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Francis Kurkdjian

Francis Kurkdjian

Siempre en busca de una nueva fragancia, el perfumista Francis Kurkdjian atesora el recuerdo de sus abuelos maternos, quienes le transmitieron los aromas de un país perdido.

Delgado y elegante, de tez morena y nariz prominente, Francis Kurkdjian considera que los perfumes son “baluartes de nuestra humanidad”. Nacido en los alrededores de París en 1969, no tiene ninguna vinculación con Grasse, la capital francesa del perfume, ni proviene de una familia de perfumistas. Sin embargo, ha dejado una huella imborrable en el mundo de los aromas franceses, al haber creado la fragancia “Green Tea” para Elizabeth Arden, en 1999 y “My Burberry” para Burberry, en 2014.   

Con 46 años de edad, Kurkdjian creó más de cien perfumes y su nombre aparece asociado a importantes marcas de lujo y belleza. Transitaba la adolescencia cuando decidió dedicarse a la creación de perfumes y a los 25 años confeccionó su primera obra, “Le Mâle”, para la Maison Jean Paul Gaultier. En la actualidad, la industria mundial de artículos de lujo le rinde honores a sus fragancias y la empresa que fundó en 2009, conjuntamente con Marc Chaya, Maison Francis Kurkdjian, continúa expandiéndose en Francia y alrededor del mundo, con especial presencia en los Estados Unidos. 

Cherchez la femme

El padre de Francis, Bedrosse Kurkdjian, nacido en 1936, hijo de Antranig Kurkdjian y Nevarte Bartevian, es quien conserva las memorias de su familia. Bedrosse cuenta la historia del padre de su madre, llamado Mihran Bartevian, que era maestro de escuela en el barrio de Pera en Constantinopla. “Mi abuelo era una especie de eminencia, les enseñaba a los niños de las familias pudientes y de las modestas”, dice. De milagro, Mihran estaba en las Islas Príncipe, frente a la costa de Estambul, cuando ocurrieron las redadas de intelectuales en la capital otomana en abril de 1915 y, gracias a esto, se salvó de la deportación. 

El hijo de Mihran y hermano de Nevarte, Ara Bartevian, también estaba con él. Ara fue el primer integrante de la familia en radicarse en Francia, en 1922. “Mi tío fue el puente que unió a la familia con Francia”, continúa Bedrosse. “Eran tiempos de guerra y con tal de evitar ser capturado por los turcos se disfrazó de mujer para subirse a un bote sin que lo vieran”. Una vez en Francia, Ara desarrolló una brillante carrera como compositor y director de orquesta. En el año 1945, fue uno de los primeros en usar discos de vinilo para grabar canciones armenias seculares y religiosas.  

 

Recorriendo el mundo

Antranig Kurkdjian, el padre de Bedrosse, nació en 1895 en Bursa, Anatolia Occidental. Originariamente sastre de pieles, se mudaba con frecuencia. En 1922 partió con destino a Francia, seguido, dos años más tarde, por su esposa Nevarte. Su primera parada fue Marsella, luego Lyón, donde se convirtió en trabajador de la seda antes de volver a la sastrería. Antranig y Nevarte habían ido a una escuela francesa en Constantinopla, por lo que se integraron rápidamente al nuevo país. Antranig llevó una vida de trotamundos y en 1941 hasta se escapó del sitio de Leningrado. Antranig y Nevarte, los abuelos paternos de Francis, fallecieron en 1975.      

Antranig  Kurkdjian con su hija Emma, tía de Francis.

Vidas compradas con monedas

El destino de la familia materna de Francis fue más desafortunado. Eran provenientes de Bandirma, un pequeño pueblo en la costa del Mar de Mármara. Las familias Avedikian y Soghomonian vivían cerca del barrio griego de la ciudad. “Eran una familia adinerada, criadores de ovejas y propietarios de tierras – aún conservamos los títulos de las propiedades”, dice Francis. Su abuela Satenig perdió a su padre cuando era niña y fue criada por sus tíos y dos tías. Ellos fueron masacrados en 1915; ella y su madre fueron las únicas sobrevivientes. “Todos los hombres y mujeres de Bandirma fueron deportados e inmediatamente separados; los hombres fueron fusilados y las mujeres apiñadas en camiones de ganado”, cuenta Francis.   

Previo a la deportación, Satenig y su madre se las habían ingeniado para coser en su ropa monedas de oro en lugar de botones y con ellas poder sobornar a los turcos y kurdos enviados para matarlas.

