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Peter Balakian

Peter Balakian

Peter Balakian, poeta, memorialista y académico, es autor de siete tomos de poesía, cuatro libros de prosa y siete traducciones en colaboración. A su obra “Black Dog of Fate” (“El perro negro del destino”), que fue un best seller de New York Times en 1997 y recibió el premio PEN/Albrand en la categoría de memoria, se le atribuye haber preparado el camino para que una generación de jóvenes armenios-norteamericanos redescubrieran sus raíces. 
 

La obra “The Burning Tigris: The Armenian Genocide and America’s Response” (“Tigris en llamas: El Genocidio Armenio y la respuesta norteamericana”) ganó el premio Raphael Lemkin 2005 y fue seleccionado como Libro Notable y best seller por New York Times. Su traducción (con el fallecido Aris Sevag) de “Armenian Golgotha” (“Gólgota Armenio”) escrita por el Obispo Grigoris Balakian fue comparada con las memorias del Holocausto de Primo Levi y Elie Wiesel. 

Peter Balakian es doctor en civilización norteamericana de la Universidad Brown y desde 1980 se desempeña como profesor en la Universidad Colgate del estado de Nueva York, donde actualmente es profesor de humanidades en la cátedra de Donald M. y Constance H. Rebar del departamento de inglés y director de escritura creativa. Fue el primer director del Centro de Ética y Sociedades del Mundo de la Universidad Colgate.  

Alepo: el destino final de los armenios y Jesse Jackson, un norteamericano justo

La abuela materna de Balakian, Nafina Shekerlemedjian Chilinguirian (posteriormente llamada Aroosian), quien provenía de una familia adinerada de Diyarbakir, escapó de la muerte casi segura durante las deportaciones de los armenios en 1915. La familia entera de Nafina, excepto su esposo y sus dos hijas pequeñas, fue asesinada durante la primera semana de agosto de 1915. Nafina, junto con los otros armenios de la región que sobrevivieron, fueron obligados a marchar durante cientos de kilómetros a través de las tierras áridas del sudeste de Anatolia. El sol abrasador ardía sobre ellos mientras se les obligaba a marchar al desierto de Der el Zor en el este de Siria. El esposo de Nafina falleció en esa marcha. 

Pero incluso aquellos que, a lo largo del camino lograban escapar a la muerte, al secuestro y a la violación, no tenían la garantía de que sobrevivirían una vez que llegaran a destino. 

En Der el Zor, un lugar comparable a Auschwitz para los armenios, más de 400.000 personas morirían de hambre, por enfermedad o asesinadas.

Pero también fue en Siria donde muchos armenios pudieron sobrevivir, gracias a la labor y el compromiso de numerosos sacerdotes armenios y de algunos diplomáticos y misioneros norteamericanos y europeos que dirigían orfanatos en Alepo. Esta ciudad siempre fue un importante centro de la diáspora, donde los armenios vivieron desde la antigüedad. Para el momento en que Nafina llegó a la ciudad, a la edad de 25 años, con sus hijas Gladys y Alice, la ciudad más grande de Siria fue embestida por 100.000 refugiados armenios, la mayoría de ellos muriendo a causa del hambre, del tifus o de la malaria.     

 

 

                     Nafina Shekerlemedjian Chilinguirian con sus hijas Gladys y Alice

Poco después de llegar a Alepo, Nafina contrajo tifus y luchó contra la muerte en un hospital de la ciudad. Sus hijas la miraban, impotentes, pero Nafina parecía poseer un deseo sobrenatural de vivir. Se recuperó y continuó criando a sus hijas, trabajando como costurera para su manutención. Inscribió a las niñas en una escuela armenia dirigida por un clérigo de la Iglesia de los Cuarenta Mártires. “Estos sacerdotes armenios”, declara Balakian, “hacían actos heroicos al abrir orfanatos para los niños que sobrevivían. De alguna forma se puede decir que jugaron un papel clave para ayudar a salvar a una generación de armenios”.     

A Nafina no le quedaba ningún familiar en Medio Oriente y la situación en Siria se agravaba. A su alrededor todo era muerte y destrucción: familias y clanes enteros masacrados, pueblos históricos eliminados del mapa. El tifus y la malaria se cobraban la vida de las mujeres y los niños armenios que quedaban. ¿Pero, cómo podía su familia escapar de Alepo?    

