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La fe apacigua la justicia retributiva

La fe apacigua la justicia retributiva

El joven sacerdote de Togo, Bernard Kinvi, ejerce su apostolado en la ciudad de Bossemptele en la República Centroafricana, donde dirige el hospital de la misión católica. Al poco tiempo de comenzar su servicio sacerdotal, se enfrentó cara a cara con el horror de la violencia sectaria. Este hombre, valiente y profundamente devoto, salvó a cientos de musulmanes de la persecución perpetrada por las milicias cristianas Antibalaka. Por su valentía y heroísmo, el Padre Kinvi recibió un premio de Human Rights Watch y fue nominado para el Aurora Prize for Awakening Humanity.
 

Un rostro agradable, una sonrisa contagiosa, una gorra de cuero, pantalón de jean negro y zapatillas. Una cruz roja, que es el símbolo de la Orden de los Camilos, cuelga de su cuello. Bernard Kinvi es un hombre joven que acaba de cumplir 34 años y ya ha salvado innumerables vidas.

El Padre Kinvi nació en Togo. Pertenece a la Orden Monástica de los Camilos, fundada en el siglo XVI por San Camilo de Lelis Además de los tres votos monásticos tradicionales de castidad, pobreza y obediencia, todos de monjes Camilos toman un cuarto voto: servir a los enfermos, incluso en epidemias mortales y a riesgo de sus propias vidas. La guerra comenzó tan pronto como el Padre Kinvi tomó los votos, poniendo a prueba la fe del joven sacerdote.

Hace seis años, después de que aprendiera los pormenores en su primer destino, Bernard fue trasladado a Bossemptele, una ciudad en la zona rural centroafricana, ubicada a 200 kilómetros de la capital. En Bossemptele no hay electricidad, ni caminos pavimentados y el hospital que dirige el Padre Kinvi es el único dentro de un radio de 150 kilómetros. El hospital trata a pacientes que profesan cualquier confesión y que sufren cualquier enfermedad, desde fiebre tifoidea a malaria. El Padre Kinvi se estableció rápidamente, se hizo amigo de los habitantes y aprendió sango, el dialecto local. La comunidad le dio una cálida bienvenida.

 

Lex talionis

La República Centroafricana, cuya población es 80% cristiana, es uno de los países más pobres del mundo, su prosperidad se ve socavada por la corrupción y por una administración ineficiente. El país es rico en recursos naturales, como minas de diamantes, madera y depósitos de uranio, pero el vicio y la codicia habían sumido al país en el caos. En abril de 2013, Bangui, la capital del país, fue atacada y ocupada por los rebeldes musulmanes Seleka, que descendieron del norte y la ciudad cayó presa de un reinado del terror. Después de que los insurgentes armados tomaran el poder, comenzó un período de extorsión, torturas y asesinatos. El país se sumió en el caos. 

Entre los pacientes del hospital de Bernard Kinvi, había miembros de los grupos de insurgentes Seleka (en su mayoría oriundos de Chad y Sudán). "Al principio robaban cabras, luego comenzaron a atrapar y a torturar personas y, más tarde, empezaron a matar. Después de todo eso, terminaban en nuestro hospital y amenazaban al personal, diciendo que nos iban a matan a todos porque atendíamos a sus enemigos", recuerda el Padre Kinvi.

Durante varios meses, la capital de la República Centroafricana vivió bajo el dominio de los insurgentes. Aterrorizaban a los habitantes. Toda persona que se atrevía a protestar era amenazada con armas de fuego. Como respuesta, se comenzaron a formar en el país grupos de milicias locales que culminaron con la creación del movimiento Antibalaka. El mismo estaba conformado por toda clase de gente, pero principalmente por animistas y cristianos que tenían un profundo odio por los musulmanes. Todos los días, Bernard Kinvi ayudaba a las víctimas de Seleka que buscaban refugio en la misión católica.

El 5 de diciembre de 2013, las tropas francesas fueron enviadas a la República Centroafricana para llevar a cabo la Operación Sangaris, que cambió de manera drástica el equilibrio de poder: los miembros de Seleka huyeron, poniendo fin a su campaña de crimen y violencia. 

 

 

Combatientes Seleka en un camión, en la ciudad de Goya, República Centroafricana (11 de junio, 2014. REUTERS / Goran Tomasevic)

Con sed de sangre y anhelo de venganza, la milicia Antibalaka lanzó su campaña de limpieza étnica contra los musulmanes de la capital. En el transcurso de varios días, cientos de personas fueron asesinadas y miles tuvieron que huir para salvar su vida. "Durante todo el mes de septiembre, vimos que cada vez más gente se reunía en Bossemptele", recuerda el Padre Kinvi. En sus sermones, condenaba los crímenes de Seleka, pero hacía un llamado a la congregación a evitar la violencia recíproca, porque "eso no resuelve el problema".