Así fue que las deportaron a Konya, en el sur de Anatolia y fueron rescatadas por el Comité de Refugiados de la Cruz Roja cuando, al final de la guerra, liberaron el campo donde se encontraban. Pero su regreso a Bandirma fue fugaz. Con el avance de las fuerzas de Mustafá Kemal, una vez más, se vieron obligadas a huir. 

“Mi abuela Satenig tuvo una muy buena educación”, recuerda Francis. “Además del idioma armenio, hablaba fluidamente inglés, francés, griego, italiano y turco. Cuando yo era pequeño, ella siempre me repetía que había sobrevivido tres guerras: la Primera Guerra Mundial, la guerra Greco-Turca de 1919-1922 y la Segunda Guerra Mundial. Además, sobrevivió la devastadora gripe española de 1918”. 

El padre de la madre de Francis, Krikor Soghomonian, nació en 1891. Tenía el oficio de sastre, lo cual le salvó la vida cuando lo deportaron en 1915. Fue obligado a enlistarse en el ejército otomano para coser uniformes, pero logró escaparse y regresar a Bandirma, donde no encontró nada más que ruinas. Desde allí tomó un barco con destino a Génova, luego a Marsella y, finalmente, viajó a Vincennes donde se instaló, tras haberse reencontrado con un amigo que le consiguió trabajo en una sastrería. Cuando supo que su prima segunda, Satenig, 18 años más joven, había sobrevivido, la trajo a Francia. Se casaron en París en 1934.

 

Krikor y Satenig Soghomonian, abuelos maternos de Francis, en 1974.

Sylvia Florette, la madre de Francis, nació un año más tarde en el 18 arrondissement de París. “Cuando mi abuelo Krikor murió, mi madre dijo, ‘Como padre era excelente, pero como esposo era difícil’. Mi abuela se casó con él para llevar a su madre a Francia. No estaba predestinada a casarse con un artesano”, dice Francis. 

 

Kurkdjian, el francés

Una vez a la semana la madre de Francis tomaba clases de armenio en la iglesia armenia de París y a menudo Francis asistía con sus padres a los eventos comunitarios, como las reuniones del Partido Dashnak y las conmemoraciones del 24 de abril de 1915. Aún recuerda el inmenso respeto que sentía por la figura carismática de Chavarche Missakian, fundador y editor en jefe del legendario periódico Haratch. “Mi abuelo recibía el diario todos los días, yo iba a buscarlo al buzón. Aún lo recuerdo leyendo los obituarios. Era su forma de encontrar a la gente que conocía de Bandirma, de mantenerse en contacto con su mundo”, recuerda.

Los Soghomonian recrearon su mundo en Vincennes, un suburbio al este de París, donde se había instalado una pequeña colectividad armenia procedente de Bandirma. La puerta de su humilde morada estaba siempre abierta, el aroma del café impregnaba el aire hasta altas horas de la noche. “Mi abuela tenía un salón en Vincennes”, recuerda Francis. “Las cinco familias armenias que vivían en Vincennes venían a visitarnos todo el tiempo. Iban de la casa de una abuela, a la de la otra, leían la borra del café y hablaban de sus vidas pasadas en Armenia.   

Mis abuelos cultivaron una especie de sabor, un aroma, del viejo país, pero nunca padecí esa nostalgia.

Para mí, estaban evocando un país mágico, que yo no podía imaginar porque no había fotografías”.

 

Francis rodeado de su familia: su hermano Lionel, su hermana Marina, sus dos sobrinas y sus padres; Sylvia y Bedrosse Mihran.
 

Satenig murió a los 101 años. “Fue ella quien nos inculcó, además del amor por nuestras raíces armenias, el amor por Francia y la cultura francesa, nos inculcó un sentimiento de gratitud hacia el país que nos acogió”, explica Francis. “Mi abuela era una mujer muy culta, de una excelente memoria y mente abierta. Nos llevaba a visitar museos parisinos. Se podría decir que hizo todo lo que estaba a su alcance para que no creciéramos en un gueto, aunque nos pedía que conserváramos nuestras raíces armenias”.

“Si bien crecimos con dos culturas, siempre tenía que justificarme cuando pronunciaba mi apellido”, recuerda Francis. Kurkdjian optó por no afrancesar su nombre, como sí lo hicieron otros antes que él. Aunque le hubiera gustado haber sido bailarín de la Ópera Nacional de Francia, para vivir en un mundo de movimientos elegantes, su pasión por el perfume triunfó.  

 
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.