El 24 de abril de 2015 se llevó a cabo una operación clandestina en Buyumbura, la capital de Burundi. Un coche se dirigió, de manera desapercibida, al aeropuerto de la ciudad, trasladando a una pasajera que iba rumbo a Bruselas. La mujer viajaba sin equipaje, excepto por la ropa que tenía puesta: no llevaba el vestido tradicional boubou, sino pantalones, gafas de sol extragrandes y una peluca. Así pasaría inadvertida ante los oficiales de seguridad del aeropuerto.
Marguerite Barankitse, (o Maggie, como la llaman sus amigos) huía del hostigamiento y la persecución política que sufría en su país natal. Durante el último mes, el Embajador de Bélgica la había resguardado en su residencia. Ella no quería dejar Burundi, pero el diplomático estaba cada vez más preocupado por los ataques a la embajada. Logró convencerla de que se fuera, prometiéndole que su familia estaría a salvo.
El personal de la aerolínea Brussels Airlines fue notificado de la “operación”, por lo que el nombre de Maggie no aparecía en la lista de pasajeros. Por un golpe de suerte logró escapar de sus perseguidores y abordar el avión, sólo 20 minutos antes del despegue. Todo el montaje recordaba las escenas finales de la película de suspenso ganadora del Oscar, “Argo”.
Llegó el 24 de abril de 2016. A miles de kilómetros de su tierra natal, al pie del majestuoso Monte Ararat en Armenia, se encuentra Maggie, con su atuendo colorido y una sonrisa en sus labios. Todas las cámaras se vuelven a ella. Unas horas más tarde, Marguerite Barankitse de Burundi recibiría el premio inaugural Aurora Prize for Awakening Humanity de manos de George Clooney.

Marguerite Barankitse en Ereván, al pie del monte Ararat |
Con un andar que evoca confianza, siempre está impecablemente vestida y arreglada, sin rastros de cansancio en el rostro. Su elegancia refuta el estereotipo del héroe humanitario que se ve agotado por la vida. Sin embargo, Maggie no tendrá tiempo para el descanso, mientras que vea que la historia se repite.
Fe, esperanza y amor
Maggie Barankitse es una católica devota. Estudió en el seminario de la ciudad francesa de Lourdes y luego en la Universidad de Friburgo en Suiza. Pero creció en un país que no vio más que crueldad desde su independencia en 1962. “Fui rebelde desde que nací. Viví mi infancia en el seno de una familia profundamente cristiana y mis padres me enseñaron a compartir todo lo que tengo con los demás”, cuenta Marguerite. En su juventud enseñaba francés en una escuela de Burundi y allí fue testigo de las muchas medidas discriminatorias que se implementaban contra los estudiantes provenientes de la etnia hutu. Marguerite alzó su voz en contra de esta injusticia, demandó al gobierno de Burundi y ganó el caso en 1986.
Durante la guerra civil de 1993, que se cobró 300.000 vidas, Marguerite albergó a huérfanos hutus. Sus compatriotas la consideraban una traidora, y finalmente se vio obligada a huir a la diócesis de Ruyigi, una ciudad ubicada en el este de Burundi, donde esperaba encontrar un lugar seguro lejos de esta confusión de violencia y odio.
Pero todo cambió el 23 de octubre de 1993. Los rebeldes atravesaron el cerco del edificio de la diócesis donde Marguerite trabajaba como secretaria. La joven apenas tuvo tiempo de esconder a los niños en los armarios de la sacristía. Les ordenó que guardaran silencio, sin importar lo que vieran o escucharan, pero los descubrieron.
Los rebeldes mataron a 72 personas frente a los ojos de Marguerite, que había sido desvestida y atada a un poste. Algunos de los criminales, de origen tutsi como Maggie, les pidieron a sus compañeros que la mataran, por salvar a los hijos del enemigo.
Unas horas después, Marguerite estaba buscando un refugio para ella y los 25 niños que sobrevivieron. Junto con otros refugiados, encontraron asilo en la casa de un activista humanitario de Alemania, donde pasaron los siguientes siete meses. Un tiempo después de la masacre, Maggie ayudó a enterrar a las personas que habían muerto en la diócesis.