 

Nafina supo que Jesse B. Jackson, el cónsul estadounidense, un hombre de un gran valor ético y humano, había estando ayudando a los armenios. En varias ocasiones, le había enviado telegramas al embajador estadounidense Henry Morgenthau para ponerlo al tanto de las matanzas en masa y de las atrocidades que se estaban cometiendo. Instó a los Estados Unidos a que interviniera y les brindara asistencia financiera y humanitaria a los sobrevivientes: “Estoy intentando mantener con vida a aquellos que están en los pueblos de las afueras, también, pero es una tarea muy difícil, ya que muchas personas fueron golpeadas hasta morir y algunas fueron ahorcadas o fusiladas [por los gendarmes turcos] por haber distribuido fondos de auxilio”, escribió Jackson, citado por Balakian en su libro, “Black Dog of Fate”.    

De forma directa o indirecta, Jackson fue el responsable de salvar incontables vidas armenias. Nafina le suplicó que la ayude: él se encariñó con la joven mujer y le brindó su apoyo. 

In a letter dated September 11, 1916, that he penned to Nafina’s brother-in-law Frank Basmajian in Boston, Jackson wrote: 

En una carta con fecha 11 de septiembre de 1916, dirigida al cuñado de Nafina, Frank Basmajian en Boston, Jackson escribió:

 

“Señor: 

Su hermana, Nafina Shekerlemedjian, se encuentra en Alepo y al estar necesitada, me pidió que le escribiera y le pidiera que le envíe dinero. El mejor medio para hacerlo es a través de la Embajada Norteamericana en Constantinopla y este Consulado, por telégrafo,

Respetuosamente,

(Firmada) J.B. Jackson, Cónsul”

Gracias a la intervención de Jackson, Nafina pudo ponerse en contacto con los parientes de su esposo difunto, los Basmajian, en Estados Unidos. Al poco tiempo recibió dinero de su medio hermano Thomas Shekerlemedjian desde Nueva Jersey, que le permitió a Nafina persistir frente a la difícil situación que transitaba Medio Oriente después del Genocidio. Nafina planeó su escape a Estados Unidos, a pesar de que en la primavera de 1920, se había tornado difícil conseguir pasaportes. En una carta dirigida a Thomas, Nafina escribió: “Tengo una tarea muy difícil, hasta que cae la noche camino la ciudad para intentar conseguir mi pasaporte. A donde quiera que vayas, te piden dinero. Antes era muy fácil obtener un pasaporte, pero ahora me encuentro con las peores dificultades y, hasta ahora, no sé si voy a poder salir de acá, porque desde el cierre de las fronteras, hay miedo en todos lados. Sólo está abierta la salida hacia Beirut, e incluso eso no esa salida no es segura”. 

 

 

 

El pasaporte que Nafina logró obtener para ella y sus hijas, con la ayuda del Cónsul estadounidense Jesse B. Jackson. El reverso del documento señala: "El portador partirá a los Estados Unidos de América entre el 30 de abril de 1920 y el 21 de julio de 1920. Consulado Americano, Alepo, Siria, 26 de abril de 1920". El documento lleva la firma original de Jesse B. Jackson.  

Gracias a su trabajo incansable y su voluntad de acero, Nafina logró llegar a Estaos Unidos, donde con el tiempo prosperó y formó una de las familias más célebres de la Diáspora Armenia. “Para mí, el regalo de mi abuela es incalculable. Primero, contra todas las posibilidades, logro traernos hasta aquí. Además, en mi calidad de escritor, lo que ella transmitió ha jugado un rol central en mi vida; me transmitió el hilo complejo de su psicología y vivencia postraumática; me transmitió una visión de su experiencia como sobreviviente a través de cuentos populares, sueños y símbolos codificados; y su amor incondicional es la base de mi existencia. Pero sin ayuda y sin un poco de suerte, nunca lo hubiera logrado.      

Y la humanidad que demostró tener el cónsul norteamericano Jesse B. Jackson fue esencial para que mi abuela haya podido sobrevivir. 

Él fue su pasaje hacia occidente, hacia Estados Unidos. Esto nos muestra que los testigos hacen una diferencia; que se salvan vidas gracias a las personas que actúan en función de su instinto moral”, dice Balakian.

Hoy, casi 100 años después, mientras las bombas caen en Alepo y diezman a una comunidad fuerte, alguna vez próspera, de 150.000 armenios sirios, así como también al resto de Siria, es importante recordar que entre 1915 y 1923, Alepo fue el escenario de otra catástrofe. Por esto, es tal vez oportuno recordar a aquellas personas valientes que le ayudaron a una generación de armenios a sobrevivir el Genocidio y preservar una parte de la Armenia Occidental y sus 2500 años de cultura. Fue este espíritu ético que le ayudó a Nafina Shekerlemedjian a salvarse en 1915; es este espíritu el que se necesita hoy más que nunca.          

La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.