Bernard Kinvi presintió que Antibalaka empezaría a tomar represalias y, al mismo tiempo, se dio cuenta de que él no iba a recibir ningún tipo de ayuda de la Misión Internacional de Apoyo a la República Centroafricana (MISCA), liderada por África, a la cual le suplicó que tomara medidas de seguridad en Bossemptele y sus alrededores. La dirección de la misión le sugirió que evacuara la zona. Pero el joven sacerdote se negó y trató de mediar: se reunió con los representantes de Antibalaka, rogándoles que dejaran a Bossemptele en paz. Ellos se negaron a abandonar su doctrina del "ojo por ojo". Kinvi les dijo: "Protejan a sus pueblos, pero no nos ataquen, porque esto llevará a la persecución de sus propios hermanos y hermanas". Durante algún tiempo, logró evitar los ataques de las fuerzas rebeldes.

El 17 de enero de 2014, una noticia recorrió el país: una unidad militar francesa, que formaba parte de la "Operación Sangaris", estaba llegando a la ciudad para desarmar a los rebeldes de Seleka. Entre los rebeldes surgió el pánico: incendiaron el edificio del hospital y robaron el automóvil de la misión católica. Al día siguiente comenzó una matanza como represalia, que puso en grave peligro a los musulmanes de Bossemptele. Bernard Kinvi vio el terror de las personas que terminaron en manos de crueles asesinos. Las víctimas de ayer se convirtieron en los asesinos de hoy: decenas de musulmanes fueron asesinados por los despiadados milicianos Antibalaka. Bernard Kinvi y su hermano en la fe, el Padre Briese, recorrieron los barrios residenciales, recogieron a los heridos y sobrevivientes y los llevaron a la misión. Armaban escondites donde podían: en iglesias, gallineros, salas de operación y guardias. La labor realizada por los dos sacerdotes salvó la vida de 1.500 musulmanes.

 

Fe inquebrantable

Cuando se le pregunta acerca de las razones por las cuales ayudó a los musulmanes, el Padre Kinvi responde:

"Para mí, la vida humana es sagrada. Mi trabajo es aceptar a toda persona que recurre a mí en busca de ayuda. No me importa quién es, de dónde es, cuál es su religión, o si es un rebelde o no. Es un ser humano, creado por Dios y por esa razón le brindo mi ayuda. No hacemos distinciones". 

Todos los días, el joven sacerdote enfrentaba sus miedos, al recibir a los rebeldes Antibalaka, que a menudo estaban bajo los efectos de las drogas, poniendo su propia vida en peligro. Cuando el Padre Kinvi tomó los votos, no imaginó tener que enfrentarse tan pronto a esta crueldad barbárica, a esta locura sangrienta. Pero aún temblando de miedo, no cedía: la fe es su principal consuelo. El sacerdote recibió una gran ayuda de las monjas de la Orden Carmelita, que trabajaban con los refugiados.

"Creo en las personas, nunca he dudado de ellas", afirma Bernard, quien se preocupa tanto por los vivos, como por los muertos.

Los rebeldes Antibalaka le pedían ayuda para enterrar a sus combatientes. Él aceptaba ayudarlos, no sólo para evitar nuevos brotes de violencia, sino para poder darles sepultura a los difuntos. En ciertas ocasiones, incluso, pudo salvar a personas de la ejecución, como es el caso de una joven madre ciega a quien hirieron y dejaron entre los cadáveres. Kinvi la vio cuando los insurgentes estaban planeando acabar con ella y los detuvo.

El Padre Kinvi también les ayudó a algunos musulmanes a escapar del peligro. Por ejemplo, vistió a un comerciante con ropa de mujer para que pudiera escapar hacia Chad en automóvil. En cuestión de semanas, muchos otros musulmanes fueron evacuados del país de esta manera.

El Padre Kinvi ha sido amenazado con pistolas y machetes en más de una oportunidad. El conflicto sectario en la República Centroafricana no fue sólo una prueba física y ética para Kinvi, sino también una experiencia espiritual que transformó su fe: la fe que no se debilitó, sino que se fortaleció. La voz de Bernard no se quiebra cuando habla del horror. "Si hubiera menos injusticia en este mundo, si la riqueza se distribuyera con mayor equidad, si hubiera acceso universal a la salud y a puestos de trabajo, entonces, tal vez, podríamos haber evitado todas estas muertes", dice pensativo.

En 2014, Human Rights Watch le dio al Padre Kinvi el galardón Alison Des Forges, que se otorga anualmente a cuatro defensores de los derechos humanos que demuestran una valentía extraordinaria. Bernard Kinvi planea continuar su obra y cree que, algún día, los musulmanes regresarán a Bossemptele.

En representación de los sobrevivientes del Genocidio Armenio y como muestra de gratitud a sus salvadores, el Premio ‘Aurora Prize for Awakening Humanity’ será otorgado anualmente a una persona cuyas acciones hayan tenido un impacto excepcional en la preservación de la vida humana y la promoción de causas humanitarias. El ganador del Premio Aurora será honrado con la suma de U$S 100.000. Además, esa persona tendrá la posibilidad única de continuar el ciclo de contribuciones, al seleccionar una organización que haya inspirado su trabajo, para que reciba la suma de U$S 1.000.000.
La ceremonia inaugural del Premio Aurora será el 24 de abril de 2016 en Ereván, Armenia.