareños morían de hambre, por las heridas que tenían y también por la falta de medicamentos. Finalmente, la gente recurrió a medidas desesperadas y cavó túneles que conducen a Damasco para pasar alimentos y medicamentos de contrabando a la sitiada Guta. Lo poco que duró, les ayudó a sobrevivir por un tiempo.

Una calle en Duma, este de Guta © EFE/MOHAMMED BADRA

Uno pensaría que en tales condiciones la gente apreciaría la ayuda y el liderazgo de quien sea, pero incluso en situaciones de peligro, la sociedad patriarcal siria no estaba dispuesta a abandonar su definición de “lugar de una mujer”. Cuando la Dra. Ballour se hizo cargo de Cave como administradora, se horrorizó al encontrarse con una fuerte oposición masculina que la despidió solo porque era mujer. Ella no podía creer tal hipocresía. “Eso fue muy frustrante para mí y me enojaba todo el tiempo. Soy médica y otros gerentes del hospital también. No hay diferencia entre ellos y yo. Estudié medicina y ellos también. Tenemos los mismos conocimientos, vimos los mismos casos, ¡sobrevivimos a los bombardeos juntos!”, cuenta indignada.

Tuvo que trabajar el doble que otros para demostrar que tenía derecho a estar allí. Administrar un hospital improvisado en una zona de guerra ya de por sí es un trabajo a tiempo completo, pero la Dra. Ballour continuó atendiendo a sus pequeños pacientes por encima de todo. Tener que explicarles lo que sucedía fue muy difícil: “En todo el este de Guta había sólo cinco pediatras así que, por supuesto, trabajé como pediatra en mi clínica. Trabajaba con niños y ellos me preguntaban ‘¿Por qué tengo hambre? ¿Por qué nos bombardean? ¿Por qué estamos aquí?’ Preguntaban mucho y no entendían lo que pasaba. Venían a la clínica y me preguntaban cuándo terminaría esto. Yo no tenía respuestas para darles”.

Resulta difícil imaginarse cómo debió haber sido la situación: trabajar bajo tierra, salvar pacientes con recursos limitados, luchar contra la discriminación de género mientras se sobrevive en una zona de conflicto. Hablar de ello le resulta muy doloroso a la Dra. Ballour. “Traté de que no me afectara, intenté ser fuerte. Fue mi decisión estar allí y ayudar a estas personas, así que hacía mi trabajo. Pero tenía miedo. Traté de ayudar a los niños y decires que no tuvieran miedo, pero yo misma estaba asustad. Temía a los bombardeos, temía que no tuviésemos suministros médicos, le temía a todo”.

Su solución para lidiar con esta presión fue darle todo a la clínica y hacer que sus pacientes se sientan mejor, tanto física como psicológicamente. Nunca perdió la esperanza y nunca se rindió, incluso en los momentos más difíciles: “No fue fácil seguir adelante, pero traté de enfocarme en mis pacientes. Cuando trabajaba con niños o personas heridas, trataba de concentrarme en ellos. ¿Qué tengo que hacer, cómo puedo ayudar? Eso fue lo que hice”.

Incluso los varones que se oponían vehementemente a que ella fuera la administradora del establecimiento, estaban impresionados. Amani sonríe cuando recuera el momento en el que finalmente se sobrepuso: “Quería desafiar esta cultura de nuestra comunidad. Quería cambiarla, creí que podía hacerlo y ser una buena administradora. Antes de dejar Cave, algunos se me acercaron y me dijeron: ‘Tenías razón’. Los mismos que hablaban de mí y decían que no podía porque era mujer, finalmente me dijeron: ‘Tenías razón e hiciste un gran trabajo’. Me alegró mucho escuchar eso”.

En total, la Dra. Amani Ballour trabajó en Cave durante unos seis años, dos de los cuales fue su administradora. Ella y muchos otros tuvieron que escapar cuando los bombardeos se volvieron incesantes y las autoridades les advirtieron que todos morirían a menos que se fueran. No hace falta decir que esa no fue una decisión sencilla. “En febrero de 2018 comenzaron a bombardear todo el tiempo, a usar todo tipo de armar y a destruir todo. No podías ver a nadie en la superficie. Los militares se acercaban cada vez más a nosotros, ellos controlaban el área. Cuando ya estaban muy cerca de Cave, tuvimos que huir. No tuvimos opción. Usaron armas químicas muchísimas veces”, explica la Dra. Ballour.

Incluso hoy, la lucha de Amani Ballour no ha terminado y probablemente nunca termine. Todavía tiene mucho para decir y aún más para hacer: “Creo en Dios y en la humanidad. Este es mi objetivo en la vida: ayudar a la gente y los sirios aún necesitan ayuda. Creé el Fondo Al Amal, que significa “esperanza”, para ayudar a los niños y a las mujeres para empoderarlos. Esa es mi misión ahora e iré a todos lados para recaudar fondos y ayudar a estas personas”, duce la Dra.

“Lo que sucede en Siria comenzó hace unos 9 años y el mundo ha estado observándolo todo el tiempo y sigue mirando sin hacer nada. Es vergonzoso que suceda en el siglo XXI. Todos pueden ayudar. Cada acción es importante. Debemos preocuparnos uno por el otro, por los demás seres humanos”. 

Foto: Amani Ballour © Bradley Secker