Marguerite Barankitse en Ereván. |
“Si no fuera por mi fe en Cristo, creo que me habría suicidado. Pero el destino quiso que un día, personas de mi misma nacionalidad vinieran a asesinar a 72 hutus, a los que yo había escondido. Entre ellos estaba mi amiga, una mujer tutsi que estaba casada con un hombre hutu. Antes de morir, ella me dijo: ‘¡Te confío a mis hijos! Ámalos y cuídalos’”, recuerda Maggie.
La tragedia le marcó el camino a su vocación: salvó a 25 niños y creó Maison Shalom, una nueva especie de familia, donde miles de huérfanos podían estudiar, recibir atención médica y sentirse amados. Después de confirmar que sólo el amor vence al mal, Maggie abrió varios “oasis de paz”, que eran centros especiales, en poblaciones rurales, donde 10.000 niños recibían ayuda en grupos familiares. También comenzó la construcción del centro recreativo “Ciudad de Ángeles” para niños de todas las nacionalidades. Creó un sistema educativo en el que el consejo estudiantil toma protagonismo. Los niños aprenden a tener el dominio de sus propias vidas, en lugar de acostumbrarse a recibir constantemente ayuda.
“Se puede negar la fe, pero no se puede ocultar el origen étnico. Estoy convencida de que sólo el amor de Dios es capaz de purificarnos y alumbrar nuestras diferencias. Por esta razón creé Maison Shalom, para abrir el camino a los valores morales cristianos. Amar a tu prójimo es una prueba diaria que nos eleva y nutre los corazones de mis hijos”, dice Marguerite.
Maggie le atribuye su energía inagotable a la oración y dice que cultiva su fe como si fuera un jardín. “Nadie puede arrebatarme la gloria de mi fe”, exclama.

Marguerite Barankitse en Ereván. |
En el año 2015 el Presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, consiguió ser elegido para un tercer mandato, violando así el Acuerdo de Paz y Reconciliación de Arusha y el artículo 95 de la Constitución de Burundi. El país se sumió en la violencia ante los ojos de Marguerite. Se confiscó Maison Shalom, junto con todos sus bienes y se presentaron siete causas penales contra Maggie. Los cargos sonaban ridículos y terribles: agravio hacia los jueces de la Suprema Corte, destrucción de bienes públicos, abuso sexual organizado, rebelión armada y delitos de lesa humanidad. Una vez más, la vida de Marguerite corría grave peligro. Fue por esta razón que escapó a Bruselas.
Una vez en Europa, Marguerite descubrió que el gobierno de Burundi había emitido una orden judicial internacional contra ella. Durante la breve estadía de Marguerite en Canadá, las autoridades de Burundi le ordenaron a su agente que la matara. La situación se agravó rápidamente, cuando Maggie fue entregada al principal enemigo de su país.
En el presente, Marguerite Barankitse está viendo que el mismo escenario que llevó al genocidio de los tutsis en Ruanda se está replicando en Burundi. “La estación de radio local Rema hace llamados a matar, al igual que lo hacía la estación Mille Collines en 1994. Los combatientes de Interahamwe, que organizaron el Genocidio de Ruanda, ahora tienen una organización gemela en Burundi, los rebeldes Imbonerakure. Ambos grupos trabajan juntos, e Interahamwe está ingresando cada vez más fuerzas al vecino país del Congo. Su objetivo es arrastrar a Ruanda al conflicto, para tener el pretexto de iniciar las masacres”, explica Maggie.

Marguerite Barankitse en Ereván. |
Después de haberse establecido en Kigali, la capital de Ruanda, Maggie abrió una vez más Maison Shalom, que da cobijo a miles de refugiados y huérfanos de Burundi. Su lucha, sin embargo, está lejos de terminar. “Cada vez que el consejo de seguridad de la ONU vota la resolución sobre el envío de fuerzas de paz a Burundi, Francia veta la medida. ¡Hace un año que nos estamos matando entre nosotros y la comunidad internacional permanece de brazos cruzados! Nunca más permitiré que maten a mis hijos mientras me quedo parada, impotente”, afirma. Maggie lleva en el celular fotos de cadáveres mutilados de muchachos de Burundi, que fueron torturados hasta la morir.
Hablar con Marguerite Barankitse es como ver todos los colores de la vida. Mientras Maggie paseaba por Ereván, la energía que irradiaba iluminaba las calles de la ciudad. Esta mujer extraordinaria, que encarna el amor y la compasión, pronto cumplirá 60 años y puede sentirse orgullosa de todo lo que ha logrado.